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Debería haberlo sabido, haberlo adivinado. Hannah que pensaba de sí misma que era tan cobarde. Tuvo una curiosa sensación conmovedora en la zona del corazón. Se agachó delante de ella y le enmarcó la cara con ambas manos, inclinándose para rozar su boca con la suya. El más suave de contactos, apenas, sólo un suspiro de labios sobre los suyos.

Hannah se echó hacia atrás, parpadeando para alejar las lágrimas.

– No puedes hacer esto más. Por favor, Jonas, sólo vete.

El se sentó sobre sus talones, estudiando su expresión apenada.

– Me conoces mejor que eso. Empieza a hablar, Hannah, y será mejor que tenga sentido, porque tú y yo sabemos, que no voy a permitirte andar por ahí fuera sola. Si quieres salir, saldremos juntos, pero no vas a ir a ningún sitio sola.

– No puedo estar contigo. Simplemente no puedo. Tienes que aceptar que ésta es mi decisión.

– Nunca en la vida, pequeña.

– Jonas. Dios. ¿Por qué no puedes simplemente dejarlo estar? Mírame. No puedo mirarme a mí misma sin sentirme enferma. -La admisión fue hecha con su suave voz ronca, pero el susurro de reserva creaba intimidad entre ellos-. No puedo soportar que tú me mires así. Y yo nunca, nunca quiero que me vean contigo en público.

– ¡Oh, por el amor de Dios! -La miró exasperado-. ¿Te estás quedando conmigo?

– Jonas, eres muy guapo y muy conocido por aquí. Tienes un cargo político. Te presentaste a sheriff y saliste elegido. ¿Puedes vernos el uno al lado del otro? Pobre Jonas con su monstruosidad de novia.

– No estás haciendo esto, Hannah.

– Es la verdad. No puedo salir sin fotógrafos que quieren robarme una foto de mi imagen y cubrir con ella todos los periodicuchos de chismes. Tengo algo de vanidad y orgullo.

– Yo no escucho esa mierda. -Se paró, por un momento destacando sobre ella, creando una sombra oscura en su cara, la mandíbula cuadrada, la boca apretada en una línea dura y entonces simplemente la cogió en brazos y la sostuvo contra su pecho, sentándose en una silla, poniéndola en su regazo, con manta y todo-. Eres tan tonta a veces, Hannah, me vuelves loco. Me importa un bledo lo que diga la gente. Nunca lo ha hecho.

La besó una esquina del ojo, apartándola la manta, para poder rozar con la barbilla la cima de sus rizos sedosos y besarle la ceja, encendiendo un sendero hacia la esquina de su boca, rozando los irritados cortes rojos con diminutos besos como mariposas mientras seguía. Su boca se posó en la de ella con exquisita ternura. Los labios eran suaves y plenos, y temblaban bajo los suyos. Su respuesta fue tentativa, renuente, así que él siguió engatusándola, mordisqueándole el labio inferior, tanteando el borde de su boca con la lengua, deslizando los labios adelante y atrás sobre los de ella, tirando con los dientes hasta que cedió y abrió su boca para él.

Derramó todo lo que él era en su beso, dándole amor, ternura y apoyo, mezclado con deseo y calor y cruda necesidad. Le rodeó la nuca con la palma de la mano, sus dedos encontraron el tesoro de rizos dorados y color platino, sosteniéndolo para poder explorar su boca. Fue cuidadoso, gentil, no permitiendo nunca dar rienda suelta a su pasión, sin permitir nunca que se lo llevara. El pecho, las costillas y el estómago estaban cubiertos de heridas y tuvo cuidado para no rozar la piel aunque sujetarla no era suficiente.

La boca de Hannah era cálida y húmeda y sabía como ella, a miel y a especias y ultra femenina. Podría pasarse la vida besándola. Al principio, ella permaneció pasiva, permitiéndole besarla, pero cuando la engatusó, ella comenzó a animarse, a respirar con él, a enredar la lengua con la suya, enviando pequeñas y deliciosas pinceladas eléctricas cantando a través de sus venas. Con mucho cuidado, la atrajo más cerca, orientando su boca para un más profundo, más satisfactorio beso.

Los labios de ella se calentaron, se ablandaron, se adhirieron a los suyos. Su cuerpo se volvió de acero, duro y caliente y tan vivo que podía sentir un relámpago arqueándose por su corriente sanguínea y un trueno en los oídos. Le sostenía la nuca con la palma de la mano y la movió un poco para que estuviera más cómoda en su regazo. La mantuvo atrapada, pero tuvo cuidado de hacerle sentirse segura, no capturada. Amar a Hannah no era fácil. Ella estaba siempre al límite de salir huyendo, casi como si tuviera miedo de la intensidad de la pasión que él despertaba en ella.

Una mano bajó por su espina dorsal, un lento viaje de descubrimiento, mientras su boca intentaba saciar el cada vez más creciente deseo. La lujuria era aguda y profunda, mezclada con el amor, tan plena que él no podría decir donde empezaba una y acababa el otro. Hannah era una mezcla explosiva de exótico, candor y auténtico puro sexo. Ella se movió y él quedó fascinado instantáneamente. No le costó mucho. Incluso su nueva voz le parecía erótica. Hannah se ajustaba a él. Había sabido de alguna forma incluso cuando eran niños, que ella era la única. Estaba hecha para él. La besó una y otra vez. Besos suaves y apacibles, besos duros y hambrientos, tentando y explorando su cálida y apasionada boca.

Hannah se movió contra él inquieta, su cuerpo fundiéndose, su necesidad de él cambiando de mental a física. Su boca parecía estar devorándola, aún así ella quería más, quería estar más cerca, quería sentir el calor de su piel bajo sus manos y su boca. Era tan egoísta. Siempre era sobre ella. Lo que ella quería. Sus necesidades. Ponía a Jonas en peligro, así como estaba poniendo a sus hermanas en peligro permaneciendo allí. Bruscamente levantó la cabeza, sufriendo por querer tenerlo cerca, atemorizada de no tener el valor necesario para dejarlo marchar.

– Jonas… -Iba a tener un ataque de pánico. Iba a tenerlo. De nuevo. Justo enfrente de él. No podía respirar.

No podía pensar con el latido atronador del terror en los oídos y el miedo golpeándola a través de su cuerpo. Odiaba la debilidad insidiosa que se arrastraba y se abalanzaba siempre que estaba segura de que podía ser fuerte. Le robaba demasiada vida, le quitaba su capacidad de funcionar y razonar.

– No lo digas, pequeña, por favor. -Él apoyó la cabeza contra la suya-. Déjalo por ahora. -Inspiró con dificultad, intentando devolverse a la realidad.

Ella estaba preparándose para huir. Hannah se estaba distanciando de él, y no iba a sacar nada con discutir. Estaba tan decidida a protegerlos a todos, se estaba haciendo enfermar. Y si tenía otro ataque de pánico y se deshacía delante de él, iba a cogerla y llevársela lejos donde nadie más los encontraría jamás, como un cavernícola. Eso es lo que iba a pasar

Jonas ignoró su propio miedo y la besó en la boca y en la frente, echándose hacia atrás gentilmente. La dejó sobre los pies mientras se levantaba, extendiendo la mano hacia ella, decidido a no perderla.

– Te juro, Hannah, que estás pensando tanto que te está saliendo humo de las orejas. Simplemente para. Quedémonos juntos aquí afuera hasta que estés demasiado cansada y yo me echaré contigo. Si eso te da miedo, me sentaré aquí fuera en el sofá otra vez y pasaré de nuevo la noche al fresco.

Hannah vaciló, y entonces extendió lentamente la mano hasta colocar los dedos sobre su palma. Él apretó su agarre instantáneamente, sin darle tiempo a cambiar de opinión. El aire era más frío mientras soplaba la brisa del mar, trayendo sal, niebla y el sabor del océano. Prefería yacer junto a su cálido y suave cuerpo -aunque eso significara que el suyo estaría duro y dolorido-, que pasar otra noche preocupado mientras se sentaba en el sofá observando desde lejos

– Sabía que estabas allí. Me hizo sentirme segura.

– Estás a salvo conmigo. -La volvió a envolver en la manta para protegerla del viento más fuerte. Cuando ella se sentó, él tiró de su silla para acercarla a la de él. Inclinándose hacia delante, le enmarcó la cara entre las manos y la miró directamente a los ojos, capturando su mirada de forma que ella no pudo apartar la suya.