¿Qué podía ser más hermoso que Hannah deslizándose sobre su cuerpo, desnuda y dispuesta, con una sonrisa tentadora y la promesa del cielo en los ojos?
– Pareces un cuento de hadas tumbada en mi cama. Ricitos de oro con su pelo extendido en mi almohada.
Levantó la cabeza justo lo suficiente para dedicarle otra sonrisa, burlona y traviesa.
– ¿Tienes fantasías sobre Ricitos de oro?
Ahora podía ver la curva de uno de sus pechos, lleno y tentador, añadiéndose a la atracción de la curva de su trasero.
– Demonios, sí que tengo. Una mujer muy traviesa con rizos dorados esperando desnuda en mi cama, sabiendo que merece un castigo y voy a ser el único que se lo va a dar.
La agarró del pelo con el puño y lo levantó de su cuello para poder inclinarse y saborear la piel. Deliberadamente raspó con los dientes el camino hacia su hombro, la lengua arremolinándose mientras encontraba cada intrigante depresión.
– Así que eres el oso malo.
– Cuando tengo que serlo. -Sus manos se deslizaron por su espalda y acunaron sus nalgas, amasando los músculos firmes y apretándola más cerca de él-. ¿Vas a darme mi fantasía justo como hiciste con la última?
Ella se inclinó más cerca, rozando la comisura de su boca con la suya, dejando un rastro de besos desde su mandíbula hasta el cuello. Él cerró los ojos, sintiendo cada pequeño roce de terciopelo, el pellizco de los juguetones dientes, y entonces los labios se movieron hacia su hombro. La manera perfecta de empezar la mañana.
– Te daré cualquier fantasía que quieras, Jonas. -Frotó su cara contra él como una ronroneante gatita-. Siempre que me des las mías.
Abrió los ojos y la miró, sintiéndose perezoso y excitado, un calor ardiente moviéndose a través de su cuerpo, como si tuviera todo el tiempo del mundo para disfrutar de ella. Hannah. Suya. Deslizó la mano por su espina dorsal hacia su trasero, haciendo perezosos círculos.
– ¿Tienes fantasías sobre mí?
Ella le dio una sonrisa malvada, bajó la boca hasta su hombro y lo mordió gentilmente.
– He dicho que tengo fantasías, no que sean sobre ti.
Entrecerró los ojos, la mano se movió sobre su redondeado trasero en advertencia.
– Soy un hombre celoso, Hannah. Tus fantasías tienen que ser sobre mí.
Ella rió suavemente, el sonido deslizándose a través de su cuerpo, avivando el fuego lento en algo totalmente diferente. Sonaba feliz y relajada, y cuando le miraba, él veía amor en sus ojos. Su corazón vaciló. Era malditamente aterrador cómo podía volverlo del revés con sólo una mirada. Nunca entendería cómo se las había arreglado para ser tan afortunado, estaba tan condenadamente seguro de que no la merecía, pero no iba a ser lo bastante estúpido como para perderla.
Cuando ella se movió, su pelo se deslizó en una caricia sobre su piel, ocultándole sus generosos pechos por un momento. Al siguiente, le echó un fugaz vistazo a la exuberante curva y al apretado capullo de un pezón. Estaba a centímetros de su boca -dulce tentador- tan dulce.
Mirarla le dolía. Tomarla una y otra vez durante la noche no había cambiado nada eso. Se pensaría que estaba completamente saciado, su cuerpo completamente satisfecho, pero entonces se movería, con su sexy y fluída gracia, acariciando su piel con la suya, o haría ese pequeño puchero con su boca y estaría otra vez duro como una piedra. Peor, profundamente, en algún centro escondido donde nadie más podría verlo o saberlo, se volvería una masa blanda, se derretiría y sabría con seguridad que estaba perdido para siempre, cautivado por su hechizo.
– Te amo, Hannah. -Su garganta le dolió, se sintió tan desnudo con el amor.
En respuesta, ella se movió, un erótico movimiento de músculos bajo la piel, deslizándose sobre su cuerpo, la cabeza en su pecho, los senos suaves y llenos contra su vientre, las largas y hermosas piernas apartando las suyas para poder asentarse cómodamente en él. La temperatura de su cuerpo subió mientras empezaba a deslizarse lentamente hacia abajo, presionando pequeños besos sobre su cuerpo y vientre. Su lengua se sentía como terciopelo mientras le daba pequeños golpecitos en las costillas.
Su corazón saltó y comenzó a latir aceleradamente. Hannah le sorprendió con sus juguetones pellizcos y su lengua deslizándose. La sangre se le aceleró en las venas.
– Quiero esto, saber que puedo tocarte así.
El aliento de la mujer susurró contra su piel, caliente, erótico, haciendo que su cuerpo se tensara, se endureciera, casi ardiera con anticipación. Dejó un sensual sendero de humedad por su muslo mientras continuaba moviéndose aún más abajo, deslizándole su monte de Venus húmedo deliberadamente por la pierna. Iba a perder el juicio antes de que terminara, pero haría el sacrificio.
Hannah no se apresuraba en su exploración. Sus manos eran lentas, moldeando sus músculos, trazando sus costillas. Atormentó y pellizcó los planos pezones, y durante todo el tiempo su boca hizo que el calor bajara despacio, perezosamente por su cuerpo. Aunque le había hecho el amor la mayor parte de la noche, se sentía como la primera vez de nuevo, la jadeante expectación, el asalto furioso a sus sentidos, el fuego que ardía a través de su ingle hasta que quiso gritar por la mezcla de dolor y placer.
Hannah no tenía la menor idea de lo que le estaba haciendo, pero era divertido. El cuerpo de Jonas estaba estirado, abierto completamente a ella, su campo de juegos privado y ella quería jugar. Quería conocer cada detalle íntimo acerca de él. Él conocía su cuerpo, sabía exactamente como hacerla añicos y romperla, quería el mismo conocimiento de él. Jonas la hacía sentir segura de sí misma, de su cuerpo, de su sexualidad.
Le presionó besos en el vientre, disfrutando de la sensación de sus músculos contrayéndose bajo sus labios. La textura de su piel era asombrosa, caliente y firme, suave y dura. Su cuerpo estaba tenso, las caderas inquietas, pero por ella, trataba de estar quieto y permitirle hacer lo que quisiera. No era fácil para él. Su cuerpo temblaba y ella sabía que él era dominante por naturaleza, pero retorció los puños en las sábanas y se mantuvo inmóvil por ella. Cuando levantó una mano para deslizarla sobre la curva de su espalda, Hannah levantó la cabeza en advertencia.
– Mantén las manos en el colchón, Jonas.
Él le sonrió abiertamente, pero sus ojos tenían calor.
– Mi pequeña dominatrix, sexy como el infierno.
– Es mi turno. Has pasado toda la noche explorando mi cuerpo, y quiero tener mi oportunidad con el tuyo. Es justo. -Resbaló un poco más abajo y sopló aire tibio sobre la cabeza ancha y brillante de su tensa erección-. Eres un poco intimidante.
Trató de no soltar el colchón.
– Pero te hago sentir muy bien.
– Cierto. -Sopló más aire y miró como su cuerpo se sacudía, las caderas se elevaban hacia la boca que esperaba. Con los ojos fijos en los de Jonas, de forma experimental sacó la lengua fuera con rapidez para probarlo.
– Hijo de puta, Hannah. -Las palabras rompieron de él, una maldición, una oración. Su voz era dura, rota.
– Bueno, nunca he hecho esto. Quizás necesite una pequeña instrucción.
Cuando habló, sus labios acariciaron la cabeza sensible y su lengua se deslizó sobre él en una caricia caliente, puntuando cada palabra.
Él cerró los ojos brevemente, pero no podía parar de mirar la erótica visión que presentaba.
– Envuelve la mano con fuerza alrededor de la base, nena. -El aliento silbó fuera de sus pulmones cuando obedeció. La mano era pequeña, incluso delicada, rodeándolo tan cerca de la base como le fue posible-. Más fuerte, dulzura. No tengas miedo. Cuando estoy dentro de ti, estás tan malditamente apretada que me estrangulas. -Gimió con repentino placer-. Eso es, eso es lo que necesito.
Le sonrió y bajó su cabeza otra vez, su lengua deslizándose sobre él, curvándose bajo la ancha cabeza para acariciar con fuego sus lugares más sensibles. Nunca se había sentido más poderosa que en ese momento. Se veía como si ella lo pudiese destruir, sus ojos azules tan oscuros que eran casi negros, su respiración dura y su carne palpitante tan dura y gruesa que se sentía como terciopelo sobre acero.