Arriesgó una rápida mirada. Estaba un poco pálido, cansado, las líneas grabadas en el rostro, pero duro como los clavos. Ese era Jonas. Duro como una roca. No necesitaba a nadie, y a ella menos que a nadie. Era una pelusa para él, nada más. Siempre dejaba eso claro. Su vida se estaba desmoronando y él era como el mar, una constante, un ancla firme con la que contaba.
– Sencillamente no puedes resistirte a ser una muñeca Barbie, ¿no es así? -dijo amargamente.
– ¿Por qué tienes que hacer eso, Jonas? -Se volvió, con furia y dolor marchitando sus ojos-. Yo nunca me burlo que seas sheriff. Podría hacerlo, ¿sabes? Eres autoritario y arrogante y crees que puedes controlar a todo el mundo y decirles lo que deben hacer. No me gusta que arriesgues la vida, pero lo haces también, y nunca te pido que dejes de hacerlo. -Y no lo había hecho. Sus hermanas sí, pero ella había permanecido en silencio, rezando para que lo prometiera, pero apoyándole fuera cual fuera la decisión que tomara-. Entiendo que ese es quien eres tú, quien tienes que ser. ¿Por qué no puedes otorgarme la misma cortesía?
– ¿Quieres que apruebe el que exhibas tu cuerpo a cada chiflado en el mundo? Eso no va a ocurrir, cariño. Eres extraordinaria y lo sabes. Nadie tiene el aspecto que tienes tú, y tu rostro y tu cuerpo son reconocidos en todas partes, por todo el mundo. No creo que haya una persona en este mundo que no conozca tu rostro. Hablas de correr riesgos. Yo arriesgo mi vida para ayudar a otras personas. Tu arriesgas la tuya sólo para que todo el mundo pueda ver lo buena que estás.
– ¿Alguna vez se te ha ocurrido pensar lo absolutamente egoísta que puedes ser, Jonas? -Se giró para enfrentarlo, con la espalda contra el mostrador. Estaba un poco horrorizada por la violencia que brotaba de ella. Tenía ganas de abofetear su apuesto rostro.
De cerca siempre la impresionaba con su tamaño. Estaba tan perfectamente proporcionado que no siempre notaba su altura, pero al estar tan cerca de ella, la miraba hacia abajo, tenía hombros amplios y el pecho resultaba algo intimidante.
Se acercó incluso más, de forma que su cuerpo se apretó contra el de ella, enjaulándola, su ardor calentándola.
– ¿En que forma estoy siendo egoísta al decirte unas cuantas verdades, Hannah?
– Vete al infierno, Jonas.
– De vuelta a ti, cariño.
Tomó un hondo aliento y lo dejó salir, el aire siseando entre los dientes.
– Supongo que en algún sentido siempre he sabido que no me valorabas mucho, pero de lo que no me di cuenta hasta ahora fue de cuanto despreciabas lo que soy. -Se endureció a si misma para dejarlo ir, abandonar sus sueños-. Quiero que te vayas. Y por favor respeta el hecho de que no quiero verte durante un tiempo, Jonas. Sé que eres parte de nuestra…
– Cállate, Hannah. Sólo cierra la maldita boca.
Lo miró fijamente, conmocionada, aturdida por la absoluta furia que denotaba su voz, el crudo deseo que oscurecía sus facciones, tallado profundamente en cada línea de su rostro. Jonas la tomó por la cintura y tiró de su cuerpo para atraerlo contra el de él.
– ¿Crees que no deseo irme? -Le dio una pequeña sacudida-. Sabes perfectamente bien que no puedo. No puedo respirar sin ti. No podría dejarte ni aunque lo intentara. He aceptado el hecho de que conjuraste uno de tus malditos hechizos y estoy perdido…, siempre estaré perdido. Así que si me enfado un poco contigo cuando te quitas la ropa para el mundo, entonces, maldita sea, bien podrías soportarlo.
Por un momento no pudo pensar ni respirar. La acababa de insultar más allá de lo imaginable, pero…
– ¿Que estás diciendo, Jonas? ¿Tratas de convencerme de que estás interesado en mí como mujer? -Tanteó detrás de sí buscando el mostrador, temerosa de que pudiera desmayarse de pura impresión. Había un terrible zumbido en sus oídos y su aliento se había quedado atrapado en sus pulmones, negándose a moverse a través de su cuerpo. Su corazón empezó a acelerarse, corriendo como si pudiera salírsele del pecho. Empezó a temblar incontrolablemente, su cuerpo sacudiéndose, los dedos de los pies y de las manos hormigueándole mientras boqueaba, sofocándose, incapaz de inhalar.
– Oh, demonios -murmuró Jonas. Luego más alto y más autoritariamente-. Respira, Hannah.
– Mis hermanas… -graznó.
– No están aquí, cariño, pero estoy yo y no voy a dejar que nada te pase. Sabes que caminaría sobre fuego por ti. -Jonas le empujó la cabeza hacia abajo-. Sólo estás teniendo un ataque de pánico, dulzura, no es nada, los has tenido antes. Sólo relájate y respira. Haz esa cosita que haces con los números.
¿Cómo había sabido eso? Su corazón empezó a latir todavía más rápido. Sus hermanas la habían ayudado a ocultar su condición durante años, no obstante ahora estaba teniendo un ataque de pánico completo delante de Jonas, la única persona ante la cual se había esforzado lo indecible por ocultarlo. Y él lo sabía. Hasta sabía las pequeñas cosas que hacía para tratar de sobreponerse a los ataques.
Hannah se hundió hasta el suelo, con la espalda contra el mostrador, y alzó las rodillas, cerrando los ojos y forzando a su mente a apartarse del terror. Trató de alejarle, deseando que se fuera y no fuera testigo de la absoluta humillación de ser tan cobarde. No había nada de lo cual sentirse aterrorizada, y sin embargo le ocurría todo el tiempo.
Jonas se sentó en el suelo a su lado, levantando sus propias rodillas, su hombro rozando el de ella. Suavemente le apartó con los dedos la masa de rizado cabello.
– Esto es lo que te pasaba en la escuela, ¿verdad? Todos esos años en que todo el mundo creyó que eras una estirada, estabas ocultando el hecho de que tenías ataques de pánico.
Sus dedos se le deslizaron por el cuello. Fuertes. Seguros. Tan como él. El lento masaje la distrajo como nada podría haberlo hecho. Inclinó la cabeza contra la pared y dejó que sus dedos obraran la magia.
– E-empezaron el p-primer día en la guardería. -Forzó las palabras para que salieran, tartamudeando, lo que más odiaba por encima de todo lo demás. N-no quería ir. Podía haberme q-quedado en casa otro par de años, pero m-mamá y papá pensaron que debía ir a la e-escuela porque ya podía leer y hacer cuentas a un nivel de cuarto grado. Así que insistieron.
Su voz era tan baja que él tenía que esforzarse para oírla. Se mordió su primera respuesta furiosa. Atacando la decisión que sus padres habían tomado años atrás no iba a conseguir otra cosa que contrariarla aún más. Toda comunicación con Hannah era como mucho tentativa si no estaba rodeada por sus hermanas. Y si estaba tartamudeando delante de él, debía estar realmente contrariada. Le había costado muchos años de frustraciones descubrir el secreto de Hannah y el hecho de que sus hermanas la ayudaban a hablar en público.
Tomó un hondo aliento y lo dejó escapar, continuando con el suave masaje en la nuca, aliviando la tensión y el miedo que había en ella. Por primera vez, no huía de él y estaba decidido a no perder esta oportunidad.
– Yo soy parte de la familia, ¿verdad? ¿Por qué no me lo dijiste? -Apartó el dolor, mucho más a gusto con su temperamento. Había estado enojado durante demasiado tiempo, a cuenta de ella, y con ella.
– M-me sentía humillada por no p-poder controlarlo. -Hizo una pausa, inhalando una gran bocanada de aire y forzándose a dejar de tartamudear. Sus hermanas la habían ayudado uno o dos días antes, y si sólo permanecía calmada y hablaba despacio, estaría bien-. Alguien como tú, Jonas, alguien que ejerce tanto control sobre todo nunca podría entender lo que es estar tan fuera de control, tan asustado de todo. No creo haberte visto nunca asustado de nada ni de nadie.