No estaba mirándole, y su voz, tan baja y desamparada, le rompió el corazón.
– Tal vez no, Hannah, tal vez no tengo ni una maldita esperanza de entender por lo que pasas, pero el dejarme afuera no va a ayudar. Quiero estar ahí para ti. Quiero que confíes en mí.
Hannah lo miró, con los ojos muy abiertos, lágrimas bañándolos, pero sin llegar a caer.
– Confío en ti, Jonas.
El negó con la cabeza.
– No, no lo haces. No realmente. Pensaste que me burlaría de ti, ¿verdad?
Se presionó la mano contra el estómago.
– Lo odio. Odio que me veas tan… tan… cobarde.
– ¿Es así como te ves a ti misma? ¿Una cobarde? -Mantuvo su voz apacible, cuando en realidad deseaba estrangularla. Era la última persona en la tierra que podría calificarse de cobarde. ¿Por qué continuaba viéndose a sí misma tan negativamente todo el tiempo?
– Sabes que lo soy. Incluso me llamaste conejo cuando estabas en el hospital.
– Estaba drogado y rabioso como el infierno. Alguien me había disparado, Hannah, y tú y tus hermanas estabais en peligro. Sabía que me estabas dando tu fuerza. Te sentabas allí día tras día poniéndote cada vez más pálida y débil mientras yo me fortalecía. Eso me volvía loco. Todavía me vuelve loco cuando pienso demasiado en ello.
Se inclinó más cerca, enmarcándole la cara con las manos, y le dijo la verdad como la conocía.
– Se supone que yo debo cuidar de ti. Esa es la forma en que funcionan las cosas en mi mundo. Tal vez es machista o cualquiera que sea el término oficial, pero me gusta cuidar de ti y de tus hermanas. No quiero que sea al revés, especialmente cuando puedo ver como te apagas.
Le recorrió la mejilla con la yema de los dedos, trazando la forma de sus labios y se inclinó para rozar el más dulce de los besos sobre su boca.
Sorprendida, alzó las pestañas y su mirada chocó con la de él. Su corazón casi dejó de latir. Un pequeño roce y ella casi se derrite, perdonándolo todo, cada insulto, sus modales agobiantes y arrogantes. Perdonándole por dejarla sola, asustada y enfadada los últimos cuatro días.
– Devuélveme el beso, Hannah -la instigó, con dolor en la voz.
Al oír esa cruda necesidad su cuerpo respondió, aunque su cerebro le decía que tenía que haber algún error. Su boca era magia pura, igual que el resto de el. Oscuro y sensual y tan suave cuando todo lo demás en él era duro. Nadie besaba como Jonas, estaba absolutamente segura de ello, su lengua deslizándose contra la de ella hasta que estuvo perdida en su sabor y aroma y su pura sensualidad masculina.
Le ahuecó la cara con la mano, el pulgar deslizándose por la piel, su cuerpo acercándose, los brazos apretándola posesivamente. Era gentil, tierno incluso, y se sintió querida… deseada y amada.
Jonas levantó la cabeza y la miró, a los grandes ojos azules. Un hombre podía perderse allí, atrapado hasta el final de los tiempos, y a él le había sucedido. Ni siquiera le importaba. No quería escapar. Sus pestañas eran rubias, pero espesas y curvadas y tan condenadamente femeninas que hacía que le doliera por dentro. Su piel era la cosa más suave que jamás hubiera tocado. Era tan delicada, tan frágil. Y la mirada en su rostro, se la veía asustada de él, pero lo deseaba. Lo veía allí, junto con el miedo.
Podía tratar con su miedo. Solo tenía que ir lentamente, sin dejar que ella notara que quería devorarla, compartir su piel, encerrarse dentro de ella hasta que todos los problemas del mundo se terminaran y encontrara la paz nuevamente. Sólo tenía que controlarse… ¿y acaso no era famoso por su control?
Trazó su clásica estructura ósea con los dedos, tratando de absorberla dentro de su propia piel. Nadie tenía una estructura ósea como la de ella, era una de las cosas que la había hecho tan famosa y solicitada. Su piel era tan suave como parecía, tan perfecta que siempre se maravillaba al ver el reguero de tenues pecas que cruzaban su pequeña y recta nariz. Su boca era lujuriosa, hecha para ser besada, hecha para hacer que un hombre cayera de rodillas, para darle más placer del que jamás podría merecer. Había tenido suficientes fantasías acerca de su boca como para llenar una biblioteca.
Equilibró su peso, y acercó la cabeza los escasos centímetros que los separaban para tomar su boca nuevamente. ¿Qué había estado pensando acerca del control? En el instante en que se hundió dentro de su oscuro calor, su lengua acariciando la de ella, tomando su dulzura, saboreándola, supo que iba a perder todo el control rápidamente. Necesitaba más, necesitaba su piel contra la de él, su cuerpo envuelto apretadamente alrededor del de él. Siempre había sabido que sería así, nunca nada sería suficiente hasta que la tuviera toda…, hasta que cada centímetro de ella le perteneciera.
Ella tembló, algo entre el deseo y el miedo. Detuvo la mano que avanzaba poco a poco por debajo de la blusa y se retiró para mirarla otra vez.
Hannah tomó un hondo aliento y le dirigió una sonrisa tentativa.
– Ven conmigo a Nueva York -lo invitó, con una mirada tímida, esperanzada, la invitación era inesperada-. Ven al desfile de modas y ve lo que hago.
Todo en él se inmovilizo. Se apartó de ella, poniendo espacio entre ellos porque seguro como el infierno que no podía tocarla ahora y deseaba, no, necesitaba, hacer justamente eso y sería desastroso. Hannah era empática y repentinamente se habían metido en terreno peligroso.
– No puedo ir a algo como eso. -Se encogió ante la súbita aspereza de su voz, pero maldita fuera, lo había sorprendido. Nunca había sugerido siquiera que la acompañara. No se atrevía a aparecer en público con ella. Duncan estaba seguro de que nadie había dejado escapar su nombre, pero Jonas no se arriesgaría con la vida de ella.
La cara de ella se cerró, la esperanza retrocedió. Asintió.
– Entiendo.
– No, no lo haces. Quiero que te quedes en casa, Hannah. Ves, no hay razón para que te vayas. Quédate aquí donde perteneces.
Conmigo. Quédate conmigo. Sálvame. Sé mi todo.
– Tengo un trabajo.
Era un argumento manido y ambos lo sabían. Ella suspiró y sacudió la cabeza, sus largos rizos en espiral se dispersaron en todas direcciones. Algo en la forma en que se la veía tan derrotada, le desgarró el corazón.
– Hannah, iría contigo, pero no puedo. -Hubo un dolor involuntario en su voz. Sabía que debería sonar duro y enojado y dejarla pensar que todo era debido a que ella exponía su cuerpo, pero el lamento estaba allí y ella era demasiado rápida absorbiendo cosas como para ignorarlo. No debería haber venido aquí estando tan cansado y decaído y necesitándola, pero ahora era demasiado tarde.
La sospecha trepó hasta la expresión de Hannah y unió ambas manos contra su pecho, colocándole una palma sobre el corazón antes de que pudiera hacer nada para evitarlo, maldición. Sintió su espíritu moverse contra el de él. Si alguien le hubiera preguntado, hubiera negado la conexión, pero con Hannah la sensación siempre era fuerte. Lanzó bloqueos mentales tan rápido como pudo, una práctica que había comenzado años antes cuando se dio cuenta de que ella podía “leerlo” a voluntad, pero Hannah era demasiado rápida. Rasgó a través de su mente antes de que pudiera levantar los escudos y dejó expuestos sus más oscuros secretos. Sus manos se deslizaron bajando por la camisa hacia la herida en su costado. La palpitación se detuvo instantáneamente, al mismo tiempo que la cara de ella se iba poniendo cada vez más pálida.
Jonas atrapó sus manos y se las quitó de encima. Que curara sus heridas no era algo que deseara de ella. Lo había hecho una vez y se había quedado tan frágil que todavía no estaba completamente recuperada.
Ella se hundió nuevamente contra la pared, las manos cayendo a los costados, mirándole fijamente con sus grandes ojos azules, el silencio se alargó entre ellos, la tensión creció hasta que deseó golpearse la cabeza contra la pared debido a la frustración.