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Hubo un pequeño asentimiento. Todavía tenía contratos que cumplir. Le dije que no más, que no cogería ninguno más.

– ¿Cuándo? -le exigió.

¿Recuerdas cuando entraste y Greg estaba al teléfono hace algunos meses? Me sugirió que me hiciera una reducción de pecho. Hubo una dolorosa vergüenza en la voz, en la mente de él. Vergüenza incluso. No siempre encajo en el modelo estándar hecho para las modelos de pasarela y con los enormes desfiles de modelos al caer, aparentemente algunos diseñadores se quejaron.

Jonas se había puesto furioso, recordó. Hannah ya pasaba hambre y Simpson la empujaba a perder incluso más peso. Estaba tan delgada como un raíl, pero todavía tenía unos pechos generosos, algo no bienvenido en la industria de la moda al parecer.

Eso había sido hacía varios meses.

– ¿Realmente le dijiste entonces que lo dejabas? -Definitivamente iba a examinar la conexión entre la pareja que la había atacado y Simpson, aunque no tuviera sentido, pero era un paranoico en lo que a ella concernía. Simpson perdería mucho dinero si ella lo dejaba.

Llevaba en el negocio demasiado tiempo. He hecho suficiente dinero para vivir cómodamente donde quiera y no iba a hacerme una reducción de pecho.

– Agradezco a Dios que te diera algo de sentido común. Dame una fecha de esto, Hannah. Cuando se lo dijiste… ¿cómo reaccionó? ¿Cuándo comenzó a portarse repugnantemente contigo?

Las cejas de Hannah se unieron. ¿En qué estás pensando? ¿Que Greg querría hacerme daño porque le había dicho que dejaba el negocio?

– Desde luego que no. -Eso era exactamente lo que el poli en él estaba pensando. Simpson conseguía mucha cobertura en los medios de comunicación con el ataque y ¿qué habría sido perder a su clienta más famosa? Bien podía imaginarse a Simpson arder de rabia y deseando vengarse de ella. Ahora, no sólo se trataba de la antipatía que le inspiraba sino que tenía incluso más contra él.

Jonas no podía olvidar el hecho de que una pareja sin ningún motivo, ni insinuación de enfermedad mental, había desarrollado un odio tan profundo como para intentar matar a Hannah de una manera tan violenta. El ataque, tenía escrito "personal" por todas partes. Esto era dramático, había salido por televisión. Inside Entertainment, el popular programa de chismes sobre celebridades, había anunciado hasta la saciedad que celebrarían lo que proclamaban como la fiesta del siglo… esa a la que asistiría toda estrella. Eso significaba que Albert Werner había querido que el ataque fuera filmado. Había querido que el mundo lo viera. Sabía que lo cogerían y debía haberse preparado para terminar con su vida, al igual que su esposa.

Y esto lo devolvía toda la cuestión al asunto de los poderes psíquicos. ¿Quién los tenía y quién ganaría algo obligando a la pareja a matar a Hannah Drake? Iba a comenzar a buscar una conexión con Simpson. El hombre saldría de esto como el favorito de los medios de comunicación. Y, todo fuera dicho, tenía que profundizar un poco en Prakenskii.

Jonas

Jonas le mordisqueó los dedos.

– Estoy aquí mismo, cariño. No te preocupes tanto. Me conoces. Me gusta todo pulcro y ordenado. -Miró sobre el hombro cuando oyó que llegaban las Drake-. Tu familia está aquí para otra sesión de sanación y luego te cambiaremos a otra habitación.

Los dedos de Hannah se entrelazaron con los suyos.

¿Cuándo me podré ir a casa?

– Pronto, cariño. Te lo prometo. Te llevaré a casa pronto.

CAPÍTULO 10

Hannah permanecía en el centro de la habitación, sacudiéndose, con la bilis subiendo por su garganta. A su alrededor, boca arriba en el suelo, estaban fragmentos de un espejo de cuerpo entero, replicando una y otra vez una horrible, monstruosa imagen de su cuerpo. Parecía una colcha de patchwork, irreal, que alguien cosió conjuntamente. Presionó los dedos en los ojos con fuerza, deteniendo el flujo de lágrimas. No haría esto. No lo haría. Estaba viva. Sus hermanas la estaban curando. Cualquier otro estaría muerto. Muerto. Necesitaba estar agradecida por el milagro que le habían dado, no tan vanidosa como para hacer frente a los resultados. Las cuchilladas de su cuerpo se desvanecerían con el tiempo, más rápido de lo normal. Libby estaba segura de que las hermanas Drake podían evitar que las cicatrices se vieran demasiado. Necesitaba estar agradecida.

– ¿Hannah? -La llamada en la puerta fue suave. Dubitativa. Persistente-. Cariño, hemos oído un golpe. ¿Estás bien?

Hannah tragó con dificultad y agarró su bata, cubriéndose rápidamente el cuerpo. No se atrevía a dar un paso con los pies descalzos. Los cristales estaban diseminados por todo el suelo de la habitación. Grandes piezas irregulares y diminutos fragmentos. Destrozados. Como su vida. Como su cara. Su cuerpo. Todo.

– Estoy bien, Sarah. Sólo dejé caer algo. Estaba a punto de acostarme.

– Déjame entrar, cariño. Te ayudaré a recogerlo. Oí que algo se rompía.

– Ya lo he hecho yo. -Necesitaba que Sarah se fuera. Todos tenían que dejarla sola y darle algo de tiempo. Estaba rota en un millón de trozos, como el espejo, y tenía que encontrar la manera de reunirse a sí misma. Tenía que encontrar el modo de creer en sí misma. No quería estar así, herida y perdida sintiéndose tan sola.

Principalmente no podía soportar más la decepción. Podía sentir la pena de sus hermanas. Pobre Hannah. ¿Qué hará? Tenemos que pensar por ella. Imaginad su vida, ahora que está arruinada. La compasión la estaba matando. No podía estar en la misma habitación con ellas, y que susurraran. Susurraran. Como si estuviera en su lecho de muerte. Quizás era el modo en que todos la veían ahora. Hannah Drake, la modelo, definitivamente se fue. Y ahora, ¿quién demonios era ahora?

– ¿Hannah? -la llamó Sarah otra vez-. Déjame entrar.

– Sarah -La voz de Hannah se rompió. Se ahogó-. Tenéis que darme algo de espacio. Lo siento. Sólo necesito tiempo. Dadme tiempo.

Hubo un momento de silencio. Podía sentir el peso del dolor de Sarah y la pena aplastándola, aplastándolas a las dos.

– Hannah, abre la maldita puerta.

No había nada suave o dubitativo en la orden o en la voz. Jonas no creía en los mimos. Él había visto lo cobarde que era. Había pensado que era vanidosa. Pobre pequeña Hannah, incapaz de soportar no ser una muñeca Barbie.

Inmediatamente detrás de la orden de Jonas, pudo oír los susurros de sus hermanas hacia él, furiosas porque hubiera usado ese tono y tal vez molestarla. Protegiéndola, apoyándola y ella no se merecía algo así. Odiaba que quisieran protegerla, ellas sentían que era necesario. Todas saltaron sobre él, exigiéndole que retrocediera y las dejara manejarla. Porque la pobrecita rota Hannah necesitaba ser manejada.

Sintió la insistente quemazón de las lágrimas. Cuan totalmente patética podía llegar a ser, de pie en medio de su habitación con cristales rotos rodeándola -burlándose de ella-, y sus hermanas y Jonas agolpándose juntos fuera de su habitación susurrando. Si no fuera tan miserablemente triste, gritaría.

Había conseguido evitar a todo el mundo en la bahía la primera semana en casa simplemente permaneciendo en la cama, pero su negativa a comer las había alterado mucho a todas, y podía ver que las estaba desgastando mientras ellas intentaban curarla, así que hizo el esfuerzo de levantarse.

– Hannah. No estoy bromeando contigo. Abre la jodida puerta ya. -Había un filo en su voz, como si estuviera rechinado los dientes y mordiendo cada palabra. Su corazón se aceleró y su garganta pareció hincharse.