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– No me digas que no tienes novio -dijo Russ, empujándola más cerca de la barandilla.

A Hannah le disgustaba que la mayoría de las personas la tocara. Detestaba esa pequeña rareza suya. Quería ser amigable y fácil como Sabrina, pero cualquier compañía hacía que empezara un ataque de pánico y una multitud como esta la devastaba. Era humillante ser una mujer adulta, con éxito en los negocios, pero incapaz de controlarse ni siquiera como podría hacer un niño.

– ¿Por qué siempre haces un intento, Russ, cuando sabes que voy a decirte que no? -preguntó, manteniéndose en su sitio por consideración al orgullo.

La mueca de él se ensanchó, llegando a ser diabólica.

– Por dos razones, Hannah, mi pequeña tentadora. Primero, quizás tenga suerte y cambies de opinión. Y segundo, adoro la mirada atrapada que pones en la cara justo antes de que decidas decepcionarme suavemente. -La alcanzó, enjaulando su cuerpo mientras recogía la copa y se la daba. Alzando la suya, le hizo un guiñó-. Por otro rechazo.

Hannah le vio tomar un sorbo, una pequeña mueca tiraba de su boca.

– No seas tonto. Me pides salir cuando tienes a una mujer del brazo. Nunca has hablado en serio

– Por supuesto que hablo en serio. Cualquier hombre hablaría en serio tratándose de una oportunidad contigo, Hannah. ¿Quién es el hombre misterioso y por qué nunca viene contigo?

Hannah tocó la copa con los labios, pero no bebió realmente, una artimaña que muchas de las modelos usaban cuando asistían a acontecimientos importantes.

– Eso no es asunto tuyo.

– ¿Quieres decir que protegerte de otros hombres no merece su tiempo? Porque si me pertenecieras a mí estaría justo a tu lado, asegurándome de que los hombres como yo no se te acercaran. -Tomó otro sorbo, inclinando la cabeza para estudiar su cara-. Quizás no te merezca.

Hannah se encogió de hombros al mismo tiempo que tomaba otro trago. Le quemaba mientras bajaba, pero necesitaba de la pequeña falsa confianza en esta conversación extraña e inesperada. Jonas probablemente se reiría si supiera que pensaba en él como suyo. Peor, se enfadaría con ella y la acusaría de utilizarle para mantener a otros hombres a distancia y quizás lo hiciera. Nunca había habido espacio para ningún otro hombre. Jonas había ocupado todos sus pensamientos desde el momento que le conoció y se temía que siempre fuera así, incluso mucho tiempo después de que él se casara con otra persona y se estableciera para tener una familia propia. Habían tenido sexo alucinante y él iba a casarse con otra y ella iba a acabar como una vieja y extraña dama con gatos por todas partes.

Eso la hizo desear llorar. El líquido de su bebida comenzó a burbujear y puso automáticamente la mano sobre el borde de la copa. Tenía que mantener el control y cualquier pensamiento sobre Jonas siempre le robaba el control. Todavía podía oír sus propios gritos suaves mientras la lengua de él hacía una lenta incursión sobre cada centímetro de su cuerpo. Tomó otro trago y permitió que el fuego se asentara en su estómago.

– Ves, ya estás. -Russ pasó los dedos por su cara como si estuviera borrándole la expresión-. Pareces tan triste. No me gusta verte triste, Hannah. Dame una oportunidad. Yo no pondría esta mirada en tu cara.

Forzó una sonrisa rápida.

– Russ, eres un coqueto y un poco un perro de caza. Nunca te he visto con la misma mujer dos veces. Duraría una noche y hasta la próxima.

– Quizás sólo necesito una buena mujer para enderezarme.

– Estás bien como estás. Cuando encuentres a la mujer correcta, querrás establecerte. -Miró el reloj, ansiosa ya de que el temor creciente en su interior provenía del conocimiento de que el empujón que sus hermanas le daban para evitar los ataques de pánico estaba desapareciendo. Habían estado demasiado tiempo fuera del país y su nivel de ansiedad estaba subiendo más rápido de lo normal, sus pulmones luchaban buscando aire cuando se debería haber sentido mucho mejor fuera, lejos de la multitud.

Para calmarse tomó otro sorbo cauteloso de champán. No tocaba el alcohol muy a menudo, y la bebida golpeó duramente su ya revuelto estómago. El calor y el frío la atravesaron. De repente tuvo náuseas. Su corazón reaccionó, latiendo aceleradamente mientras se giraba lejos de Russ, entregándole la copa mientras lo hacía.

Russ colocó las copas sobre la barandilla y le cogió del brazo.

– Pareces un poco mareada. ¿Estás bien? Puedo llevarte al hotel.

Hannah permaneció silenciosa, evaluando su cuerpo. Era una Drake y las Drake tenían dones especiales. De repente, su cuerpo se oponía violentamente a la bebida. Que extraño. Se presionó una mano contra la boca y trató de alejarse de él. Russ apretó su agarre mientras ella se balanceaba.

– ¿Hannah? ¿Estás enferma?

– Señorita Drake. Encantado de verla otra vez.

Hannah se puso tensa cuando oyó el característico acento ruso. Se dio la vuelta lentamente para encontrar a Sergei Nikitin, el gángster ruso, sonriéndole con unos dientes blancos brillantes. Gozaba de las cosas buenas de la vida; sus trajes y zapatos italianos costaban tanto como un pequeño coche. Todo lo que tenía, lo había conseguido a costa del sufrimiento de alguien.

Hannah sentía el mal en él cuando estaba tan cerca, y no ayudaban la náusea que le revolvían el estómago. Miró tras él y su mirada fue atrapada y retenida por Ilya Prakenskii. Por un momento no pudo respirar, incapaz de apartar la mirada de sus fríos y despiadados ojos. Se le consideraba el asesino a sueldo de Nikitin, y en el pasado había sido entrenado por la policía secreta rusa. Extrañamente, Hannah no podía sentir nada -ni bueno ni malo- cuando estaba cerca de ese hombre.

– Señorita Drake -asintió Ilya con la cabeza, colocándose delante Nikitin para agarrarla del codo y apartarla del apretón de Russ-. Pareces enferma. ¿Necesitas ayuda?

Hannah se echó el pelo hacia atrás con una mano temblorosa. Se sentía mareada y desorientada. Necesitaba tumbarse. Debería haber sentido miedo de Ilya, quizás lo tenía, pero él era fuerte y la sostenía y se sentía confusa así que permaneció inmóvil, temerosa de que si trataba de huir caería de bruces. Si contestaba quizás enfermaría.

– ¿Hannah? -Ilya preguntó otra vez, con voz baja, pero exigente. Le levantó la cara, mirándola fijamente a los ojos.

– Estaba a punto de llevarla a su casa. -dijo Russ, frunciendo el entrecejo a la manera despótica de un guardaespaldas.

Hannah sacudió la cabeza, presionándose una mano sobre el estómago. Las modelos no vomitaban en las fiestas justo después del mayor desfile de Estados Unidos. Desesperada, enjugó las gotas de sudor de su cara y trató de dar un paso lejos de Ilya.

Ilya echó un vistazo sobre el hombro a las dos copas puestas en la barandilla y un silbido bajo escapó entre sus dientes. Mientras extendía la mano hacia la copa de Hannah, Russ retrocedió para evitar su brazo y golpeó la barandilla, enviando ambas a estrellarse abajo, en el jardín.

– Quédate quieta, Hannah -instruyó Ilya-. Si quieres volver al hotel, estaremos más que encantados de acompañarte.

Sergei Nikitin sonrió otra vez, pareciendo más tiburón que nunca.

– Por supuesto, señorita Drake, sería un honor dejarla a salvo en su hotel. -Volvió su atención hacia Russ-. Usted es el futbolista.

Su acento se había espesado, mala señal, pensó Hannah. Tenía que hacerse cargo de la situación o su familia acabaría aún más en deuda de lo que ya estaban con los rusos, y no que quería a Nikitin en ningún lugar cerca de su hermana Joley. Estaba confundida y desorientada y muy, muy enferma del estómago, pero se aferró a eso. Sergei Nikitin no era un buen hombre y tenía el mal hábito de aparecer dondequiera que su hermana actuaba, buscando una presentación.

Hannah hizo un concentrado esfuerzo por apartarse de Ilya y alcanzar el brazo de Russ. Ilya se movió sin parecer que se movía. Deslizándose. O quizás sus músculos sólo se tensaron. Lo que fuera que ocurrió, de repente estaba sólidamente entre ella y Russ. Ilya habló en ruso con su jefe.