– Sé que tienes miedo, pequeña, pero eso no te convierte en una cobarde. Hay algo especial entre nosotros. No puedes permitir que ese loco nos lo quite.
Hannah no pudo evitarlo. A pesar de su decisión de protegerlo, se inclinó para acercarse, le apoyó la cabeza en el hombro, y se acurrucó contra él.
– Sé lo que hacemos, Jonas. Simplemente no sé qué hacer con ello. -Ella apretó los labios contra su cuello y se incorporó otra vez, echándose para atrás.
– Yo sí -respondió él-. Sé exactamente qué hacer.
Eso no iba a conmoverla. En vez de eso, Hannah levantó las rodillas y miró fijamente hacia el océano, donde el sol ya se había hundido en sus profundidades. Antes, el sol, pareciéndose a un balón de playa rojo gigantesco, resplandeciendo como una ofrenda, con rayos rojos y naranjas inclinándose mientras se ponía, había parecido verter lava fundida en las batientes olas. El cielo entero estaba cubierto por un color brillante y vívido. La puesta del sol era siempre muy hermosa, pero ella adoraba esta parte del día, justo mientras la noche y el día se encontraban y pasaban, como dos barcos sobre el mar.
El cielo se oscurecía lentamente, como si una manta se dibujara lentamente sobre él. Las nubes se fueron perezosamente y las estrellas brillaron como gemas. La luna, en cualquier etapa que estuviera, brillaba como hermosa plata, rociando su luz a través de las oscuras olas. La paz reinaba.
Jonas deliberadamente la había mantenido aquí afuera, donde ella podría respirar libremente y sin demasiada preocupación. Había notado su pulso apresurado, los pulmones funcionando con dificultad y la desesperación creciendo en ella. Pensaba que había sido lista escondiéndolo, siempre podía esconderlo de todos, pero no de Jonas.
Hannah se frotó la frente. La cara le picaba y le ardía, pero si lo tocaba, la sensación sería peor. Sintió la repulsión en la boca del estómago. No podía soportar verse la cara en un espejo y no tenía la menor idea de cuánto más podría seguir encarando a Jonas sintiéndose tan rota. Extendió las manos hacia él como evidencia. Le temblaban.
Jonas le cogió ambas y se las llevó a la boca, trazando con los labios los cortes.
– Date tiempo, Hannah, pero no pienses que me puedes echar fuera. No pienso permitírtelo.
– Ahora estoy atrapada aquí, Jonas. No puedo salir en público. No puedo recordar lo que debo haber hecho para que alguien me odie tanto. No puedo hacer el amor contigo nunca más… -Su voz se rompió y ella se soltó de sus manos, tirando de la manta hacia arriba para taparse la cara y cubrir sus sollozos-. Odio esta… esta autocompasión. Me prometí que no lo haría, pero tengo que alejarme de ti. Si te veo, Jonas, es mucho peor. No puedo verte.
Se sintió abierto, como si le sacaran los intestinos. Dejó caer la cara entre las manos por un momento, tratando de aclarar su cerebro, intentando permitirse pensar claramente. Inspiró profundamente estremeciéndose y cuadró los hombros.
– Estás confundida, Hannah, y lo entiendo. Afortunadamente para ambos, yo no. Me necesitas, tanto si lo crees como si no, y sé malditamente bien que te necesito.
Esperó hasta que levantó la vista hacia él.
– Lo hago, Hannah. Nunca pensé que podría mirar a una mujer y saber que ella era la razón por la que el sol sale por las mañanas, pero tú lo eres.
– ¿Qué pasa si te hieren? ¿O a mis hermanas? Jonas, ¿qué pasa si algún loco coge un cuchillo y viene a por ti en la oscuridad? Tú simplemente te giras y él está acuchillándote. Diciendo “lo siento, lo siento,” pero cortándote en pedazos. No podría soportarlo. Realmente no podría. Prefiero dejarte y que estés vivo, ileso.
La cabeza de Jonas se levantó bruscamente.
– ¿Qué fue lo que él te dijo? -Alargó la mano y le quitó las manos de la cara-. Mírame, Hannah. ¿Te dijo algo?
Ella frunció el ceño, tratando de recordar.
– Estoy muy cansada, Jonas, y no puedo pensar con claridad cuando estoy cansada. -Miró hacia adentro, hacia la cama-. Me da miedo acostarme.
Él aplacó la impaciencia, deslizando el pulgar por la parte de atrás de los dedos, acariciando la sensible piel.
– Yo también. Las pesadillas no son divertidas. -Tiró de su mano, determinado a conseguir que se acostase en la cama con él y descansase. Estaba agotada, levantándose noche tras noche. Quizás había sido un error traerla a casa desde el hospital tan pronto. Por lo menos allí, la podrían haber sedado para que pudiera descansar.
– Vamos, pequeña, no aceptaré un no por respuesta y tú estás demasiado cansada para discutir conmigo cuando sabes que no vas a ganar. -Tiró de su mano, llevándola con él de vuelta a la habitación.
La acompañó de mala gana, situándose a su lado, insistiendo en que mantuviera las contraventanas abiertas. Jonas le pasó un brazo por la cintura para mantenerla cerca. Ella se puso tensa al principio, pero lentamente, mientras él le acariciaba el cuello con la nariz y le daba besos en el pelo sin pretender nada más, se relajó contra él, con su cuerpo suave y femenino.
– Estoy hiriendo a mis hermanas. Lo odio. Ahora puedo sentirlas todo el rato, excepto a Elle. Se mantiene alejada de mí. No quiere inmiscuirse en mi privacidad. Pero me siento muy mal porque no puedo volver a ser mi otro yo.
Se apoyó más contra él, encajando su cuerpo más cerca del suyo, rozándole la ingle con su trasero y enviando una corriente eléctrica a través de su riego sanguíneo. Jonas apretó los dientes y resolló.
– ¿Puedes sentirlas? La casa está llena de pena y compasión y confusión. Yo he hecho esto, Jonas, y no sé cómo deshacerlo.
Rozó con besos su ceja y bajó por las salvajes heridas hacia la esquina de su boca y después hacia la garganta.
– Tú no lo hiciste, un hombre con un cuchillo lo hizo. Nos queremos los unos a los otros, Hannah, y seremos más fuertes cuando salgamos de esto. No puede destruir nuestra familia. Tus hermanas te darán todo lo que necesites para enfrentarte a esto, y ellas lo enfrentarán a su propia manera. No te tratan como un bebé porque crean que no lo puedes manejar, lo hacen así porque quieren demostrarte que te quieren.
– ¿Por qué estoy tan incómoda con ellas?
Había desesperación en su voz. Jonas la movió contra su pecho, para que la cabeza descansara sobre su hombro y él pudiera abrazarla con ambos brazos.
– La ira es una parte de la recuperación y todos nosotros estamos aquí, cerca de ti. Alguien te hizo daño, Hannah, te traumatizó, estarás enfadada un momento y atemorizada al siguiente. Eso es natural y todos lo esperamos.
– Yo no lo hago, no lo hacía. Me avergüenzo de no poder parar de herir a todo el mundo.
La mano de él se deslizó sobre su pelo, enredándose en las sedosas hebras.
– Duérmete, pequeña, y deja que yo me preocupe esta noche. Tus hermanas están uniéndose para ayudarte. Puedo sentir la oleada de poder en la casa. Cuándo te despiertes, tus heridas no serán tan crudas y es de esperar que te sientas un poco más en paz.
Hannah permitió que sus ojos se cerraran mientras inhalaba, introduciéndose el aroma de Jonas en los pulmones. Él se sentía, se olía y sabía de forma muy familiar para ella. Seguro. Fuerte. Muy Jonas, y él tenía razón. Sentía la subida del poder femenino, fuerte, seguro y amoroso, todo dirigido hacia ella. Las lágrimas le escocieron en los ojos y humedecieron sus pestañas. Por mucho que sus hermanas la incordiaran le llegaron al corazón con amor y curación.
– Amo ser una Drake -susurró ella.
– Yo también -respondió él y la rozó con más besos a lo largo del cuello.
CAPÍTULO 13
Jonas se despertó totalmente despabilado. Le había llevado horas conciliar el sueño, demasiado consciente de Hannah a su lado. El sueño de ella era irregular, su cuerpo se movía constantemente y los brazos lo golpeaban como si se defendiera. Gritó una vez, rompiéndole el corazón. Él yació en la oscuridad, acariciándole el cabello y murmurando suavemente hasta que se calmó. Ahora se encontraba en penumbra con la culata de su arma en la palma de la mano y con el dedo en el gatillo escuchando, con un nudo en el estómago, los suaves gemidos de angustia. Hannah, corazón, es sólo un mal sueño, le aseguró, mientras colocaba el brazo alrededor de su cálido y suave cuerpo para incorporarse con deliberada lentitud, cuidando de no hacer ningún ruido. Sus instintos lo golpeaban con fuerza y quizás no fuera un sueño después de todo.