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Sus ojos encontraron los de ella. Parecía tan deslumbrada y aturdida, tan absolutamente erótica allí, tendida con los dedos enredados en su pelo, una tímida confianza mezclada con sobresalto en la cara. Cubrió su monte de Venus, tan caliente que sintió la mano abrasada cuando le chupó el otro pezón, manteniendo su mirada fija en la de él. La cabeza golpeando en la almohada.

Deslizó un dedo dentro del cremoso calor y ella gritó su nombre, su apretada funda sujetándolo fuertemente mientras los músculos protestaban por la invasión.

– Está bien, cariño -la apaciguó-.Te he deseado desde hace tanto tiempo que creo que voy a tener que tomarme mi tiempo lamiéndote como a un caramelo. Te gustará, cariño, te lo prometo.

Besó su vientre.

– Tienes que confiar en mí, sólo relájate para mí.

Hannah clavó los ojos en su cara, arrasados de oscura sensualidad, los ojos de él estaban oscuros por el hambre y la miraban fijamente. Le clavó los dedos en los músculos abultados de los hombros mientras se preparaba a sí misma para las sensaciones que mecían su cuerpo. Estaba perdida en una tormenta de placer que se cernía sobre ella como una ola gigantesca. Le necesitaba- necesitaba algo- la fuerza aumentaba dentro de ella como un huracán. Temblaba y no podía detenerse. Dejaba escapar pequeños quejidos y no podía detenerlos tampoco.

La boca de él se movía sobre su vientre, la lengua lamía su ombligo, los dientes la mordían, el cabello acariciaba su piel sensible. Se quedó sin aliento de nuevo, casi cayéndose de la cama cuando sus manos le separaron los muslos. Observó su cabeza descender cada vez más, por debajo de sus caderas y se quedó congelada, incapaz de pensar. Sólo su cuerpo reaccionó.

– ¿Jonas? -No podría yacer inmóvil. Le ardían los pulmones, sin aire, y maldijo la unión entre sus piernas que quemaba.

– He esperado esto toda una vida, cariño, sólo dame un minuto. Necesito esto. Su voz era cortante, con un hambre oscura-. Eres mía ahora, Hannah. Y tu cuerpo es mío. Para adorarlo. Para jugar. Para usarlo. Para amarlo.

Era un hombre hambriento, adicto antes de haberla probado.

Sus manos le alzaron las caderas al tiempo que agachaba la cabeza y con la lengua daba un largo y lento lametón a la suave carne. Ella gimió y el aliento se detuvo en sus pulmones, el tiempo dejó de existir cuando empezó a hacer lo que había prometido: lamerla como a un caramelo. Su lengua empujaba profundamente dentro de su centro, provocando destellos que le serpenteaban por el cuerpo. Involuntariamente sus manos se aferraron a la colcha y la cabeza se meció adelante y atrás salvajemente. Él acariciaba y mordía, profundamente insertado y provocando su humedad. Se dio un banquete y la devoró.

Su cuerpo se contrajo tensándose más y más, un nudo de sensibles músculos estallaron mientras esa lengua lamía, acariciaba y succionaba. En su interior, cada secreto oculto, cada reacción íntima quedaron revelados. La cegaba de placer, la volvía loca, el fuego ardía tan caliente y tan fuera de control que ya no sabía quién era. Se oyó a sí misma llorando, implorando, mientras él la empujaba más y más alto.

– No puedo controlarlo…

Necesitaba detenerse, recobrar el aliento. La presión continuaba implacablemente, aumentando a través de su cuerpo. Sintió como si estuviera a punto de desintegrarse. Los brazos de él eran como bandas de acero, manteniéndola sujeta, mientras su boca encontraba el clítoris y succionaba. Gritó y su cuerpo pareció volar y hacerse pedazos. Destrozada. Se retorcía y balanceaba, incapaz de pensar, incapaz de saber si luchaba contra él o le suplicaba más.

Las sensaciones eran aterradoras, oleada tras de oleada, hasta que su boca la llevó a un segundo orgasmo. Mientras gritaba otra vez, él se colocó sobre ella, apartándole los muslos. Parecía tan sensual, tan famélico.

– No puedo, Jonas. Es demasiado.

– Sí, Hannah. Es lo que quieres, lo que yo quiero. Confía en mí para llevarte y traerte de vuelta. Déjame tomarte de todas las formas posibles.

No iba a sobrevivir si había más placer. Estallaría en un millón de pedazos y no habría forma de juntarlos, pero él parecía pecaminosamente sexy y ella quería lo que pudiera darle, no importaba cuán asustada estuviera. Se tragó el miedo y lo miró avergonzada.

– Tengo miedo de mí misma, no de ti, Jonas.

– Lo sé, cariño. Lo estás haciendo bien. No voy a detenerme y dejarte recobrar el aliento esta vez. Voy a llevarte directamente más allá del límite conmigo.

La respiración de Jonas era áspera, sus dientes se apretaron con fuerza y se movió. Sintió la gruesa cabeza de su erección presionando contra su entrada, ahora caliente y resbaladiza por la crema que él había sacado de su cuerpo. Entonces la estiró, la sensación fue casi una quemadura cuando presionó más profundamente, atravesando los apretados pliegues, forzando sus músculos a acomodarle. Le sentía grueso, demasiado grande, imposible que entrara en ella, y entonces empujó fuerte y profundo, atravesando la delgada barrera, entremezclando dolor con placer cuando las terminaciones de sus sensibles nervios gritaron de necesidad. Destruyó su control con aquél duro empuje, luego comenzó a sacarla de la realidad hacia un éxtasis enloquecedor.

Jonas trató de recobrar alguna semblanza de control, pero el cuerpo de ella sujetaba el suyo como un apretado puño de terciopelo, tan caliente como para abrasar. Apoyó las manos junto a sus hombros, su cuerpo cubriéndola, e inclinó la cabeza. Su boca tomó la de ella y empezó a introducirse rítmicamente a través de los músculos interiores tan tirantes y renuentes, que le sujetaron cuando se zambulló más y más profundo.

Hannah estaba sin aliento, sus caderas se elevaban para encontrar cada empuje. Los poderosos golpes la condujeron más alto, más cerca de la liberación que él quería darle, aunque la retuvo, obligándola a llegar juntos al final.

Separó la boca de la suya, respirando profundamente, empujando más fuerte, sintiendo los músculos femeninos calentarse, transformándose en seda viva, pulsando a su alrededor. Ella se agitó más fuerte bajo él, debatiéndose entre luchar o atraerlo más cerca. Murmuraba algo, un pequeño grito de alarma, clavándole las uñas profundamente.

Hannah no estaba preparada para el doloroso placer que arrasaba su cuerpo, la presión que crecía y crecía hasta que se encontró luchando por respirar. Cada empujón la hacía perder el control y desenfocaba su visión. Por encima de ella, Jonas era el epítome del pecado carnal, el pelo húmedo, la cara tallada por las líneas de la pasión, el aliento áspero mientras su cuerpo montaba el de ella más duro y más profundo, tan profundo y caliente que quería… no, necesitaba… deshacerse.

El le elevó las piernas sobre sus brazos, sus caderas empujaron aun más profundo hasta que los músculos pulsaron alrededor de él, estrechándole fuertemente, apretando hasta que soltó un ronco grito y el mundo alrededor de ella se volvió negro y después se llenó de colores. La explosión desgarró el cuerpo de ella, una tormenta de tal intensidad que ya no pudo gritar más. Los múltiples orgasmos la atravesaron, uno tras otro, aumentando en fuerza, los espasmos de su cuerpo rodeando el de él.

Jonas no podía contenerse con el cuerpo de ella ondeando y pulsando a su alrededor como un puño caliente y sedoso. Su liberación llegó con un placer rudo y violento, bramando imparable desde los dedos de los pies y derramándose desde su cabeza para enfocarse en su ingle. Sintió una cálida pulsación tras otra en su interior, llenándola, acrecentando las ondas del clímax hasta que ella se arqueó, enviando otro relámpago de placer que le atravesó. Colapsó sobre ella, su respiración era dificultosa, los pulmones le ardían y el cuerpo le temblaba. Se enjugó el sudor de la frente y trató de calmar el golpeteo de su corazón. Nada había sido nunca tan bueno.