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– Tenía que usar el cuarto de baño, volverá enseguida. -Se entretuvo con la vía de Hannah, dándole una rápida y nerviosa sonrisa cuando él empezó a andar alrededor de la cama hacia ella.

– ¿Qué es eso? -Indicó la jeringuilla que tenía en la mano mientras la acechaba poco a poco.

– Un analgésico -respondió la mujer. Sus manos temblaron mientras manejaba torpemente la vía. La habitación estaba fría, pero ella estaba sudando.

– Espera un minuto. -Jonas se acercó con rapidez, obedeciendo a sus instintos más que a su cerebro-. Para lo que estás haciendo. -Saltó la distancia entre ellos, interponiendo su cuerpo entre el de Hannah y el de la enfermera. Le agarró el brazo, falló, y mientras ella se giraba, la agarró del pelo.

Oyó su sollozo, un siseo de aire y un grito bajo de terror cuando se dio la vuelta, golpeándolo para sacárselo de encima. Antes de que pudiese detenerla, se clavó la aguja en su propia vena, apretando el émbolo, sus ojos manteniendo terror mientras caía al suelo. Jonas se arrodilló a su lado, pero era demasiado tarde. Su respiración salió en gemidos entrecortados, sus ojos se volvieron opacos y entonces hubo un silencio aterrador.

CAPÍTULO 9

Jonas golpeó la pared con la mano directamente junto a la cabeza del detective.

– No me venga con esa mierda, resérvesela para los civiles. ¿Quién demonios es esta… cómo han llegado tan lejos?

El detective Steward suspiró y se rindió.

– El atacante era un hombre llamado Albert Werner. Era un electricista, tenía esposa y una hija. Las cámaras cogieron un par de tomas de él durante el desfile de moda. Estaba hablando con el Reverendo RJ en una de ellas. -Steward entregó a Jonas la fotografía aumentada de un hombre alto y de buena constitución hablando con el Reverendo con gente que obviamente gritaba protestas al fondo.

– ¿Qué tenía que decir el Reverendo?

– Sólo que era un alma atormentada y que estaba inquieto. El Reverendo le invitó a ser salvado, o algo a ese efecto, pero el hombre lo rechazó. La opinión del Reverendo parece ser que era que la Señorita Drake cosechó lo que sembraba.

Jonas maldijo, sus dientes se apretaron con un ruido seco y despiadado.

– ¿Encontró alguna conexión entre ese falso evangelista y Werner?

– Estamos trabajando en ello. El perpetrador hizo una donación importante al grupo de los derechos para los animales la semana pasada. -El detective le entregó otra fotografía desenfocada. Albert Werner estaba de pie con el grupo de derechos de los animales gritando a los reporteros.

– ¿Qué hay de la enfermera que intentó matarla? ¿Estaba implicada con uno u otro grupo?

– No era una enfermera. Es una técnico de veterinaria y su nombre es Annabelle Werner. Es la esposa del perpetrador.

– ¿Su esposa? ¿Su esposa vino al hospital e intentó terminar el trabajo? Esto no tiene ningún sentido. No recuerdo estos nombres en ninguna de las cartas amenazantes escritas a Hannah -dijo Jonas-. ¿Encontró algo? ¿Una amenaza contra ella, una razón para que la odiaran tanto como para hacer algo como esto?

– Aún no. Examinamos los archivos de los pirados y no están allí.

– ¿Y que hay de su hija? ¿Tenía aspiraciones de hacerse modelo?

– Está en un hospital para desordenes alimenticios, lo cual podría ser un motivo. Totalmente demacrada. Tiene doce años. Tiene fotografías de estrellas de cine en la habitación, pero no de la señorita Drake, pero de todos modos, podría ser la conexión. La niña se priva de la comida queriendo ser una modelo como Hannah Drake. Todo el mundo conoce la cara y el nombre. Es un objetivo fácil a quien echarle la culpa.

– ¿Ambos padres querían matar a Hannah? ¿En represalia por lo de la niña? -No está claro-. Albert Werner no podía esperar escapar de esto. Las cámaras estaban sobre él. Tenía que saberlo. Había demasiado público a no ser que quisiera hacer una declaración. La había atacado como si quisiera destruirla, destruir su belleza… y luego su vida. Los primeros golpes no fueron para matar. Fueron para desfigurarla.

Sólo pronunciar las palabras en voz alta le trajo a la mente las imágenes que simplemente no podía olvidar. Sus entrañas se retorcieron. El cuchillo cortando con crueldad, brutalmente una y otra vez, cortando en pedazos a Hannah. La bilis subió. El sudor estalló.

– El médico dijo que los primeros golpes eran deliberados y exactos pero bajos, cortándole la cara, el cuello, el pecho, la cintura y el estómago antes de empezar a apuñalarla lo suficientemente profundo para matarla. -Se defendió contra las oleadas de náuseas intentando mantener la voz, intentando no dejar que fuera personal, no pensar que la víctima era Hannah, su Hannah-. Me gustaría consultar con un amigo mío, un psiquiatra, le mostraría lo que tiene sobre los atacantes y le pediría su opinión, porque esto no tiene sentido para mí.

Le parecía más probable que hubieran sido programados, tal vez hipnotizados o que hubieran utilizado magia… ¿pero cómo podía decirle eso al detective?

– Para mí tampoco-admitió el Detective Steward-. Porque si el marido estaba muerto, la esposa tenía que estar preocupada por quién iba a cuidar de la niña. ¿Por qué venir al hospital y arriesgarse a matarla con usted dentro de la habitación? Esto no tiene sentido.

– ¿Ha comprobado si Werner pertenecía a la pequeña congregación del Reverendo? Tal vez la conversación fue algo distinta a lo que el Reverendo dice.

Steward asintió con la cabeza

– Oh, estoy seguro de que fue distinta. He interrogado al Reverendo algunas veces y creo que ese hombre es un chiflado -carismático- pero aún así un chiflado. Ha estado reclutado a jovencitas de la calle para llevárselas a su casa. Dice que intenta salvarlas, pero yo no me lo trago.

– ¿Por qué le había interrogado? -preguntó Jonas con curiosidad.

– Hubo un ataque a una joven prostituta. Tiene apenas quince años. Alguien la golpeó casi hasta la muerte. Le hicieron todo lo que podían hacerle. Sus amigas juran que fue el Reverendo. Desde luego él tiene una coartada hermética. Los miembros de su iglesia dicen que estuvo con ellos toda la noche rezando.

– Pero usted no se lo cree.

– Ni por un minuto. Pero la chica estaba demasiado asustada para hablar. Creo que el Reverendo puede conseguir que la gente diga o haga cualquier cosa por él. Creo que le entregan a sus hijos y su dinero. Y si hay una conexión entre él y los Werner, no me sorprendería. Creo que el Reverendo podría convencer a alguien para cometer un asesinato.

– Es de nuestra parte del país -admitió Jonas-, y hemos intentado atraparle desde hace tiempo. Posee muchas tierras y las mantiene herméticamente cerradas. Una vez que las muchachas son llevadas allí, nadie las vuelve a ver. Lamentablemente encuentra a niños en los que nadie está interesado, de manera que puede librarse. ¿Cree que podría haber ordenado a uno de sus seguidores que hiciera el trabajo de acuchillar a Hannah?

– Es capaz -dijo Stewart- Y quienquiera que fuera a por la prostituta la cortó malamente, con un cuchillo. Su cara nunca volverá a ser la misma.

– ¿Puede trabajar con ella y ver si le identifica?

– Ha desparecido. Cuando salió del hospital, se marchó lejos.

– ¿Cree que huyó o que alguien se la llevó?

Steward se encogió de hombros.

– Es una rata de la calle, ¿quién sabe? Pero incluso si sus amigas se equivocan y no fue el Reverendo, él es un problema. Es listo. Puedes verlo cuando habla. Suena muy bien hasta que comienza su enfático y fanático discurso sobre las mujeres y como son la caída de los hombres buenos y que él tiene que salvarlos de ellos mismos.

– ¿Entonces, qué tiene de la mujer de Werner?

– No mucho. No tiene más que una multa por mal aparcamiento. Sumamente respetada como técnico veterinario tanto por sus compañeros de trabajo como por sus vecinos a los cuales les caía bien. Consiguió la droga en el trabajo. La utilizan en la eutanasia de animales. Todos los que los conocían parecen sinceramente impresionados porque cualquiera de los Werner estuviera implicado en un asesinato. El marido tampoco es que tenga en realidad un historial. No hago más que darle vueltas a la cabeza. Unas pocas multas, una pelea a puñetazos.