– ¿A quién tiene Hannah como seguridad?
– El idiota de su agente contrató a alguien. No puedo esperar para decirle que está despedido.
Las cejas de Sarah se arquearon de repente.
– ¿Vas a despedir al agente de Hannah? ¿Lo sabe ella?
– En realidad me importa un bledo.
– Jonas eres tan arrogante. Eso no te va a llevar a ningún sitio con Hannah.
– Ser amable tampoco me ha llevado a ningún sitio.
Sarah casi se ahogó.
– ¿Amable? ¿Has sido amable con ella?
– Considerando lo que quería hacer, sí, he estado siendo amable. Deja de distraerme. Necesito resolver esto. ¿A quién tenemos en Nueva York?
Sarah sabía que estaba pensando en voz alta y se abstuvo de responder. No había nadie en Nueva York. Ninguna de sus hermanas estaba siquiera en el país. Se sentía impotente para advertir a Hannah. Se presionó fuerte los dedos contra la sien intentando detener el punzante dolor. A lo mejor estaba permitiendo que Jonas la asustara. Quería que ese fuera el caso, pero estaba tan asustada de que no pudiera serlo. Sabía -sabía- que Hannah estaba en dificultades. Ahora sentía el conocimiento profundamente en los huesos y estaba a miles de millas sin forma de advertir a su hermana.
Miró al aparato de televisión esperando que acabara la pausa publicitaria para poder ver a su hermana recorriendo la pasarela. Hannah lo sabría. Sarah se cruzó los brazos sobre la cintura y se abrazó fuertemente.
– Ella lo sabrá, Jonas. Exactamente como tú… como yo. Sabrá que está en peligro y será cuidadosa.
Jonas le lanzó una rápida mirada de reprimenda. Era una experta en seguridad. El desfile de moda y la fiesta que tendría lugar después eran la pesadilla de un guardaespaldas y ella lo sabía. Había trabajado de guardaespaldas durante un tiempo, y toda aquella gente comprimida en una habitación con bebida, bailando y con música salvaje iba a ser el peor escenario posible para mantener a un cliente a salvo.
– Lo sabía antes de irse o no me habría pedido que fuera con ella -dijo Jonas-. Y aun así fue. Maldita sea por eso.
– Jonas, eso no va a ayudar. Hannah tiene un trabajo que hacer. Si da su palabra de que va a estar en algún sitio, tiene que estar allí. Su palabra es tan importante como la tuya. La gente cuenta con ella. Tener a Hannah desfilando con su ropa puede significar una temporada de éxito. Es importantísimo tenerla a bordo.
– No puedo creer que estés defendiendo lo que ha hecho. Su vida está en peligro, Sarah. ¿Puedes entenderlo? Su vida. Está arriesgando su vida por un jodido desfile de moda. ¿Dime en qué sentido eso no es definitivamente una locura?
CAPÍTULO 6
Hannah sonrió y saludó con la mano en lo que le pareció la milésima vez en diez minutos. Estaba agobiada al máximo y había señalado a su agente, Greg Simpson, numerosas veces que necesitaba salir. Él no había hecho nada, ignorando deliberadamente sus frenéticos movimientos. Había sido bastante difícil hacer el desfile, quedándose sola para atender la fiesta posterior y Greg estaba enterado de ello. Tuvo el buen juicio de derramarle la bebida justo delante y él había tenido que salir. Le envió un pequeño zumbido de advertencia, pero él sólo le dirigió una mirada sofocada, dándole la espalda, y continuó hablando con Edmond y Colese Bellingham, los diseñadores top de la temporada.
Hannah suspiró, sabiendo que estaba enfadado con ella por su decisión de irse. Sopló un rápido beso hacia Sabrina, una modelo a la que quería genuinamente. Sabrina le mandó un beso de vuelta y puso los ojos en blanco, antes de devolver su atención a uno de los muchos actores que la rodeaban y que no tenía ninguna maldita oportunidad con ella.
– Hannah, esta noche estás magnífica -Russ Craun la saludó y se inclinó para darle un beso, entregándole una copa de líquido espumoso mientras lo hacía.
Hannah giró la cabeza para asegurarse de que los labios aterrizaban en su mejilla, mirando el reloj mientras tomaba la copa. Sus hermanas normalmente le daban un pequeño empujón para evitar que tuviera un ataque completo de pánico mientras trabajaba, pero estaban fuera de la ciudad y ella estaba muy inestable.
Russ era un amigo, un futbolista prominente con reputación de juerguista pero ella lo encontraba muy dulce. Asistían en buena medida a las mismas fiestas y había hecho un esfuerzo por hablar con ella sin intentar algo más que un coqueteo inocuo. Más de una vez había venido a rescatarla cuando los hombres se agolpaban demasiado cerca.
– ¡Russ! Es siempre un placer verte. -Echó una mirada alrededor-. ¿A quien has traído contigo esta noche?
Generalmente tenía citas con jóvenes y bonitas actrices que se colgaban de su brazo y le miraban fijamente con adoración. Nunca duraban mucho, pero quedaban bien en las revistas y mantenían su nombre en la primera plana de los periódicos.
– He venido solo, esperando que no tuvieras pareja.
Hannah rió.
– Sabes que nunca traigo pareja. -Tomó un pequeño sorbo de champán y dejó que el fuego se deslizara por su garganta. No era muy bebedora, pero necesitaba algo que le permitiera pasar los próximos minutos hasta que pudiera apartarse de esta multitud y llegar a la seguridad de su habitación de hotel.
– ¿Y eso por qué? -preguntó Russ, cogiéndola de la mano y guiándola a través de la enorme habitación. La fiesta estaba pulsando de vida y música, el sonido era alto y las conversaciones empujando el sonido a su nivel más alto aún. Abrió las puertas del balcón y la condujo fuera-. Esto está mejor.
Hannah asintió de acuerdo y dio un paso acercándose a la barandilla. Colocando la copa en el brillante mármol, aferró el borde con ambas manos y echó la cabeza hacia atrás para inhalar profundamente.
– ¿No te encanta la noche? Las estrellas son como gemas. -Levantó los brazos hacia la luna, el largo cabello derramándose a su alrededor, la cara alzada hacia el oscuro cielo.
– ¿Haces eso deliberadamente? -Preguntó Russ-. La luz de la luna se derrama sobre ti y te pone en el centro de su haz. Tu pelo se vuelve platino y oro y pareces la mujer más hermosa del mundo con una piel suave, tentadora y unos ojos misteriosos y los labios más pecaminosos y besables que he visto nunca.
Hannah parpadeó y después rompió a reír.
– Dime que no utilizas esa frase con tus novias. No es posible que puedan enamorarse con eso.
El sonrió.
– ¿Qué mujer no querría que le dijeran que sus labios son una pecaminosa tentación?
– Eso era mi piel, mis labios son pecaminosamente suaves -señaló.
– ¿No te ha dicho nunca tu novio que eres una pecaminosa tentación? -preguntó.
Hannah dudó. La pregunta siempre la desconcertaba. No tenía novio. En realidad nunca había tenido novio. Sólo había un hombre que le interesara y él se la comería viva. Se ruborizó con el pensamiento. Pero Jonás quería a alguien muy diferente y Hannah nunca podría ser esa persona. Lo había intentado. Él no se había dado cuenta de que lo había intentado, pero lo había hecho. Sólo mirar a Jonás hacía daño. Se tocó los labios. Todavía podía sentir su beso. Un crepitante, deslumbrante momento que le paraba el corazón cada vez que lo pensaba.
Su cuerpo hormigueó, se calentó con el recuerdo de las otras cosas que Jonas Harrington le había hecho. Sus manos en ella, su boca sobre la de ella, su cuerpo llenando el de ella, moviéndose dentro de ella. Luchó para evitar ruborizarse, porque las cosas que Jonas había hecho harían que cualquiera se ruborizara, pero no podía decir que fuera su novio. Habían tenido un sexo estupendo. Sexo alucinante. La clase de sexo que no había sabido que existía, pero como siempre, se habían peleado y él había terminado furioso, desilusionado y cortante. Nadie la podía cortar como hacía Jonás. No, no podía decir que fuera su novio.