Se bajó los pantalones vaqueros por las caderas y su miembro saltó libre, erecto, duro y muy grueso. La mirada de Hannah bajó y se sonrojó. La sintió temblar. Él era grande y tal vez un poco intimidante para una mujer que nunca había tenido relaciones sexuales. Tomó aliento y luchó contra el deseo, tan intenso y tan brutal que lo sentía como una puñalada. Con Hannah no era sólo sexo, y eso era lo que estaba casi matándolo.
El amor duele. Un viejo cliché, pero descubrió que era cierto. Era un dolor físico, no sólo el agonizante puño de lujuria enfocado en su ingle, sino la tensión en su corazón. Había perdido la esperanza de conocer el amor verdadero. Había creído que no podría tener a Hannah, y ella era la única mujer que podría traer calor a ese lugar frío en su corazón, donde parte de él había perdido toda esperanza de humanidad. Ahora le traía de regreso a la vida y su corazón dolía, un dolor afilado y cortante que le decía que no iba a ser fácil amarla, tenerla, pertenecerle. Nunca se libraría de ella. Nunca volvería a estar entero sin ella.
Había miedo en sus ojos, por eso se inclinó hacia delante otra vez y capturó sus labios, besándola suavemente, tiernamente. Se afanó en robar su corazón para reemplazar el que ella le había quitado. La luz oscilante de las velas se derramaba sobre ella, prestando a su piel un fulgor de raso. Jonas empujó hacia abajo el escote de la blusa para dejar una huella de besos hacia los cremosos montículos del pecho.
Cuando sus manos subieron para desabrochar los botones, ella las cubrió con las suyas, deteniéndolo. La besó otra vez.
– Está bien, cariño. Sé que esto es correcto, Hannah. Confía en mí.
Quería que ella le cediera su cuerpo. Que fuera de él. Que le perteneciera. Ahora y siempre.
Ella tragó saliva e inclinó la cabeza, besándole a su vez, relajándose contra él mientras empleaba algunos minutos permitiéndose a sí mismo disfrutar de la calidez de su boca aterciopelada. Ella gimió suavemente y el sonido atravesó su cuerpo entero. Las manos fueron a sus hombros, los dedos se clavaron en los músculos de él, como anclándose, abrazándole fuertemente contra ella. Profundizó el beso de nuevo, no queriendo perderla, sus manos alcanzaron otra vez los botones de la blusa. Instantáneamente las manos de ella estuvieron allí para detenerlo.
Aún con su cuerpo bramando, el cerebro se las ingenió para resolver el problema. Apoyó su frente contra la de ella, respirando a través del deseo, girando las manos para restregar los tensos pezones con los nudillos, a pesar de su resistencia.
– Siempre me han gustado tus pechos, Hannah. Sé que el imbécil de Simpson hizo que te cohibieras por ellos, pero eres perfecta para mí. Adoro el hecho de que te derritas en mis manos, tan suave e incitadora. Demonios, cariño, eres tan condenadamente sexy que voy a tener un accidente bochornoso si no me dejas tocarte. Tengo que hacerlo. No puedo esperar.
Lo miró a los ojos y debió ver el hambre cruda en su mirada. Tragó saliva e inclinó la cabeza, pero conservó sus manos sobre las de él, aunque aligerando su agarre.
Jonas tuvo cuidado con ella. Era tan delgada, tan frágil. Podía palpar sus costillas y sus vértebras, su delgada cintura, pero los senos habían rehusado perder sus curvas aún cuando ella casi se mataba de hambre a petición de su agente. Eran llenos, suaves y generosos y Hannah trataba de esconderlos del mundo.
Lentamente le desabrochó los botones, se sentía como si fuese la mañana de Navidad y desenvolviera el regalo que había esperado toda la vida. Sus dedos acariciaron la sensible y cremosa piel, haciéndola temblar cuando la tela se separó y se abrió para revelar los senos llenos, exuberantes. Su aliento quedó atrapado en los pulmones.
– Dios mío, cariño, eres hermosa. No podía imaginarme esto y tengo una buena imaginación en lo que a ti se refiere.
Le bajó la blusa por los hombros, dejando que la tela flotara hasta el suelo mientras desabrochaba el sostén. Antes de que ella pudiera protestar, capturó su boca otra vez, introduciendo la lengua en la oscura cavidad de su boca, sus manos moldeaban los senos posesivamente, acariciándole los pezones con los pulgares.
– Tengo que conseguir tenerte en la cama, donde te pueda mirar y pueda sentirte a mi lado.
No quería correr el riesgo de atemorizarla siendo ella tan tímida con su cuerpo. ¿Quién hubiera pensado nunca que alguien tan hermosa como Hannah pudiera tener una imagen tan pobre e inexacta de su cuerpo?
Se estremecía cuando la levantó y la llevó a la cama, recostándola, observando cómo se extendía el pelo sobre la almohada, los pechos empujando incitadores hacia su boca. La piel de ella brillaba como crema luminosa a la luz de vela. El corazón le latía pesadamente en el pecho y su cuerpo reaccionó con otra dolorosa sacudida, tensándose. Ella era como una fiebre en su sistema, tan ardiente que temía que si no la poseía sufriría una combustión espontánea, pero si le decía que no, si estaba demasiada asustada, se detendría. Pasaría los siguientes cinco años en una ducha helada, pero se detendría. El amor le hacía eso a un hombre.
Se arrodilló en la cama, recorriendo con sus manos la piel de raso, ahuecándole los senos, recorriendo sus costillas hasta llegar a la cinturilla de los vaqueros.
– Levántate para mí, corazón.
Enlazó la mirada con la de él, hizo lo que decía y consintió en que le deslizara los vaqueros y la ropa interior por las caderas demasiado delgadas, bajándolos por las largas y gloriosas piernas. Echó a un lado la ropa y se recostó sobre ella, cubriendo el cuerpo desnudo con el suyo, centímetro a centímetro, lenta y devastadoramente, hasta que estuvieron piel contra piel. Ella estaba caliente y tan condenadamente suave que pensó que su cuerpo se hundiría, se derretiría, directamente en el suyo.
Ella emitió otro pequeño gemido que le estremeció hasta los dedos de los pies. Jonas cedió a la tentación. Ella le ofrecía el cielo, y él la deseaba, quería que le perteneciera en cuerpo y alma. Tenía poca práctica y él estaba… bien… él sabía exactamente lo que estaba haciendo.
La besó repetidas veces, ahogándose en su sabor, maravillándose de que supiera tan dulce por todas partes. Su piel tenía una fragancia adictiva y se tomó su tiempo, lamiendo y mordisqueándole la barbilla y la garganta, bajando hasta los senos. Ella contuvo el aliento cuando sopló aire caliente sobre sus pezones. Se estremeció cuando su lengua formó remolinos y la provocó, dando golpecitos a los duros picos antes de que su boca se cerrara sobre la incitadora tentación.
Hannah se quedó sin aliento, su cuerpo arqueándose, los senos sensibles, las sensaciones claramente conmocionándola cuando él succionó, la boca caliente, los dientes raspando sobre la piel, tirando fuertemente de su pezón. Su respiración se volvió trabajosa, el pecho subía y bajaba rápidamente. Él levantó la cabeza para contemplar el festín, inhalando su perfume y notando con satisfacción las marcas de su posesión. La piel de ella era sensible y se marcaba fácilmente, los pequeños mordiscos color fresa sólo acrecentaron la creciente lujuria más allá de lo que alguna vez había conocido.
Lamió los pezones, observándole el rostro, el oscuro rubor, los ojos vidriosos. Deslizó la mano más abajo, sintiendo cómo los músculos se contraían en el vientre y luego se tensaban bajo su palma.
– Jonas…
Susurró tal vez en señal de protesta, pero él agachó la cabeza otra vez, tomando el pezón entre los dientes, rodeándolo y tirando suavemente, su lengua raspando sobre la punta hasta que ella jadeó y sus caderas se levantaron para él. Deslizó la mano hacia arriba entre sus muslos, en la acogedora humedad. El corazón le daba bandazos en el pecho. Su miembro se sacudió, hinchándose hasta que pensó que explotaría.