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– ¡Ahora!

La enfermera pulsó dos botones a vez.

Randy gruñó, su cuerpo se arqueo, los brazos y las piernas se le pusieron rígidos.

– Bien. Ha reaccionado -observó alguien.

Con lágrimas en los ojos, Bess se preguntaba por qué utilizaban esos métodos, por qué aplicaban corriente eléctrica a su hijo. ¡Por favor, no!

En la sala reinaba un silencio absoluto. Todos miraban fijamente la pantalla verde del monitor y la línea plana.

¡Lo han matado! ¡Está muerto! ¡No hay latidos!

– Vamos, vamos… -urgió alguien-. Late, maldita sea…

La línea verde seguía plana.

Bess y Michael estaban conmocionados.

– ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? -susurró Bess mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Nadie respondió.

La línea verde vibró una vez…, luego otra y formó una pequeñísima loma en ese mortal horizonte. De pronto brincó y comenzó a marcar trazos uniformes. Todos los presentes suspiraron.

– Muy bien, Randy.

– Las pulsaciones vuelven a ser normales; ochenta por minuto…

Bess miró a Michael, que la abrazó mientras Randy recobraba el conocimiento.

– Randy, ¿me oyes? -preguntó un médico inclinado hacia él.

El muchacho balbuceó algo.

– ¿Sabes dónde estamos, Randy?

El paciente abrió por fin los ojos, miró las caras que lo rodeaban y trató de incorporarse con evidente inquietud.

– ¡Déjenme salir…!

El personal médico consiguió inmovilizarlo.

– Vamos, tranquilo… Todavía no llega bastante oxígeno al cerebro y continúa aturdido. Randy, ¿tomaste algo? ¿Cocaína, tal vez?

Una enfermera informó que el cardiólogo estaba en camino.

– ¿Tomaste cocaína, Randy? -repitió el doctor.

Randy negó con la cabeza y trató de levantar un brazo, pero tuvo que bajarlo porque el manguito del esfigmómetro y la sonda del suero intravenoso le impedían moverlo.

– Randy, no somos policías. No pasará nada si nos cuentas qué ocurrió. Tenemos que saberlo para ayudarte. ¿Tomaste cocaína, Randy?

– Fue la primera vez, doctor. Lo juro -murmuró con la vista baja.

– ¿Cómo la tomaste?

El muchacho no respondió.

– ¿Te la inyectaste? -Como Randy no contestaba añadió-: ¿La esnifaste?

El joven asintió con la cabeza, y el médico le dio una palmada en el hombro.

– Bien, no tengas miedo y procura relajarte. -Volvió a levantarle los párpados, le examinó los ojos y alzó e índice-. Sigue mi dedo con la mirada -indicó-. No hay nistagmo vertical ni dilatación. ¿Alguna contracción muscular, Randy?

– No.

– Bien. Voy a explicarte qué te ha sucedido. La cocaína aceleró el ritmo de tu corazón hasta el punto de que no había tiempo suficiente entre un latido y otro para llenarlo con sangre debidamente oxigenada. En consecuencia, no te llegó suficiente oxígeno al cerebro y por eso te sentiste mareado y te desplomaste. Cuando llegaste al hospital, el corazón se te paró, pero logramos que volviera a funcionar. Dentro de unos minutos te examinará un cardiólogo y es muy probable que te prescriba una medicación para mantener un ritmo cardíaco regular.

En ese momento entró el cardiólogo, que se dirigió con pasos rápidos a la camilla.

– Randy, éste es el doctor Mortenson -presentó el médico, que a continuación se acercó a Bess y Michael.

– Soy el doctor Fenton. -Tras estrecharles la mano añadió-: Supongo que están muy preocupados. Salgamos al vestíbulo, donde podremos hablar en privado.

Una vez fuera de la sala de urgencias, el doctor Fenton observó a Bess.

– ¿Se encuentra bien, señora Curran?

– Sí… sí, estoy bien, gracias.

– No hay necesidad de adoptar una actitud heroica, señora Curran. Acaba de pasar por una prueba muy dura. Vengan, nos sentaremos aquí.

Les indicó una hilera de sillas situadas frente a un escritorio. Michael condujo a Bess hasta allí cogida de la cintura, y ella tomó asiento. Una vez que los tres se hubieron acomodado, el doctor Fenton les explicó lo sucedido.

– Sé que ustedes tienen muchas preguntas, pero permítanme hablar primero y tal vez aclarar sus dudas. Creo que han oído la conversación que he mantenido con Randy. El muchacho esnifó un poco de cocaína, una sustancia que puede ocasionar efectos. En su caso desagradables. Esta vez provocó una aceleración anormal del ritmo cardíaco, lo que en términos médicos denominamos taquicardia ventricular. Cuando llegó la ambulancia, Randy yacía inconsciente porque su cerebro no recibía suficiente oxígeno. Cuando eso sucede, es preciso provocar una parada total para que el corazón recupere su ritmo normal. Por eso le golpeé el pecho y fue necesario realizar una defibrilación.

»Sin duda han notado que Randy se puso un poco agresivo cuando recobró el conocimiento; es normal, y ahora ya está más tranquilo. Tengo que advertirles, sin embargo, que el episodio puede repetirse en las próximas horas, ya sea por el efecto de la droga o por la debilidad del corazón. Presumo que el doctor Mortenson le prescribirá alguna medicación para evitar que recaiga. El problema con la cocaína es que no podemos eliminarla del organismo; sólo podemos brindar un tratamiento de apoyo y esperar a que desaparezcan los efectos de la droga.

– Entiendo, pues -intervino Michael-, que su vida todavía corre peligro.

– Me temo que sí. Las próximas seis horas serán cruciales. No obstante, su juventud constituye una ventaja. Si se acelera de nuevo el ritmo cardíaco, probablemente podremos controlarlo mediante fármacos.

En ese momento apareció el cardiólogo.

– ¿Los señores Curran?

– Sí, señor.

Michael y Bess se pusieron en pie.

– Soy el doctor Mortenson. -Tenía el cabello cano y llevaba gafas sin montura. Les estrechó la mano con cordialidad y firmeza-. Deseo informarles de que el corazón de Randy late de manera uniforme, aunque un poco deprisa. Le hemos administrado un medicamento para regularizar el ritmo cardíaco. Si lograrnos mantenerlo estable durante unas veinticuatro horas, estará fuera de peligro. Le hemos realizado análisis de sangre para cercioramos de que no hay ningún órgano afectado. De momento permanecerá aquí, en la sala de emergencias, sometido a vigilancia. Dentro de una media hora lo trasladaremos a la unidad de cuidados intensivos. Ahora está bastante lúcido y ha preguntado si estaba su madre aquí.

– ¿Puedo verlo? -inquirió Bess.

– Por supuesto.

– Gracias, doctor -repuso con una sonrisa tré mula.

– ¿Tendrá mi hijo problemas legales, doctor? -preguntó Michael.

– No. Nunca informamos de estos casos a la policía pero, dado que Randy admitió haber tomado cocaína, se le someterá a un tratamiento preventivo y es más que probable que intervenga un asistente social.

– Oí a Randy afirmar que nunca antes había probado cocaína -explicó Michael-. ¿Es posible?

– Sí. ¿Recuerdan la muerte de Len Bias, el jugador de baloncesto? Muy triste. También en su caso era la primera vez. Él ignoraba que tenía una deficiencia cardíaca, que su corazón era demasiado débil para soportar los efectos de la cocaína. Ése es el problema con esta maldita droga; puede matar aunque sea la primera vez que entra en el cuerpo. Por eso tenemos que educar a estos chicos antes de que la prueben.

– Sí… Gracias, doctor.

El personal médico de la sala de emergencias observaba los monitores cuando Bess se acercó a la camilla, seguida de Michael. Una enfermera extraía sangre del brazo de Randy con una jeringa.

– Tienes buenas venas -dijo con buen humor mientras soltaba la goma que le apretaba el brazo.

Randy esbozó una sonrisa y cerró los ojos.

Bess lo observaba al tiempo que se esforzaba por reprimir el llanto. Cuando la enfermera terminó, se marchó empujando un carrito que contenía hileras de tubos de ensayo de vidrio que tintineaban como campanitas, Bess se aproximó a la camilla y se inclinó hacia su hijo, que estaba blanco como el papel, con los ojos hundidos, las fosas nasales tapadas por los tubos de oxígeno. Del pecho le colgaban unas sondas de plástico conectadas con los monitores. Bess recordó el miedo que los médicos inspiraban a Randy cuando tenía dos años y cómo lloraba y se pegaba a ella cada vez que debían examinarlo. Una vez más trató de contener el llanto.