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El Reverendo abrió la boca, pero nada salió. Joley a menudo tenía ese efecto en los hombres. Él deslizó la mano en la suya y ella acarició con la yema del pulgar el dorso de su mano, leyéndole, leyendo sus pervertidos pensamientos y sus secretos más oscuros, aun así ella le dio un estremecimiento.

Joley ignoró la acometida de recuerdos y se concentró en sus pervertidos pensamientos. No podía dejar de pensar en sus pechos y le gustaba su cadena. En su mayor parte sus pensamientos eran todos acerca de lo que a él le gustaría hacerle a ella. Le dedicó una lenta sonrisa, seductora, que hizo reaccionar a su cuerpo y correr a su mente.

– Eres tan compasivo por preocuparte por el alma de mi hermana. -Se movió, una suave ondulación de su cuerpo, lo suficiente como para hacer alarde de sus exuberantes curvas sin parecer que hacía otra cosa. Fue bastante sencillo amplificar los micrófonos para que cuando el Reverendo hablara, ella interfiriera la emisión y de esa manera sólo se oyera la lujuria y la excitación en su voz.

Le sonrió, su sonrisa una seductora invitación.

– Es una lástima que a ti no te gusten las mujeres, eres un hombre guapo y nosotros podríamos… -Se encogió de hombros, dejando que su cuerpo apenas se deslizara contra el de él, los dedos escapándose de los de él casi a regañadientes. Antes de él pudiera responder a su alegación, se acercó un poco más para que su respiración calentase su oreja-. Parece que podrías salvarme incluso a mí.

Él reaccionó visiblemente, un temblor de excitación pasó a través de su cuerpo. Ella inclinó la cabeza, la mirada manteniendo la suya, tanto que por un momento fueron las únicas dos personas allí. Su voz era un suave susurro.

– Te gustan los juegos, ¿verdad?

La estaba imaginando a su merced, atada y aceptando cualquier cosa que él le diera, mientras predicaba que era por su bien. Aumentó su imaginación, dejándole saborear el poder que tendría sobre ella.

Se relamió los labios y la protuberancia en sus pantalones creció.

– Podríamos explorar posibilidades si quieres salvarte.

– ¿Piensas que podrías salvarme? He hecho cosas. -Entonó su voz un grado más bajo e insinuó todo tipo de cosas pecaminosas, malvadas y muy sexuales.

El Reverendo tragó saliva varias veces.

– Podría salvarte, hija.

Esta vez cuando ella dio un paso más cerca, los pechos rozaron su pecho y luego se alejó otra vez, sus labios en un seductor puchero.

– ¿Qué harías? Dime. Dímelo ahora mismo.

Su mano se deslizó hacia abajo por su pecho y su barriga, deteniéndose abruptamente en la parte delantera de sus pantalones, los dedos tocando ligeramente y luego alejándose.

Él tragó saliva, las imágenes en su cabeza venciendo todo lo demás. Trató de alcanzarla, sus manos se colocaron alrededor de sus brazos, clavándole profundamente los dedos.

– Tendría que atarte para no dejar que el diablo te atrapase. Se enfrentará a mí por ti. Entiende cuan necesario es.

Ella pestañeó para él, con cara de niña, sus ojos ardientes de deseo por él. Podía saborearla, sentirla ya. El Reverendo se olvidó de sus hombres, que trataban de separarle de las cámaras. Había aprobación en sus ojos, necesidad por ella. Le dejaría porque él tenía el poder.

– La flagelación es bella en una mujer y algunas veces es la única forma.

– Tengo un montón de pecados -dijo ella. Su mano arrastrándose por su pecho, la mirada todavía trabada con la de él-. ¿Te sentiré profundamente en mi interior? -ignoró a sus guardaespaldas tal como lo hacía él.

– Oh, sí. -Inclinó la cabeza, apenas capaz de respirar de tanto desearla-. Te follaré hasta enloquecerte. Te haré gritar. Estarás preciosa con la sangre corriendo por tu espalda y tus pechos y tu culo. -Estaba tan fascinado, estaba completamente ajeno a que hablaba en voz alta.

Joley escogió ese momento para dar un paso a un lado para que las cámaras pudieran captar la imagen perfecta de un hombre muy pervertido codiciando a una mujer.

– Dices muchas majaderías, Rev, pero dentro de ti eres un bastardo enfermo. Básicamente, ¿dices que para salvarme el alma, tienes que desnudarme, atarme, flagelarme y luego matarme? Caray. Retorcido. Pero no, gracias.

Callado bajo el hechizo de su voz y cuerpo, el Reverendo contempló las cámaras parpadeando, su mano tratando de alcanzarla mientras se alejaba andando.

Joley se lo quitó de encima, frotándose las manos en los muslos.

– Me repugnas. Vas tras el sexo, puro y duro, y te gusta lastimar a las mujeres. ¿Te pones así? ¿Lastimando a las mujeres? ¿Sabes por qué? Porque no se te levanta de ninguna otra forma.

El guardaespaldas más alto la golpeó de vuelta con una mano en su pecho mientras ellos agarraban al Reverendo, separándole de su hipnótica voz, apartándole protectoramente de un empujón detrás de ellos.

Joley se tambaleó y casi se cayó, pero se frenó. Deliberadamente pasando su lengua a lo largo de sus labios, le envió al Reverendo otra seductora sonrisa.

– ¿Piensas que mi hermana es el demonio? Estabas equivocado.

– Puta. -El más alto de los guardaespaldas del Reverendo se abalanzó sobre ella otra vez.

Joley esperó, preparada, el golpe. Quería que el hombre la agrediera. Se vería tan maravilloso para las cámaras y haría aún más daño al Reverendo que ya tenía gravemente dañada su reputación.

Antes de que su puño pudiera aterrizar, Ilya Prakenskii dio un paso entre ellos, un flujo de músculos y coordinación, su mano atrapó el puño en el aire y lo detuvo. El hombre cayó de rodillas con agonía en la cara.

Joley dio un paso atrás, una mano yendo a la garganta en un gesto defensivo cuando sintió el aumento de la candente y negra energía de la cólera, pulsando en el aire.

– No le mates -murmuró-. Ilya. No lo hagas.

El ruso volvió la cabeza, su mirada al rojo vivo encontrándose con la de ella.

– Entra en la casa ahora -ordenó con los dientes apretados.

Cada vestigio de color desapareció de la cara de Joley, pero cambió de dirección y volvió rápidamente a la casa, directamente en los brazos de Hannah.

– Está bien, nena, estoy aquí -la consoló Hannah.

– Me siento tan sucia. Incité tanto a ese hombre a atacar y luego Ilya vino. No sabía que estaba allí. No le sentí, y vio todo lo que hice. -Joley, que nunca lloraba, se echó a llorar.

– Alguien tenía que detener a ese horrible hombre.

La puerta se abrió de golpe e Ilya Prakenskii se paró allí, sus hombros anchos llenando el espacio. La habitación pulsó con negra furia. Dio dos largas zancadas y ondeó la mano detrás de él. La puerta se cerró golpeando ruidosamente.

– ¿Estás deliberadamente tratando de que te maten? -Ignorando a Hannah y Sarah, tiró bruscamente de Joley sacándola de los brazos de Hannah y la hizo volverse para confrontarle-. Porque ese hombre no es simplemente un pervertido, es peligroso, y has debido saberlo en el momento en el que le tocaste. Le destruiste en televisión en directo. ¿Qué diablos estabas pensando?

Joley se mordió fuertemente los labios para tratar de dejar de llorar. La humillaba que Prakenskii la hubiera cogido en tal momento de debilidad. Puntualizó cada palabra con una dura sacudida y quiso liberarse y escupirle a la cara, pero tenía razón. Tenía toda la razón y había tocado a un monstruo y eso la disgustaba.

– Nikitin lo vio todo. Está obsesionado contigo, también. ¿Qué piensas que será lo primero que me diga cuando estemos solos? Va a querer al hijo de puta que te golpeó muerto. Maldita sea, Joley. ¿Es que nunca piensas antes de actuar?

– Lo hizo por mí -dijo Hannah, dando un paso cerca de su hermana menor-. Me protegía.

– Usó su voz y su cuerpo con él. Se obsesionará y no se irá. -Ilya soltó a Joley después de una dura sacudida más, frustrado y alejándose de ella, pasándose la mano por la cara.

– Si tu voz hubiese sido tomada por el micrófono, obsesionarías a más de uno. ¿Qué diablos te pasa?