– Jonas…
Levantó la mano.
– No lo hagas. En serio no lo hagas, Hannah. No hablaremos de esto.
Sus ojos se encendieron al mirarlo. Las llamas, que no habían estado allí antes, crujieron en la chimenea. Los quemadores de la cocina saltaron hasta convertirse en anillos de fuego, brillando al rojo vivo, y supo que tenía problemas.
– Vamos a hablar de ello, Jonas. Nos lo prometiste.
– No lo prometí. Dije que no iba a trabajar más en el Departamento de Defensa y no lo hago… hacia.
– Estas trabajando encubierto, tú, mentiroso, y es peligroso como el infierno. -Su voz siseó, un látigo de furia que sólo Hannah podía esgrimir contra él. Podía azotarlo crudamente con su decepción y su miedo. Y estaba asustada. Exhalaba miedo, la emoción se derramaba fuera de ella como si se hubiera abierto un dique de par en par.
– Me estaba volviendo loco, Hannah, y me pidieron que hiciera un pequeño trabajo para ellos.
Se quedó en silencio un momento, sus ojos azules mirándole fijamente directamente a los suyos.
– Esa no es la verdad. Dime la verdad.
Suspiró y se peinó cabello con los dedos en un gesto de agitación.
– Mira, cariño, aunque quisiera hacerlo no siempre puedo contártela.
– Es por eso que continúas desapareciendo. ¿De que va todo esto, Jonas? Parecía que habías superado todo eso, al aceptar el puesto de sheriff en Sea Haven. Eras feliz otra vez. Te llevó tanto tiempo después de que regresaras. -Era verdad, había veces en que su aura había estado casi negra, y cuando lo tocaba, aunque fuera un breve roce de su mano contra él, la empática en ella retrocedía debido a la opresiva oscuridad que había en él.
¿Qué podía decirle a ella? Su existencia había sido una larga vida llena de muerte y destrucción, el lado más sórdido de la vida, los deshechos, los Señores de la droga, terroristas y mafiosos. Se había retirado a Sea Haven necesitando cambiar su vida antes de ahogarse en la sangre, la carnicería y la violencia de la que nunca parecía capaz de apartarse. ¿Cómo podía decirle que ella tenía que salvarle? Eso la asustaría a muerte, pero era la verdad. A veces pasaba que era demasiado como para permanecer sentado y no hacer algo real, como poner su vida en juego, y la necesitaba para que le llevara de regreso desde el borde del precipicio.
¿Cómo podía explicar cuán verdaderamente insensato podía ser? Cuando había visto como mataban a Terry, había saltado a plena vista, sin cobertura, y había empezado a disparar a los atacantes en un ciego arrebato, con una furia que se ubicaba en alguna parte entre el hielo y la furia candente, queriendo matarlos a todos. Hannah saldría huyendo y no podría culparla. Demonios, la mitad de las veces no podía entender por qué hacía ninguna de estas cosas que hacía. Sólo sabía que cuando estaba con ella, cuando podía verla y olerla y respirarla, su vida tenía cordura y significado.
Tendría que ser como Jackson, capaz de cortar todas las emociones y hacer el trabajo, pero nunca había dominado ese arte. Se preocupaba por sus hombres, por sus ayudantes, por la gente a la que protegía. Demonios. Hasta se preocupaba por las familias de los hombres a los que mataba. No podía desconectarse, nunca había sido capaz de hacerlo, y era excelente en lo que hacía, así que su antiguo jefe siempre estaba listo para confiarle otro trabajo.
– Jonas -repitió Hannah gentilmente, los dedos rozándole el rostro-. ¿Qué pasa?
Había desesperación en sus ojos, se le veía fuera de sí, sufriendo, no físicamente, sino puro dolor emocional, su corazón latía muy rápido, su cuerpo estaba casi rígido. Se estaba aferrando a ella con demasiada fuerza, su apretón la lastimaba, cuando siempre, siempre, era suave con ella.
CAPÍTULO 4
Hannah no sabía qué decir para aliviar el dolor de Jonas. Aún no entendía del todo su desesperación, pero veía que estaba en un punto límite y eso la conmocionó. Jonas era una roca en la que todos se apoyaban. Todo el mundo. Todos y cada uno de los habitantes de Sea Haven. Gente a lo largo de toda la costa. Los ayudantes. Los bomberos. Jonas Harrington era el hombre a quien acudir cuando había problemas, porque encontraba la forma de sacarte de ellos. Por primera vez, Hannah podía ver que Jonas tenía un verdadero problema y no por una herida que amenazase su vida.
– No entiendo qué pasa. Hazme entenderlo.
El cerró los ojos, apartando la vista, pero no había forma de desconectar sus sentidos. Ella estaba en todas partes, en su interior y no podía liberarse.
– Estoy perdido sin ti, Hannah.
Y que Dios le ayudara, era cierto. Había estado cayendo durante mucho tiempo y fuera peligroso o no, ella tenía que arrastrarle de vuelta a la luz, donde pudiera respirar de nuevo. Abrió los ojos, miró a los suyos y se encontró atrapado en ellos.
Hannah se arrodilló en el suelo frente a él y enmarcó su cara con las manos. Su corazón latía tan fuerte que tuvo miedo de sufrir otro ataque de pánico. Se estaba ofreciendo, y si él la rechazaba, le rompería el corazón sin remedio. Quedaría destrozada. Pero encontrar la forma de aliviar esa expresión en su cara, en sus ojos, eso era lo único que importaba ahora, no su orgullo o su miedo.
Se apoyó en él y besó la comisura de su boca. Él se quedó muy quieto, conteniendo el aliento. Lo besó en el otro extremo, esta vez deslizando la mano hasta su nuca para sostenerlo. Mordisqueó su barbilla, el labio inferior, imprimiendo más besos a lo largo de la mandíbula.
Jonas gimió y sus dedos se deslizaron por el pelo de ella, inclinándole hacia atrás la cabeza, su boca aferrándose a la de ella. Simplemente tomó lo que le ofrecía y al diablo las consecuencias. Tenía que poseerla. Siempre había sabido que Hannah era la única para él. Todas las demás mujeres palidecían a su lado.
Podría besarla eternamente. La sedosa calidez de su boca y su sabor dulce se convertían en una adicción. Una vez había pensado que, si la besaba, su necesidad desaparecería, pero ahora sabía que besarla por siempre no iba a ser bastante. La besó una y otra vez, profundizando más, con besos más eróticos. Ella le seguía voluntariamente, devolviendo los besos, deslizando las manos bajo su camisa para tocarle la piel desnuda. Su cuerpo se sacudió, se endureció, se estremeció de necesidad, pero no podía dejar de besarla, tomando su boca, la lengua indagando profundamente, deseando sus suspiros, necesitando que lo besara en respuesta con el mismo deseo creciente, tan fuerte, tan crudo, que le desgarraba el corazón.
Tenía que saborear su piel, su boca se apartó de la de ella, sólo un poco, siguiendo el contorno de la cara. Usó los dientes, un pequeño mordisco, sintió su reacción en respuesta y continuó bajando por su larga, hermosa garganta. Había soñado con recorrerla con la boca. Probablemente no había ni un centímetro cuadrado suyo con el que no hubiera fantaseado e iba a explorar cada uno de ellos.
El cuerpo de ella temblaba contra el suyo y se obligó a retroceder, respirando profundamente, presionando la frente contra la de ella, manteniéndola cerca.
– Tengo miedo, Jonas -admitió-. Esto podría ser un terrible error, uno que nunca podríamos deshacer.
El se retrajo. No podía perderla ahora. No podía. Estallaría en un millón de pedazos y nunca se recuperaría, nunca encontraría todas las piezas para juntarlas de nuevo. Demonios, ya estaba tan confuso, que Hannah era su última esperanza. La necesitaba desesperadamente.
– No he dormido en cuatro días, Hannah. A decir verdad, en semanas. No puedo detener mi cerebro y me ahogo.
Quería callarse. Era casi seguro que cualquier cosa que dijera haría que ella se asustase aún más, pero no podía dejarla marchar, ni podía retirar sus palabras. Sus manos le aferraron los brazos, presionando profundamente con los dedos. Su boca le había deslizado hacia el dulce olvido hasta que todo en lo que podía pensar era en estar profundamente en su interior, con su cuerpo envolviéndole apretadamente.