Выбрать главу

– ¿Adónde vamos? -preguntó Michael, sentado al volante de su Cadillac Seville.

– Estoy muerta de hambre -admitió Bess-. ¿Qué os parece si compramos unos bocadillos y los comemos a la orilla del río?

Michael se dio la vuelta para mirar a Randy, que estaba en el asiento trasero.

– Estupendo -afirmó el muchacho.

Así, sortearon el último obstáculo en su camino de regreso a la vida familiar.

Seis semanas después, en un día del veranillo de San Martín, a mediados de octubre, Bess y Michael se casaron ante el juez y renovaron sus votos matrimoniales en la rectoría de la iglesia católica de St. Mary, en una sencilla ceremonia simbólica oficiada por el mismo sacerdote que los había unido en matrimonio veintidós años atrás.

Después de besar la estola y colgársela alrededor del cuello, el padre Moore abrió el devocionario y sonrió a los esposos.

– Bueno… aquí estamos otra vez.

Su comentario provocó sonrisas en los presentes: Bess, que resplandecía de felicidad; Michael, que irradiaba esperanza; Lisa, cuyo rostro reflejaba satisfacción; Stella, que se mostraba complacida, y Randy, que permanecía expectante. También habían acudido Natalie, que estaba en los brazos de su padre, y Gil Harwood.

– ¿Quién acompaña a esta mujer en la reafirmación de sus votos? -preguntó el cura.

– Nosotros -contestaron Lisa y Randy a la vez.

Cuando los esposos repitieron las palabras «hasta que la muerte nos separe», sus ojos brillaban con la misma sinceridad con que las habían pronunciado por primera vez muchos años atrás.

– Por el pasado y el futuro, confirmo vuestras promesas matrimoniales -afirmó el padre Moore.

Lisa y Randy intercambiaron una mirada sin dejar de sonreír.

Después de la ceremonia, la pequeña comitiva cenó en un restaurante con vistas a un precioso huerto cercado. En la mesa reservada unas tarjetas indicaban el lugar donde debía sentarse cada uno. La de los recién casados rezaba: «Señor y Señora Curran.»

Cuando tomaron asiento, Michael la cogió y se la tendió a Bess.

– ¡Exacto, y esta vez será para siempre! -exclamó antes de besarla en los labios.

Como en toda relación que se desea conservar, ese otoño agridulce todos debían esforzarse por limar asperezas. Randy aceptó renunciar a su estilo de vida, sus amigos y las drogas en su búsqueda de la fortaleza interior. Durante ese período fue preciso reconocer culpas, miedos y errores pasados para poder erradicarlos. Michael y Bess se sentían en ocasiones frustrados por vivir con un hijo adulto cuando estaban impacientes por gozar de una privacidad absoluta. Como pareja, se veían obligados a adaptarse de nuevo a la vida matrimonial y hacer concesiones mutuas.

Sin embargo también había alegrías, como cuando Randy les presentó a su nuevo amigo, Steve, a quien había conocido en la terapia y que quería formar una banda que tocara en los colegios y difundiera el mensaje: «¡Decid no a la droga!»

Era una delicia cenar los tres juntos, compartir las tareas domésticas. Se sentían alborozados cuando Lisa y Mark los visitaban con Natalie. Randy pronto aprendió a cambiar los pañales de su sobrina.

Un día Randy anunció:

– He conseguido un empleo en una tienda. Venderé instrumentos y daré lecciones de percusión a los chicos. Pagan una miseria, pero estar sentado y tocar jazz cuando me apetezca no puede considerarse un trabajo.

Otro día Bess se compró un par de tejanos. Los llevaba puestos cuando Michael llegó a casa del trabajo y la encontró en la cocina. Le tocaba a ella cocinar y preparaba una salsa de queso parmesano para los tortellini. Bess picaba ajo cuando Michael se detuvo en el umbral y arrojó las llaves del coche sobre la mesa.

– ¡Vaya! -exclamó con admiración-. ¡Mira qué se ha puesto mi novia!

Ella le sonrió por encima del hombro y se pellizcó las caderas.

– ¿Qué te parece?

Sin quitarse el abrigo, Michael se acercó a ella y le observó las piernas.

– Te quedan muy bien.

– En realidad eso es lo de menos. Lo que importa es que me siento a gusto con ellos.

– Veamos… -Michael deslizó las manos por los ajustados tejanos mientras la besaba en el cuello-. Creo que tienes razón… -murmuró.

Bess soltó una risita.

– Michael, estoy picando ajo…

– Sí, ya lo huelo. Apesta.

La obligó a volverse, la atrajo hacia sí y colocó las manos sobre sus nalgas. Bess aún sostenía el cuchillo cuando se dieron un beso prolongado.

– ¿Cómo te ha ido el día? -preguntó Bess después.

– Bastante bien. ¿Y a ti?

– Aburrido. Esta es la mejor parte.

– Bien, puedo mejorarla aún más si apagas los fogones y sueltas el cuchillo.

– Hummm…

Bess dejó caer el cuchillo al suelo y tendió la mano en busca de los botones de la cocina.

Y en ese instante se abrió la puerta del apartamento.

Michael echó la cabeza hacia atrás con fastidio.

– ¡Oh, mierda! -masculló.

– Bueno, bueno… -dijo Bess con dulzura-. Tú querías que viviera aquí, ¿no?

– Pero no me gusta que aparezca cuando estamos a punto de hacer el amor en la cocina.

Bess se echó a reír.

– Mamá, papá… hola -saludó Randy desde el umbral-. Espero no interrumpir. Traigo un invitado para cenar.

Tomó de la mano a su acompañante y lo hizo avanzar. Una muchacha muy hermosa de cabellos oscuros era la causa de la alegría de Randy.

– Os acordáis de Maryann, ¿verdad?

Michael y Bess extendieron los brazos con una expresión de felicidad en el rostro para darle la bienvenida.

Lavyrle Spencer

Nació en 1943 y comenzó trabajando como profesora, pero su pasión por la novela le hizo volcarse por entero en su trabajo como escritora. Publicó su primera novela en 1979 y desde entonces ha cosechado éxito tras éxito.

Vive en Stillwater, Minnesota, con su marido en una preciosa casa victoriana. A menudo se escapan a una cabaña rústica que tienen en medio de lo profundo del bosque de Minnesota. Entre sus hobbies se incluye la jardinería, los viajes, la cocina, tocar la guitarra y el piano electrónico, la fotografía y la observación de la Naturaleza.

Lavyrle Spencer es una de las más prestigiosas escritoras de novela romántica, dentro del género histórico o contemporaneo con más de 15 millones de copias vendidas.

***