De ninguna manera iban a conseguirla.
Jackson metió un cargador lleno en el arma de Jonas y le puso ésta en la mano.
– Estás bien para caminar. -Puso en la recámara del arma un cargador lleno y cambió el peso sobre las puntas de los pies-. Voy a alzarme un poco a la parte de arriba para cargarme a unos cuantos, Jonas. Tú pon otro vendaje de presión en la herida de tu costado, y no importa lo que pase, permanece en pie. Voy a sacudir las cosas un poco en unos minutos y tienes que estar listo para correr.
Jonas asintió. El sudor goteaba por su cara y perlaba su cuerpo. Sip. Estaba listo para correr -y dar con la cara en el suelo- pero se mantendría en pie y con el arma lista y respaldaría a Jackson en cualquiera que fuera el alocado plan que tuviera. Porque, al final, siempre podía contar con Jackson.
Jackson se fundió en la noche silenciosamente, como siempre hacía. Había vuelto a casa con Jonas cuando ambos acabaron hartos de la muerte de vivir entre las sombras, cuando Jonas empezó a echar de menos endemoniadamente a su familia adoptiva. Se unieron al departamento del sheriff y habían vivido una vida cómoda hasta que Jonas había conseguido que le dispararan en el trabajo y se volvió inquieto y nervioso durante la recuperación. Su antiguo jefe, Duncan Gray, de un equipo especial enterrado profundamente en el Departamento de Defensa, había venido a verle. Jackson le habría lanzado una mirada dura y habrían permanecido a salvo. Pero no, Duncan había sabido como entrarle a Jonas, porque Jonas caía con la frase "te necesitamos" cada maldita vez.
Era un infierno lo que había hecho, arrastrar a Jackson a este embrollo. Y no era la forma en que había planeado morir, una suave misión de reconocimiento con los rivales de Nikitin para ver quién iba y venía y por qué. Nada especial, pero ahí estaban, disparos y sangre volando por todas partes. Jonas abrió el paquete de vendaje de presión con los dientes y lo sacó de la envoltura, apretándolo en su lugar antes de poder pensarlo demasiado.
El fuego le desgarró, apuñalando tan profundamente que su cuerpo se estremeció en reacción. Tuvo que mantenerse en pie aferrándose con fuerza al contenedor de basura, ¿no se suponía que esto era sanitario? Demonios, ésta vez tenía auténticos problemas. Se tambaleaba, la única cosa firme era el arma en su mano.
Buscando en su bolsillo, sacó una fotografía, la única que llevaba, la única que importaba. Debería haberla destruido. Podía ver su propia cara, la terrible y cruda verdad capturada en carrete. Bajaba la mirada hacia una mujer y el amor en su cara, el hambre cruda, era tan evidente que resultaba una traición, allí para que todo el mundo -incluso él- la viera. Su dedo se deslizó sobre el papel satinado, dejando una mancha de sangre. Hannah Drake. Supermodelo. Una mujer con extraordinarios y mágicos dones. Una mujer tan lejos de su alcance que bien podría intentar mejor alcanzar la luna en el cielo.
Oyó pasos y el susurro de ropa deslizándose contra la pared. Metiendo la foto de vuelta en el bolsillo de su camisa, cerró su corazón, y sacudió la cabeza para aclarársela. Más sudor goteó en sus ojos y se lo limpió. Los culo-prietos llegaron primero, quedándose entre las sombras pero avanzando definitivamente. El sudor hacía que le picaran los ojos, y la sangre corría firmemente por su costado hasta su pierna, mezclándose con la lluvia que había empezado a caer en un chaparrón implacable. Estabilizó el arma y esperó.
Al final del callejón, un hombre cayó y el primer disparo llegó casi simultáneamente. Jackson era un infierno sobre ruedas a esa distancia. Tendido en lo alto del edificio, podía escoger simplemente entre ellos si eran lo bastante estúpidos como para seguir avanzando, y ahí estaban. Jonas se tomó su tiempo, esperando el fogonazo de un cañón cuando uno delatara su posición disparando hacia arriba a Jackson. Jonas entrecerró la mirada y contó hasta dos de ellos, pero la entrada del callejón todavía parecía muy lejos cuando el fuego punzante se extendía por su cuerpo y su sangre estaba derramándose por todo el suelo.
No seas un asno debilucho. No vas a morir en este sucio callejón derribado por unas pocas ratas medio muertas. Se habló severamente a sí mismo, esperando que la charla animada evitara que cayera de cara al barro. El problema era, que no sólo eran ratas medio muertas, eran auténticos mercenarios, entrenados en tácticas como lo habían sido Jackson y él, e iban a tomar el tejado también. Oía ruidos en el edificio de su espalda, el edificio que debería haber sido un almacén vacío.
El asesinato captado en la cinta de video esta noche bien valía un montón de vidas. Jackson disparó de nuevo y otro cuerpo cayó. Jonas esperó el destello del disparo de respuesta, pero ni una sola bala fue disparada. Gimió suavemente y la comprensión le golpeó. Ellos conocían su posición exactamente. Debería haberse movido en el momento en que había disparado. Estaba incluso más ido de lo que había pensado. Tragó con fuerza y se quedó a cubierto, intentando ser parte del contenedor, sabiendo que tenía que salir de allí, pero temiendo que sus piernas no le sostuvieran. Una oleada de mareo le golpeó con fuerza, casi echándole a tierra. Aguantó denodadamente, respirando en profundidad, desesperado por permanecer en pie. Una vez cayera, nunca sería capaz de volver a levantarse.
Jackson salió de entre las sombras, con sangre goteando del pecho y el brazo, la cara sombría y los ojos salvajes. Tocó su cuchillo y dibujó una línea a lo largo de su garganta, indicando otra muerte, y esa muerte había sido entre Jackson y Jonas, lo que significaba que estaban rodeados. Levantó cuatro dedos y dirigió la atención de Jonas a dos posiciones cerca y dos tras ellos. Señaló arriba.
Jonas sintió a su corazón saltarse un latido. No había forma de que pudiera subir tres pisos de altura por una escalera de incendios. Dudaba que pudiera haber soportado la tortura de correr callejón abajo, pero eso parecía endemoniadamente mucho más fácil -y corto- que subir tres pisos. Tomó aliento, ignorando la protesta cuando mil cuchillos sin filo se retorcieron en sus entrañas, y asintió en acuerdo. Era su única oportunidad de escapar.
Jonas dio un paso alejándose del receptáculo, siguiendo a Jackson. Un paso y su cuerpo se subió por las paredes por él, el dolor le estrujó, robándole toda capacidad de respirar. Mierda. Iba a morir en este maldito callejón, y peor aún, iba a llevarse a Jackson con él, porque Jackson nunca le dejaría.
Sus enemigos se acercaban en todas direcciones y simplemente no había forma de que pudiera subir por esa escalera de incendios. Necesitaban un milagro y lo necesitaban rápido. Había un único milagro con el que pudiera contar, y sabía que ella estaba esperando su llamada. Siempre sabía cuando estaba en problemas. Jonas había pasado toda una vida protegiéndola, deseándola tan intensamente que se despertaba noche tras noche, sudando, con el nombre de ella resonando en su dormitorio, su cuerpo duro, tenso y tan endemoniadamente incómodo que algunas veces no estaba seguro de poder contenerse de aceptar trabajos como este en el que estaba metido, porque estaba condenado si no conseguía aniquilarla.
Aún así, no tenía elección. Ella era su as en la manga y no tenía más opción que utilizarla, si quería sobrevivir. Se extendió en la noche y conectó con una mente femenina. La conocía. Siempre la había conocido. Podía evocarla en su mente de pie en la almena del capitán de cara al mar, sus rizos platinos y dorados cayendo en cascada por su larga espalda todo el camino hasta su lujurioso trasero, su cara seria, mirando al mar, esperando.
Hannah Drake. Si inhalaba, podía respirarla. Ella sabía que estaba en problemas. Siempre lo sabía. Y que Dios le ayudara, quizás de eso trataba todo esto. Quizás deseaba su atención -necesitaba su atención- y esta era la única forma que le quedaba para conseguirla. ¿Podía estar tan jodidamente desesperado que arriesgaría no sólo su vida sino también la de Jackson? Ya no sabía qué estaba haciendo.