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– Llévame a tu casa y averígualo – dijo Hannah valientemente.

Sus largos dedos, calientes seguían acariciándole el pecho, y con cada toque, las terminaciones nerviosas en lo más profundo de su interior chisporroteaban en reacción. Él gimió, un sonido áspero y rudo que la emocionó.

– Dios mío, nena, estás Jodidamente desnuda bajo esa falda, ¿lo estas? Y estoy conduciendo. Me estás matando. -Aspiró profundamente. Su miembro estaba tan hinchado que el material de sus pantalones vaqueros estaba al límite-. Y lo estás haciendo a propósito.

– No te lo voy a decir. Solamente llévanos a tu casa. Y presta atención a la carretera.

Él condujo por la serpenteante y estrecha carretera con una mano en el volante y la otra acariciando su pecho. Todo el tiempo continuó repartiendo miradas entre la carretera y su falda.

En vista de que le podía sacar de quicio simplemente con el calor que desprendía a través de su cuerpo y que podía hacerla sentir atrevida y sexy. Su mirada fue ardiente, los dedos posesivos.

– Levántatela.

– No.

La mano bajó a su muslo.

– Te juro, nena, que puedo sentir tu calor. Levántatela para mí. -Su voz era ronca.

– Te estrellarás.

– No, no lo haré. Mantengo los ojos en la carretera.

– Pon ambas manos en el volante.

Cuando él obedeció, ella le envió una sonrisa de sirena y comenzó lentamente a subir la vaporosa falda, centímetro a centímetro despacio sobre sus desnudos muslos.

Jonas casi dejó de respirar cuando el interior de sus suaves y blancos muslos surgió a la vista.

– Más arriba, nena, un poco más arriba. -Casi podía distinguir los labios de su sexo y los diminutos rizos rubios. La humedad brillaba apetitosamente. Las manos apretaron el volante hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Él nunca había querido más a una mujer. Estaba casi demente de deseo-. Abre tus piernas un poco más. Sólo un poquito más Hannah. Eres la mujer más sexy que alguna vez he visto en mi vida.

Podía ver el efecto que le causaba. Su respiración, su voz, la lujuria oscura en sus ojos, la protuberancia en sus pantalones vaqueros; Todas las ondas de necesidad que exudaba derrumbándose a través de su sistema. El poderoso sentimiento, bello y sensual era un afrodisíaco que no había esperado. Abrió más las piernas y dio un pequeño tirón más a la falda, permitiéndola subir un poco más.

Jonas se desvió de la carretera entrando en el camino de acceso y desaceleró la camioneta. Dejó caer una mano encima del asiento entre las piernas de ella y le acarició ardientemente, la mojada entrada con los nudillos, varias veces, cada vez poniendo un poco más de presión. La respiración de Hannah emergió en un sollozo. Su cuerpo se estremeció, los pechos hinchados y doloridos, el estómago agrupándose en nudos. Ella atrapó su gruesa muñeca con ambas manos, asustada de lo que iba a ocurrir si le dejaba continuar. Ella lo había comenzado, pero su cuerpo ya estaba en llamas fuera de control, demasiado ardiente, demasiado rápido, el calor construyendo y construyendo hasta que tuvo miedo de quemarse viva.

Aparcó la camioneta con una sola mano, negándose a ceder ante su tirón.

– Ssh, Cariño, despacio. ¿Qué piensas que va a ocurrir? Solo voy a hacerte sentirte bien.

– Esto es demasiado. Apenas me has tocado.

– Toma tus manos y ponlas alrededor de mi cuello.

Sus miradas se encontraron. Ella tragó saliva.

– Hazlo ahora, Hannah. Pon tus manos alrededor de mi cuello y agárrate. -Se negó a dejar que ella apartara la vista de él, conservando su voz baja y dominante-. Confía en mí, cariño.

Confiaba en él. En quien no confiaba era en sí misma. No tenía ni idea de que fuera una persona tan sexual. Había pasado los años sin mucho interés. Aun cuando Joley le señalaba hombre ardiente tras hombre ardiente, no se conseguía excitarse del todo a menos que Jonas entrase andando en la habitación. En secreto le había deseado durante años. Soñaba con él, lo imaginaba. Pero durante todo ese tiempo, ella nunca se había dado cuenta de ese aspecto ardiente, de que un gesto o caricia, la enviarían inclinándose al límite

– No quiero que pienses que soy…

– ¿Que te gusta compartir el sexo conmigo? ¿Que disfrutas de mi cuerpo y amas tenerme disfrutando del tuyo? Eso es bueno, nena. Lo que hacemos es entre nosotros. Privado. Intimo. No es ofensivo. Esto es amor, compartir nuestros cuerpos el uno con el otro es amor. Necesito darte placer. No sólo quiero, necesito poder tenerte aplastada debajo de mí. -Sus nudillos rozaron su entrada otra vez y él miró la intensa necesidad hacer más oscuros sus ojos-. Pon tus brazos alrededor de mi cuello y agárrate.

Ella acopló las manos detrás de su cuello y presionó la frente contra la de él, abriendo la boca cuando su dedo se deslizó sobre ella y en ella, instantáneamente retorciendo el nudo de nervios en un fogoso manojo moviéndose a gran velocidad en corrientes eléctricas que crepitaban a través de su cuerpo, destruyendo cualquier semblanza de control que pensase que todavía podía tener.

– Jonas. -Su nombre surgió en jadeo irregular.

– Voy a adorar enseñarte todo tipo de nuevas y maravillosas cosas, Hannah. -Sobre todo, estaba decidido a demostrarle lo bella que realmente era. Bella y sexy y suya. Si él no le daba nada más que eso, entonces él lo quería para ella.

La acarició una segunda vez, gentil, los escalofríos recorriendo su cuerpo. Sin previo aviso, sus dedos descendieron rápida y profundamente y ella gritó, echando hacia atrás la cabeza. Su pulgar encontró su lugar más receptivo y rastrilló su hipersensible clítoris. Su cuerpo simplemente pareció derretirse, deshacerse. Un pequeño quejido roto escapó de su garganta cuando empujó contra su mano. El sonido fue directamente a su ingle. Se sintió hincharse, sacudirse con fuerza, sus pelotas tensándose. Tenía que lograr quitarse la ropa o no sobreviviría.

– Necesito que entres, Hannah, o te tomaré aquí mismo como un adolescente ansioso.

Le contempló en una especie de estupor atolondrado, se veía tan sexy que en ese mismísimo momento casi perdió el control, pero no iba a sacar de un tirón su miembro de los pantalones y tomarla en una maldita camioneta. Quería montarla, ardiente y feroz, pero no así. Aspiró profundamente para controlarse, le bajó la falda y abrió la puerta.

– Nada de luces, Jonas. Mantén apagadas las luces.

– Haremos lo que sea para que estés muy cómoda, nena. -Pero él iba volverla tan malditamente loca que no iba a pensar en cualquier otra cosa que no fuera él y lo que sus manos y su boca y su cuerpo le podían hacer al de ella.

Con las rodillas estremeciéndose y las piernas débiles, Hannah no esperó a que diera la vuelta y la ayudase a salir, pero caminó por delante de él hacia su casa. Le deseaba ardientemente. Estaba obsesionada con él. Quería que Jonas reemplazara su inocencia por experiencia, y estaba decidida a que le enseñara como complacerle. Quería aprender cada manera en la que podrían darse placer. Sobre todo, quería a Jonas Harrington para ella, y por primera vez en su vida, estaba completamente dispuesta a tomar lo que quería.

Jonas pasó rodeándola y abrió la puerta. Hannah entró y él la agarró, cerrando la puerta de una patada y sacando bruscamente el abrigo fuera de sus hombros. Lo dejó caer en el suelo y la arrastró hacia atrás contra de él, las manos ahuecando sus pechos, la barbilla descansando sobre su hombro. Su respiración salió en duras boqueadas cuando apretó la erección contra la curva de su trasero, tan sólo los vaqueros que le cubrían y el material delgado de su falda los separaba.

– Voy a comerte viva Hannah. -Mordisqueó bajando por su cuello-. Eres tan suave, ¿cómo diantres haces para estar tan suave?

Ella tuvo miedo de caerse directamente al suelo. Sus manos estaban por todas partes en sus pechos cuando él dio un paso atrás, obligando a su cuerpo a inclinarse y darle aun mejor acceso. Una mano se deslizó sobre su cadera y alrededor de su cuerpo, tirando de su falda. Sus manos automáticamente volaron hacia las de él.