En medio de todo esto, sintió a Jonas deslizarse, alejarse más y más de ella, un dolor punzante le atravesaba -la atravesaba a ella- la conexión empezaba a desgarrarse. Envió una última ráfaga de aire para elevarle, las corrientes le llevaron más alto, empujándole hacia arriba por el costado del edificio hasta el tejado y la libertad. Jugueteó hacia su cara y cuello con golpes de pequeña brisa para intentar mantenerle alerta lo suficiente como para que Jackson los llevara a ambos a la seguridad.
Le sintió recomponerse a sí mismo en un último y enorme esfuerzo y envió una última ráfaga de viento que giró alrededor de él y le llevó de un tejado a otro. Sintió la explosión de dolor desgarrador, una agonía que la hizo caer de rodillas. Jadeó, las lágrimas emborronaron su visión, corriendo libremente por su cara. Ven a casa conmigo. Ven a casa conmigo. La súplica estaba perfilada en rojos y dorados, llameando de luz y necesidad.
Sintió la reacción de él, la lucha por ponerse en pie, por evitar que el mareo le abrumara, la determinación a lograr volver de una pieza. Hubo otra explosión de dolor y Jonas resbaló aún más, la oscuridad perfilaba su visión. Desesperada, envió el viento, un golpe de aire que le envolvió, y entonces la oscuridad la tomó también a ella.
CAPÍTULO 2
Jonas parpadeó al emerger de un mar de dolor.
– Hijo de puta, eres aterrador -informó a Jackson-. ¿De dónde demonios sacas esa mirada? ¿Practicando en el espejo a diario?
Jackson le sonrió, pero sus ojos encerraban preocupación.
– Siguiéndote a ti al infierno y vuelta. Eres tan debilucho, Harrington. Desmayándote como una chica. Tuve que cargar con tu pobre culo todo el camino hasta el coche.
– Sabía que te quejarías. -Jonas inhaló e inmediatamente frunció el ceño- Otro hospital, no. Debes estar realmente enfadado conmigo.
– Necesitabas unas pocas pintas de sangre.
Jonas se contuvo de responderle cuando vio al doctor, acercando una bandeja. Esto no iba a ser divertido.
Jackson ignoró al médico.
– Vas a tener que averiguar que demonios estás haciendo, rápido Jonas, o vas a lograr que nos maten a los dos.
– Nadie te pidió que vinieras -dijo bruscamente Jonas, sabiendo que estaba siendo un completo desagradecido. Odiaba la verdad cuando la oía, especialmente cuando sabía exactamente de qué estaba hablando Jackson. No de qué… de quién.
Jackson sacudió la cabeza, sin apartar la mirada.
– No puedes salvar al mundo y vas a tener que acostumbrarte a ello. Y maldita sea, debes arreglar las cosas con Hannah.
– Ocúpate de tus propios asuntos, maldición -dijo bruscamente Jonas, sabiendo que no tenía derecho, pero incapaz de detenerse a sí mismo. Detestaba los hospitales. Ya había tenido su cuota de ellos y la herida no era tan grave. Sólo había sangrado como un cerdo y se había debilitado un poco. Quería arrancarse la aguja del brazo e irse.
Jackson lo miró fijamente, sus ojos negros brillaban con una inminente tormenta. Nadie más era lo suficientemente estúpido como para hacer caer el infierno sobre sí mismo, sólo Jonas. ¿Cuándo había perdido el juicio? Jackson no se merecía su mierda.
– Tú lo convertiste en asunto mío, y no trates de fingir que Hannah no es la razón por la que estamos en este lío. Si te hubieras hecho cargo de la mujer, nadie te habría convencido de participar en nada parecido a esta misión de mierda. Te habrías quedado en zona segura, Jonas, y ambos lo sabemos.
Jonas abrió la boca para negar la acusación, pero la cerró de golpe cuando Jackson lo miró firmemente. El doctor roció la herida con una especie de líquido ardiente que le robó el juicio y lo hizo empezar a sudar otra vez. Apretó los dientes y trató de no desmayarse.
– Es complicado -dijo, cuando pudo respirar nuevamente. El doctor le puso varias inyecciones y Jonas se deslizó un poco fuera de la realidad. Los bordes a su alrededor se nublaron y oscurecieron-. Hannah Drake no es como las demás mujeres. Es diferente… especial
Ella lo era, todo. Mágica. Ella era suya, o sería suya. ¿Por qué demonios no era suya?
– Te ves un poquito verde -dijo Jackson-. No te me vuelvas a desmayar.
Jackson no se perdía casi nada. Notaba cada movimiento, cada sonido, observaba las ventanas, las puertas y el tráfico en la calle, y aún así vio que Jonas flaqueaba cuando el doctor empezaba a suturar las heridas.
– ¡Hey! Mi costado no está anestesiado -dijo Jonas bruscamente, apretando los dientes y los puños. Si el doctor introducía la aguja de sutura en su piel una vez más, se vería obligado a sacar el arma y dispararle al hombre.
– Dese prisa, Doc, no tiene porque quedar bonito -dijo Jackson, yendo hacia la puerta y asomándose hacia fuera.
Jonas notó que tenía la mano dentro de la chaqueta, donde llevaba el arma lista. El doctor le puso otra inyección de anestesia y Jonas apretó los labios con fuerza para evitar maldecir. Jackson lo miraba, sin manifestar mucha compasión.
Jonas cerró los ojos y pensó en Hannah. ¿Por qué no había controlado la situación antes de que llegara tan lejos? La amaba. No podía recordar una época en la que no la hubiera amado. Simplemente había pasado. Amaba la forma en que sonreía, la forma de su cabeza, el destello de fuego en sus ojos, el pequeño mohín de su labio inferior. Apestaba de tanto que la amaba. Era un hombre que siempre, siempre, quería tener el control, y aún así Hannah lo hacía perder el equilibrio. No había forma de controlar a Hannah. Era como el viento, impredecible y fluída, siempre deslizándosele entre los dedos antes de que pudiera cogerla y retenerla.
Lo hacía enfadar cuando había pocas personas que pudieran afectarlo. Podía calmarlo con un roce. Era feliz con solo mirarla -observarla- aunque la mitad de las veces quería ponérsela sobre las rodillas y azotar su trasero hermosamente formado. Hannah era complicada y él necesitaba sencillez. Era brillante y él era todo músculo. Ella era etérea, intocable, la mujer más hermosa que hubiera visto nunca, incluso mágica, y tan lejos de su alcance.
Iba a ponerse furiosa con él por haber resultado herido otra vez. Especialmente debido a que la última vez había sido sólo unas semanas antes y si no hubiera sido por ella habría muerto. Casi había muerto tratando de salvarlo, sentada a su lado días enteros, consumiendo su fuerza con él y sin reservar nada para si misma. Había estado muy débil para apartarla. La necesitaba allí a muchos niveles distintos, pero había sido un infierno observarla ponerse cada vez más pálida y frágil mientras el se ponía más fuerte.
Después, más tarde, ¿cómo le había agradecido? No de la forma en que se merecía, eso seguro. Había estado tan nervioso y agitado, tan malhumorado. Cuando el jefe de su anterior grupo especial de operaciones encubiertas había venido pidiendo ayuda él había aprovechado la ocasión antes que contarle a Hannah la verdad sobre cuanto le afectaba. Prefería parecer impasible como un niño desafiante. Todo debido a que la amaba tanto que era un tormento y sabía que nunca podría tenerla y continuar con su vida habitual. No era que Hannah fuera a poner objeciones a las cosas peligrosas que hacía -si es que le aceptaba- pero él no iba a arriesgarse a ponerla en peligro. Con el correr de los años, se había hecho suficientes enemigos como para que, tarde o temprano, inevitablemente alguno viniera tras él, demonios, ya había ocurrido más de una vez.
Tomó aire e intentó no acobardarse.
– Vale. Puede que tengas razón. Hay una posibilidad de que ella tenga algo que ver con ello.
Jackson enarcó la ceja.
– Una posibilidad -repitió.
Jonas se enfurruñó
– Tú sigue así. Estarás de turno en cada guardia de mierda durante los próximos diez meses. -Era una amenaza vacía, pero era todo lo que le quedaba. Se sentía tan malditamente cansado y vacío que sólo deseaba arrastrarse hasta un hoyo y esconderse durante un tiempo, pero sabía lo que se avecinaba y no había forma de evitarlo.