Hannah frunció el ceño. Sabía ruso y podía haber jurado que había ordenado a su jefe vigilar al violador mientras él se ocupaba de ella. ¿Violador? Debía haber entendido mal. Russ era su amigo. ¿Dónde estaba su agente? Necesitaba salir. Todo era demasiado complicado y definitivamente iba a vomitar sobre el guardaespaldas del gángster ruso.
Nikitin contestó y la cara de Hannah perdió todo el color. Se sintió palidecer. Le dijo a Ilya que tirara al bastardo por encima de la barandilla. Lo entendió sin ningún problema. No tenía fuerzas para luchar contra dos hombres y salvar a Russ y ciertamente se habían hecho una idea equivocada de él. Había estado inquieta toda la noche, pero Russ no necesitaba violar mujeres. Se arrojaban sobre él.
– Es mi amigo -dijo, o pensó que decía. Su voz era extraña, metálica, lejana. ¿Qué le pasaba?
Ilya sacudió la cabeza.
– Entiende ruso, Sergei. Ten cuidado con lo que dices, quizás no se dé cuenta de que estás bromeando.
Hannah se habría relajado, pero Ilya parecía estar mirando fijamente a Russ, sus penetrantes ojos azules estaban fijos en el futbolista con intención mortal. Russ era muy arrogante y lo había visto intimidar a otros hombres, pero con Ilya, o también conocía la reputación del hombre, o algo en esos fríos ojos le advirtió.
Russ se encogió de hombros.
– Hannah, puedo ver que estás ocupada. Le diré a tu agente que estás lista para irte.
Hannah le vio atravesar las puertas francesas dobles, dejándola sola en el balcón con un gángster y su guardaespaldas.
– Debemos llevarla a su hotel, donde estará a salvo -ordenó Nikitin.
Ilya sacudió la cabeza.
– Yo puedo ayudarla. Dame un par de minutos con ella, Sergei. Si su agente aparece, distráelo mientras veo que puedo hacer.
– Su hermana debe saber que la ayudamos -le recordó Nikitin.
Ilya no contestó, simplemente envolvió el brazo alrededor de la cintura de Hannah y la llevo al lado más apartado del balcón, lejos de su jefe.
– Ese hombre no es amigo tuyo, Hannah. Te drogó. Libraré tu cuerpo de eso, pero va a quemar como el infierno. ¿Lo entiendes?
No entendía, pero sabía que Ilya Prakenskii tenía los mismos dones que las hermanas Drake. Sabía como funcionaba y que era capaz de eliminar la droga de su cuerpo. También sabía que era un hombre muy peligroso, y cada vez que alguien trabajaba con habilidades psíquicas, o mágicas, fuera cual fuera el término utilizado, había una vulnerabilidad por ambos lados. La familia Drake ya estaba en deuda con Ilya y él tenía un vínculo directo con Joley. Ella era una de las Drake más poderosas. No quería que supiera nada sobre ella por si acaso tenía que proteger a su hermana.
Hannah sacudió la cabeza.
– No. -Fue muy firme. Trataría con la droga. Podía empujarla fuera de su propio sistema ahora que sabía con lo que trataba.
– Sí -la contradijo-. No estás en condiciones de intentarlo tú misma. Sabes que estas cosas pueden ser complicadas. Estate quieta. Y la próxima vez que aceptes una bebida de un hombre, amigo o no, utiliza tu don para cerciorarte de que no hay nada malo en ella.
No era de extrañar que el hombre hiciera que Joley rechinara los dientes. Hannah no era ninguna aficionada… y tampoco Joley. Quizás Ilya pensara que era más poderoso, pero las Drake podrían con él si tenían que hacerlo, mientras no se abrieran a su magia. Trató de empujarle, para sostenerse por sí misma y así poder revertir lo que fuera que andaba mal en ella, pero estaba demasiado mareada.
La mano de Ilya se posó sobre su estómago, su brazo la rodeó, sujetándola en el lugar. Era enormemente fuerte y tenerle agarrándola con tanta gente a la distancia de un grito la mantuvo en silencio. Sintió la calidez fluír de su palma, a través de la piel, y entrar en su revuelto estómago. No quería esto, pero no había manera de parar el flujo de poder de él hacia ella. Sintió que sus espíritus conectaban. Se sobresaltó alejándose de él, captando vistazos de cosas que no quería ver o saber, cosas oscuras y feas que debían permanecer enterradas.
Sintió calor, su temperatura aumentó. Peor, le sintió en su cabeza. Instintivamente supo lo que haría después. Aún mientras curaba su cuerpo, buscaba recuerdos de Joley, de su poder, de sus habilidades. Quería conocer el alcance de su fuerza. Frenéticamente, Hannah le empujó, levantando alzando los brazos hacia el viento.
Ilya le agarró las muñecas y le tiró las manos a los costados.
– Hay un precio para todo. Este es mi precio.
Hannah sacudió la cabeza, furiosa.
– Traicionas todo lo que te es dado y no mereces tus dones. Permanece fuera de mi cabeza. No vendería a mi hermana por mi propia vida, mi dignidad o mi virtud.
La mano de él se deslizó hasta rodearla la garganta.
– No sabes nada de mí.
Hannah le miró fijamente, negándose a apartar la mirada o a dejarse intimidar. Si quería tirarla del balcón por decir la verdad, le dejaría hacerlo. No iba a entregar a Joley, por nada del mundo.
– Sé que no te quiero cerca de mi hermana. Sea cual sea juego al que estás jugando, que sepas que defenderemos a Joley con nuestras vidas, no sólo yo, sino cada Drake, hombre o mujer, niño o adulto, hoy vivos. -Era la absoluta verdad y le dejó ver la realidad en sus ojos.
– Estoy familiarizado con el peligro, señorita Drake.
No había ninguna duda de ello. Lo sentía en él, lo había leído en sus recuerdos, cosas terribles, cosas que no podía comprender en su mundo. Ella había crecido con padres amorosos, una familia cariñosa, el muy unido y protector pueblo donde vivían. La vida de él, desde la niñez, había sido una vida de violencia.
La asustaba. No el pánico normal por nimiedades, sino sinceramente, la asustaba hasta la médula. Sabía que su hermana atraía a los hombres como un imán. Era escurridiza y salvaje y exudaba sexo en el escenario. Hannah miró de reojo al jefe. Sergei Nikitin había estado persiguiendo a Joley a lo largo de tres continentes. ¿Era eso lo que Ilya pretendía? ¿Iba a utilizar sus talentos psíquicos para poner a Joley en las muy sucias manos de Nikitin?
– Suéltame -exigió. El calor de la palma se había vuelto abrasador, penetrando a través de la sangre y los huesos e invadiendo cada tejido del cuerpo, pero se sentía mejor, la cabeza más despejada. No había duda de que había ingerido una droga. Después de todas las conferencias de seguridad de Sarah, se sentía como una estúpida. Nunca bebía, era siempre cuidadosa, y ahora, cuando más necesitaba su buen juicio, Ilya Prakenskii no sólo había presenciado su estupidez, sino que había tenido que salvarla.
– Te soltaré si no haces nada estúpido como llamar al viento.
Hannah echó la cabeza hacia atrás con los ojos brillantes, lanzando chispas mientras su genio comenzaba a levantarse. Siempre permanecía bajo control, a menos que Jonas la provocara. El temperamento no era una cosa buena cuando una esgrimía poder, pero el guardaespaldas se merecía todo lo que estaba a punto de conseguir.
Diminutos parpadeos de llamas se izaron de las puntas de sus dedos, de las manos hasta las muñecas, donde los dedos de él se habían cerrado como una tenaza. Apartó las manos cuando las llamas destellaron sobre él, lo suficientemente caliente para advertirle. Retrocedió.
– Una buena artimaña. Deberías haberla usado con tu amigo.
– Gracias por tu ayuda.
Los ojos fríos se deslizaron sobre ella, la cara inexpresiva.
– Puedo ver cuán agradecida estás.
– Estoy agradecida. Pero no soy estúpida. -Aunque lo había sido al aceptar la bebida en primer lugar-. No te quiero cerca de Joley.
– ¿Por qué estás tan preocupada?
No le podía leer. Si le tocaba, o estaba cerca, debería haber sido capaz de leer sus pensamientos y emociones, pero era una pizarra en blanco. Los atisbos de recuerdos violentos habían desaparecido. Estudió su cara. Parecía peligroso. Estaba en la postura de sus hombros, en la forma fluída en que se movía y los directos, fríos ojos.