– Tal vez fue un poco impulsiva -la defendió Hannah-, pero fue con buena intención.
– ¿Igual que cuando se hizo pasar por Libby? Medio mundo piensa que está metida en retorcidas orgías sexuales y la otra mitad está obsesionada con ella, son peligrosos.
Joley se limpió los ojos y levantó la barbilla con expresión terca, desafiante.
– Tal vez estoy metida en retorcidas orgías. No es asunto tuyo si lo estoy.
Él siseó.
– No me empujes ahora mismo, niñita. O te encontrarás sobre mis rodillas ante los ojos de tus hermanas. Estoy furioso contigo.
– No te atreverías. Te detendría.
– No, Joley, no lo harías. Ambos lo sabemos, así es que da marcha atrás y déjame despotricar acerca de esto como te mereces. Pero te lo advierto -se acercó más a ella-, la próxima vez que hagas algo tan tonto, tan peligroso, voy a darte una lección que nunca olvidarás.
Se alejó, caminando de arriba abajo por la habitación como un tigre inquieto, visiblemente calmándose y recuperando el control. Cuando se dio la vuelta, no estaba menos furioso, no era menos aterrador, pero esta vez su furia era fría.
– ¿Y qué os pasa a vosotras? -Las otras Drake habían deambulado por la habitación, una por una, tomaron posiciones en un impreciso círculo vigilándole con ojos cautelosos-. ¿Creéis honestamente que ella es tan resistente? ¿Tan fuerte? ¿Qué pasa que no cuidáis de vuestra hermana menor?
La rápida inspiración de Joley fue audible.
– Soy así de resistente y harías bien en no amenazar a mis hermanas o averiguaras exactamente lo dura que soy realidad.
La cabeza de Hannah palpitaba, las emociones oscilaban fuera de control. Esto era culpa suya. Joley se exponía al peligro por su culpa. Aunque detestase muchísimo a Prakenskii, él estaba en lo cierto. Joley era impulsiva y actuaba sin pensar en su propia seguridad cuando protegía a la familia. ¿Era posible que quienquiera que odiara a Hannah cambiara ese odio de dirección enfocándolo en Joley?
– Tienes razón -dijo, su voz estrangulada por las lágrimas-. Tiene razón. Joley, cariño, tienes que ser más cuidadosa. Estás allí fuera, en las noticias, y las personas equivocadas te pueden ver.
El golpe en la puerta sacudió sus nervios. Presionó los dedos apretadamente contra los labios y se marchó dando media vuelta para tratar de evitar que los demás vieran lo afligida que estaba. De pronto todo lo ocurrido volvió. El cuchillo. El dolor. El absoluto horror. Y ahora tendría que preocuparse por si alguien le hacía lo mismo a Joley.
Ilya detuvo a Sarah con la mano cuando dio un paso hacia la puerta.
– Es Nikitin -dijo-. Ten cuidado. No sabe nada de tus capacidades.
Elle se movió cerca de Hannah y rodeó su cintura con un brazo, situando su cuerpo delante de su hermana. Hannah frunció el ceño. Elle era la más joven, la más tranquila, y definitivamente la más letal. Hannah ya no quería la protección de Elle. Más que nada, eso debería ser a la inversa, pero el corazón ya golpeaba, ardiéndole los pulmones, y apenas podía pensar con el zumbido en la cabeza. Le estaba dando un ataque de pánico en toda la extensión de la palabra.
– Joley, lleva arriba a Hannah -ordenó Ilya-. Apresúrate.
Joley pasó la mirada de él a la pálida cara de Hannah. Sin protestar, agarró la mano de Hannah y la sacó del cuarto, subiendo las escaleras. Detrás de ellos, podía oír a Prakenskii abriendo la puerta principal y dejando entrar al gángster.
– Y-Yo no pu-puedo respirar -tartamudeó Hannah, su respiración entrecortada y dificultosa.
– Sí que puedes, cariño -dijo Joley-. Estarás a salvo en tu cuarto.
– Afuera -Hannah indicó el balcón-. Podría respirar afuera. Estaba a salvo con el viento y el mar. Anduvo a tientas a lo largo de las paredes hacia las puertas francesas y las abrió, dando un paso con alivio en el balcón enlosado.
– ¿Mejor? -preguntó Joley, arrastrando la silla de Hannah más cerca.
– Sí. Lo siento, Joley, y me apena que sintieras que tenías que salir allí y protegerme de ese bastardo pervertido. Eres una hermana asombrosa.
– Las personas como esa me cabrean tanto, Hannah. -Guardó silencio un momento, la mano le temblaba cuando se echó para atrás el pelo-. Odio que Ilya me viese así. Me hizo sentirme barata y sucia.
– Oh, Joley. -Angustiada, Hannah extendió la mano hacia ella-. No te miró como si fueras barata o sucia, estaba preocupado, alterado y asustado por ti. Me hizo tener miedo por ti.
– Odio que tenga razón. Hice una tontería, pero todavía me alegro de haberlo hecho. Muy pocas personas van a seguir al Reverendo después de su pequeña demostración.
– Ten cuidado, Joley. Ten mucho cuidado de ahora en adelante. Te has hecho con un enemigo. -Hannah se meció hacia delante y hacia atrás, tratando de encontrar el equilibrio otra vez.
– Jonas va a estar realmente enfadado conmigo, también -aclaró.
– Pero vas a salir con él esta noche y eso le debería dulcificar.
– Tal vez no debería ir con él. No quiero que me ame así. Quiero ser perfecta para él. Fuerte para él.
– Jonas te ha amado desde siempre, Hannah, eras la única que no lo sabía. No va a dejar de amarte porque tú le digas que pare.
– Entonces, ¿piensas que debería ir? -Se comprometería si iba. Lo entendía, y se repetía que se daba por entendido que si iba con él, entonces iba a seducirla y eso sería vinculante en lo que a Jonas concernía. ¿Estaba lista? Honestamente no lo sabía.
– ¿Le amas, Hannah? ¿Realmente le amas? -preguntó Joley.
– Con cada aliento de mi cuerpo. Hasta los huesos. Hasta no poder más.
– ¿Por qué? ¿Por qué le amas tanto, Hannah?
Hannah se hundió en la silla y puso los pies en la baranda, la tensión deslizándose de su cuerpo.
– Me hace sentirme viva. Me ve. No puedo esconderme de él. Me ve y me ama de todas formas. Me hace sentirme bella cuando no me lo hace sentir nadie más. Puedo verme en sus ojos y me hace ser mejor persona de lo que soy.
– ¿Qué más?
– Sabe como divertirse y se divierte conmigo. A él no le importa si soy rica o famosa. A él no le importa si soy un enorme éxito en el mundo. Me hace sentir como si las cosas que quiero hacer, estar en casa, cocinar y ser esposa y madre, fueran tan importantes como la economía mundial.
– ¿Y? -incitó Joley con una pequeña risa burlona.
Hannah sonrió abiertamente echándose hacia atrás.
– Y es ardiente en la cama.
Joley se rió.
– Entonces te digo, que tienes tu respuesta. El resto, todo encajará en su lugar. Permítete ser feliz, Hannah.
– ¿Qué hay acerca de mis ataques de pánico? No van a desaparecer.
– Mereces tener unos cuantos ataques de pánico después de que un chiflado tratase de coserte a puñaladas con un cuchillo. A Jonas no le importa. No nos importa. ¿Por qué debería importarte a ti? Sé feliz.
Hannah inclinó la cabeza.
– Tienes razón. ¿Cómo llegaste a ser tan lista? Voy a tomar mi baño y prepararme y luego te llamaré y me ayudaras con una cosa, algo importante.
– Claro. Estaré de regreso con el 411 de cualquier cosa que ocurra escaleras abajo. -Joley parpadeó y la dejó sola.
Hannah regresó a su habitación, cerrando cuidadosamente las puertas francesas y abriendo las persianas. Se detuvo en su habitación a la espera de que su corazón dejase de latir tan rápido. ¿No había decidido que sería sincera con ella misma? ¿Qué quería que ocurriera esta noche con Jonas? Era la que trataba de retrasar estar con él físicamente porque la avergonzaba su cuerpo, pero le quería con tal intensidad que la estremecía. Mientras la noche caía, la tirantez de su cuerpo parecía sólo aumentar. Quería estar bajo él, sobre él, con él, su cuerpo tomando el de ella una y otra vez. Y que Dios la ayudara, quería esa mirada tan fieramente posesiva en su cara una y otra vez.
Todo lo que le había dicho a Joley era verdad. Amaba a Jonas. No había habido nadie antes de él y no habría nadie después de él. Si le quería, entonces necesitaba ponerse de pie y tomarle.