Prakenskii la miró directamente, sus ojos cambiando a un profundo azul verdoso. Por un momento se quedó aturdida por el vibrante color, como si el mar se hubiese vuelto turbulento, pero entonces el color se arremolinó y oscureció y se encontró mirando unos espejos vacíos e insondables. No había forma de “leerle”. Ilya Prakenskii permanecía como un libro cerrado, y eso era prácticamente imposible estando vinculados. Debería haber sido capaz de leerle de la misma forma que seguramente la estaba leyendo él.
Podía sentir su cansancio y desgaste. La lucha por mantener a Hannah con vida le estaba costando buena parte de su tremenda fuerza, aunque su apariencia física no reflejaba la extrema situación. Estaba luchando con todo lo que tenía para mantenerla viva, y su fuerza estaba definitivamente menguando. Tanteó dentro de su mente buscando el camino hacia su hermana. El dolor la golpeó, rasgando por su mente y desgarrando a través de su cuerpo haciendo que fuera lanzada hacia atrás, lejos de Prakenskii.
Sarah jadeó y se dobló.
– No debería estar sintiendo nada. Está inconsciente, ¿verdad? -Miró a Ilya-. ¿Lo está?
– Parece estar inconsciente, pero está más cerca de la superficie de lo que debería porque está esperando por él. -Ilya señaló a Jonas.
La respiración de Jonas se quedó atrapada en sus pulmones. Eso sería tan propio de Hannah. No se dejaría ir con facilidad, no si de ella dependía.
– Vas a tener que entrar con ella -dijo Sarah-. Haz que te dejen, Jonas. No puede soportar esta clase de dolor y sobrevivir. Ve a sentarte con ella, y el señor Prakenskii y yo la sostendremos hasta que llegue la familia.
Jonas asintió y se marchó para buscar a la jefa de enfermeras. Requirió un montón de persuasión así como mostrar su placa y mencionar varias veces el peligro, pero siempre había sido un hombre persuasivo, de modo que se encontró entrando en la habitación donde Hannah yacía totalmente quieta, rodeada de máquinas.
Jonas se hundió en el asiento junto a la cama. La mayor parte del cuerpo de Hannah estaba envuelto en vendas. Su cara estaba hinchada y azulada por los golpes. Una sola sábana le cubría el cuerpo. Bajo ella se la veía muy delgada y pequeña, para nada la alta e imponente mujer que era Hannah Drake. Sus pestañas imposiblemente largas descansaban en gemelas medias lunas sobre sus clásicas facciones, pareciendo incongruentes junto a la gasa manchada de sangre.
Su corazón se encogió con tanta fuerza que pareció que estaba en un tornillo de sujeción -un auténtico dolor físico- y se presionó la mano con fuerza contra el pecho mientras levantaba la sábana para inspeccionar el cuerpo de Hannah. Estaba vendada como una momia, del cuello para abajo. Se tragó la bilis que subió cuando notó que había sido rajada en el cuello así como en la cara, torso y abdomen. Su atacante había sido tan cruel como había parecido en televisión. Jonas había esperado que fuese por el ángulo de la cámara, pero resultaba obvio que el hombre había estado decidido a matarla.
Sus tripas se anudaron en tensos nudos, y su garganta ardió con crudeza. Se hundió en la silla que había sido colocada junto a la cama y la recorrió con la mirada, buscando un lugar en el que pudiera tocar su piel, y no la espantosa gasa gruesa que parecía estar en todas partes. Sus manos y brazos estaban vendados, así como todo lo demás. Sabía que tendría heridas defensivas, las había visto suficientes veces en víctimas, pero por alguna razón no estaba preparado para verlas en Hannah.
Jonas tragó varias veces mientras deslizaba con cuidado su mano por debajo de la femenina vendada. Sólo las puntas de los dedos asomaban. Le elevó la mano con gran cuidado, y se acercó los dedos a la boca. Tenía que besarla, tocarla, encontrar una forma de acariciarla. Necesitaba contacto piel con piel porque tenía que tener una prueba palpable de que estaba viva y seguiría así. Su respiración parecía demasiado superficial, su torso apenas elevándose y bajando bajo la fina sábana, incluso con el ventilador.
– Hannah, nena, me estás rompiendo el corazón. -Simplemente mirarla le dolía. No podía imaginar a nadie haciéndole daño de esta forma. ¿Qué había hecho que fuera un crimen tan grande? Era tan hermosa con su piel inmaculada y su cabello poco corriente, y alta, elegante, con una figura tan clásica, y sus facciones habían atraído la atención hacia ella. ¿Realmente alguien querría matarla por ser tan hermosa?-. Nada tiene sentido -murmuró, escuchando a las máquinas respirar por ella.
Bajó la cabeza sobre la cama mientras los olores y sonidos asaltaban sus sentidos. Su estómago saltó, protestó. Hannah estaba conectada a máquinas. Su querida Hannah con su risa y su genio y su truco tonto de tirarle los sombreros con el viento. Tenía un armario lleno de sombreros, y a veces la provocaba a propósito, sólo para sentir el toque de su viento. Su toque. Femenino y suave lleno de su perfume particular. A veces imaginaba que sentía sus dedos acariciándole la cara, trazándole la mandíbula, y entonces el golpe de viento le arrancaba el sombrero, pero ese sólo momento que le paralizaba el corazón valía la pena.
– Sabes que tienes que vivir por mí, Hannah -dijo en voz alta, volviendo a sentarse. Le besó la yema de los dedos, los introdujo uno por uno en la calidez de su boca. Le dolía por ella… por él-. No puedo imaginar mi vida sin ti en ella -susurró-. No habría propósito para mí. -No era un hombre poético, pero tenía que encontrar una forma de que ella lo entendiese. Le parecía tan importante que entendiese lo que significaba para él. Todo lo bueno en su mundo yacía en esa cama con una máquina respirando por ella.
Se inclinó más cerca.
– ¿Hannah? ¿Puedes oírme? -Su cara estaba parcialmente cubierta por vendas, y ver sus pestañas descansando tan gruesas contra su pálida piel hizo que le ardieran los ojos-. Debería habértelo dicho hace mucho tiempo. -Se pasó una mano por el pelo y le depositó varios besos en la masa de cabello en la cima de su cabeza.
Había tantas cosas que debería haber dicho… que debería haber hecho. Tiempo perdido. Ahora no podía pensar por qué, sólo que no le había dicho lo mucho que le importaba. Si tan preocupado estaba por ella a causa de las cosas que había hecho -y hacía- en su vida, debería haberlo dejado. Ella era más importante. No tenía respuestas o preguntas. Solo podía rezar porque, al final, ella era todo lo que realmente importaba.
Jonas, sabía que vendrías. Es demasiado difícil hablar en voz alta.
La voz de ella en su cabeza le sacudió. Se acercó más, tocándole el pelo, besando sus dedos, intentando hacerle saber que estaba allí y no se marcharía.
– Estoy aquí, dulzura. Aquí mismo contigo. ¿Puedes oírme? No voy a ir a ningún sitio. -Tenía un tubo bajando por la garganta, una buena razón para no poder hablar en voz alta. ¿Lo sabría ella?-. ¿Recuerdas lo que pasó? Estás en el hospital. Necesitas descansar y aguantar hasta que llegue tu familia.
¿Estás bien?
Su corazón dio un vuelco. Era tan propio de Hannah, preguntar si él estaba bien cuando ella estaba luchando por su vida.
– Miedo. Tengo miedo, Hannah. Tienes que aguantar hasta que llegue tu familia. Libby está de camino al igual que las otras. Todas están viniendo, Hannah, porque eres importante para nosotros y no podemos perderte. Yo no puedo perderte.
Tenía que decirte que lo siento.
Su corazón casi se paró.
– ¿Que lo sientes? No tienes nada por lo que disculparte. -Le besó de nuevo los dedos, presionándolos contra su boca-. Yo soy el que debería haber estado allí contigo. ¿Recuerdas lo que pasó?
Recuerdo haber estado asustada y entonces hubo dolor, tanto dolor.
Su voz se rompió y él sintió el dolor derramándose en su interior como si hubiese tanto que ella no lo pudiese contener en su frágil cuerpo.
– Descansa, Hannah, ve a dormir y deja que Prakenskii y Sarah te sujeten hasta que tu madre y hermanas lleguen. Sólo ve a dormir. Estaré aquí mismo. -No quería que se durmiese, quería que continuase hablando. Era aterrador que no hubiese abierto los ojos y que pudiera estar imaginando la conversación porque necesitaba oír su voz.