Se alejó, manteniendo el rostro apartado. La irritación cruzó el rostro de él y sus ojos chispearon al mirarla, una señal segura de peligro.
– Tus maletas están hechas y llevas maquillaje. Nunca usas maquillaje a no ser que vayas a alguna parte.
– De ahí las maletas. -Trató de pasar escapándose de él, pero Jonas la atrapó contra la barandilla y se vio forzada a detenerse. Hannah miró fijamente su impresionante pecho y trató de no sentirse intimidada. Era tan arrogante y con razón. No podía resistírsele, nunca había sido capaz de hacerlo. ¿Y por qué había elegido ese momento para aparecer? ¿Por qué no podía haberse demorado otra hora? Siempre se las arreglaba para encontrar el momento exacto en que ella se sentía más vulnerable.
– ¿Adónde vas? -Le tomó la barbilla con los dedos, forzándola a levantar la cabeza.
Lo taladró con los ojos azules, dejándole ver su fastidio.
– Te lo dije la semana pasada. Tengo un trabajo. -Y por supuesto él no lo recordaba sencillamente porque ella no era lo suficientemente importante para él.
– Te dije que no fueras. Se supone que estas cuidando de mí.
Estaba bastante segura de que sus piernas no se habían derretido, pero se sentía mareada por estar tan cerca de él. Odiaba que desequilibrara su calma habitual. Sólo Jonas podía hacerla sentir así de belicosa y así de necesitada al mismo tiempo. Sus sentimientos por él eran demasiado complicados para descifrarlos por lo que no se molestaba en tratar de hacerlo.
– No estás en peligro, Jonas -señaló-. Sólo aburrido. Odias no trabajar y estás tan gruñón que nadie más soporta estar contigo. -Y de cualquier manera estás trabajando, haciendo exactamente lo que prometiste que nunca volverías a hacer. No dijo las palabras en voz alta, no formaban parte del juego de “fingir que nunca había sucedido” al que siempre jugaban, pero quería hacerlo. Hasta sentía el repentino impulso de levantarle la camisa y examinarle las costillas. Sabía que habría una nueva herida o dos, pero se mantuvo en silencio como siempre hacía, dejando que se acercara. La leve sonrisa que le dedicó en respuesta, hizo que le saltara el corazón y se enojó consigo misma por esa reacción.
– Desafortunadamente eso podría ser cierto. Todas tus hermanas me han abandonado, no sólo dejando la ciudad sino el país. Voy a morirme de hambre. Lo sabes, ¿no es así? Si te vas, no voy a conseguir una comida decente y entonces ¿cómo voy a sanar?
– Sarah volverá mañana de su viaje con Damon. Te hará la cena mientras yo no esté -dijo Hannah y se apartó. Detestaba esto, mientras se alejaba, su cuerpo se sintió frío como si el de él le hubiera proporcionado un incalculable calor y protección.
Lo que más odiaba era que estaba indecisa entre la risa y el llanto.
– No vas a morirte de hambre.
– Me gusta como cocinas tú. Y ella no me hace pasar un infierno como tú. Sólo se fastidia y me dice que me vaya a casa.
Hannah no quería dejarse cautivar por él. Jonas era todo lo que ella nunca podría ser; aventurero, valiente, un hombre que vivía su vida con confianza.
– Debería mandarte a tu casa, especialmente si vas a hacerme pasar un mal rato. -Debería hacerlo, y si tuviera algo de temple, lo haría. Le dio la espalda, mientras se apresuraba a recorrer el vestíbulo, temerosa de que él pudiera leer el dolor en su cara.
Sintió su presencia ya que la seguía de cerca, iba justo detrás. A veces parecía que siempre sentía a Jonas, como si fuera parte de ella, compartiendo su piel, su sangre y sus huesos, arrastrándose dentro de su corazón y robándole el alma. Parpadeó para contener las lágrimas, con cuidado de mantener la cara apartada mientras se abría camino a través de la gran casa hacia la cocina. Estaba tan sensible últimamente, desde que le habían disparado a Jonas y casi había muerto unas pocas semanas antes. Tenía pesadillas y se pasaba la mayoría de las noches caminando o sentada en la almena del capitán mirando el mar. Tenía que marcharse precisamente para poner algo de distancia entre ellos y volver a recobrar el equilibrio.
Los últimos cuatro días habían sido un puro infierno. Esa primera noche había esperado durante horas, aterrada por él. Luego había llorado un día entero, esperando junto al teléfono, sin abandonar la casa. Y finalmente había tenido que aceptar que la daba por segura, y que no iba a llamar para tranquilizarla -o darle las gracias- ni siquiera suponía que podía estar preocupada. Ella no le importaba; sus sentimientos no importaban; cuando ya no la necesitaba, se la sacaba de la mente. Tragó con fuerza, le ardían los ojos.
– ¿Por qué insistes en ir a Nueva York? Ni siquiera te gusta Nueva York. Son todo tonterías, Hannah. Y puedes olvidarte de ignorarme como lo haces cuando no quieres decirme las cosas. Vamos a hablar. -Jonas le rodeó el brazo con los dedos.
La acción atrajo su atención hacia la fuerza que él tenía. Eso definía a Jonas, fuerza. Él la tenía toda y ella no tenía nada. Nunca la había lastimado físicamente, ni siquiera cuando estaba enfadado con ella. Y era capaz de enfadarle en un instante, era la única protección que le quedaba.
Como si le estuviera leyendo la mente, él le dio una pequeña, impaciente sacudida.
– No pienses que esta vez me vas a apartar con tus tonterías, Hannah. Tenemos que resolver esto.
Le dedicó la altanera mirada por-encima-del-hombro que había perfeccionado a lo largo de los años en que había tenido que lidiar con su arrogancia.
– Quieres decir que tú hablaras y se supone que yo tengo que escuchar. No creo que haya nada que resolver. Tengo un trabajo y me voy a Nueva York. No hay nada más que decir. -No podía hablarle. Una vez que dijera las cosas que tenía que decir, le perdería para siempre. No habría marcha atrás, ninguna esperanza. Tenía que aceptar que ella no significaba absolutamente nada para él.
– ¿En serio? -Trasladó la mano a su nuca, los dedos rozándole la piel íntimamente y enviando un conocido estremecimiento a través de su cuerpo.
Estaba bastante segura de que lo hacía a propósito, de que sabía de la reacción física que le provocaba, pero no podía estar segura así que tomó el camino del cobarde y simplemente dio los pocos pasos que la separaban de la cocina.
– Te haré algo de comer.
– Pero tú no comerás. -hizo una declaración, concisa y áspera… acusadora.
Tomó aire y lo dejó salir, yendo directa hacia la cocina para poner el hervidor al fuego. Jonas se detuvo a medio camino en mitad de la habitación y pudo sentir su penetrante mirada sobre ella, exigiendo una respuesta.
– Tengo un acto, Jonas.
Él dijo algo desagradable por lo bajo y ella se puso rígida.
– No volveré a discutir esto contigo otra vez, Jonas. Soy modelo. Tengo un trabajo. No tiene porque gustarte lo que hago, pero es mi trabajo y mantengo mi palabra cuando digo que estaré allí.
– No tiene que gustarme, Hannah, tienes razón acerca de eso, pero considerando lo que te hace, a ti al menos tendría que gustarte y no es así. No te molestes en mentirme. Veo mentirosos todos los días en mi campo de trabajo, y un niño lo hace mejor que tú.
Ondeó la mano hacia la cocina, demasiado cansada para discutir con él y hacer té al mismo tiempo, aunque el ritual habitualmente la calmaba. La cocina se encendió, ardiendo en un círculo de pequeñas llamas, el hervidor silbando su advertencia instantáneamente. Levantó el hervidor y vertió agua en la tetera, apretando los labios para evitar decirle que se fuera. No quería que se fuera, quería que se sentara tranquilamente y tomara té con ella. Necesitaba que se sentara tranquilamente y hablara con ella. Antes de que se fuera, tenía que asegurarse que estaba ileso.