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Fijando su mirada con la suya, separó los labios y, con lenta deliberación, encerró la cabeza caliente y engrosada de su pene en el calor húmedo de su boca. El cuerpo de Jonas se sacudió y sus manos volaron para agarrarle el pelo en dos puños apretados. Dejó salir un grito estrangulado, dijo algo áspero y bajo que hizo que el cuerpo de Hannah latiera y llorara de excitación.

Quería devorarlo de la manera en que él lo había hecho, desarmándolo, pieza a pieza, hasta que se retorciera de éxtasis. Ya le había enseñado lo que un amante podía hacer con una boca magistral y quería aprenderlo todo. Más que nada, quería darle la clase de placer que le había dado a ella. Un regalo. El beneficio estaba en la emoción, en el calor de sus ojos, en la alegría total de darle lo que llevaba a su propio cuerpo al rojo vivo.

Jonas gimió, esforzándose por mantener el control, por mantener sus empujes poco profundos y contenidos cuando lo que quería era deslizarse por su garganta. Era tan malditamente sexy, pareciendo tímida y sensual. Ella quería darle placer, quería conocer su cuerpo. Se veía en sus ojos, en su toque, en su boca pecadora y malvada mientras lo destrozaba lentamente y con un propósito determinado.

– Justo ahí, nena, con tu lengua.

Era buena siguiendo instrucciones, demasiado buena. Susurraba con voz ronca, a veces crudamente, y ella encontraba el lugar exacto, la succión correcta, su lengua tan diabólica que estaba seguro que lo destruiría con el puro placer que le entumecía la mente. Ella lo miraba, buscando señales, para ver cómo se tensaba su cuerpo, hacer que su temperatura se elevara y los músculos se contrajeran. Cuando chupaba fuerte, su boca como una trampa sedosa de calor fundido, lo convertía en un maníaco lleno de lujuria, y los gruñidos guturales retumbaban en su garganta. Y cuando aplastó la lengua y la deslizó bajo la sensible punta, frotando con fuerza, golpeando el lugar que lo envió en órbita, no pudo parar el áspero grito roto que salió de su garganta o el automático empuje de sus caderas para profundizar su golpe.

Ella casi se apartó, pero la sostuvo con ambas manos.

– Eso es, Hannah. Más profundo, tómame un poco más profundo, relaja la garganta para mí, nena. -Otro grito ronco escapó cuando lo obedeció, la garganta cerrándose alrededor de él, apretando la carne caliente y viva hasta el punto de explosión.

La intensidad salvaje ardiendo en los ojos masculinos habría sido estímulo suficiente, pero su propio cuerpo había empezado a derretirse. Complacerlo era un afrodisíaco en sí mismo. Podía sentir el fuego corriendo por su sangre y las llamas sobre su piel, su cuerpo ardía con una increíble necesidad. Dentro, profundamente, su cuerpo estaba derretido, tensándose y ferozmente necesitado. Quería más de él, todo de él. Mantuvo los ojos sobre los suyos y deliberadamente lo sacó casi fuera de la boca, haciéndolo estremecer, su torso subiendo y bajando, sus ojos de un azul brillante. Jonas tembló. Sus manos le apretaron el pelo, agarrándole la cabeza como si necesitase un ancla. Entonces lo tomó más profundamente, casi tragándolo, su boca deliberadamente apretada y tan caliente que sabía que lo estaba fundiendo. Estaba latiendo ahora, su carne era una barra de acero. Líneas duras se grabaron en su cara mientras jadeaba buscando aire y luchaba por el control.

Jonas echó la cabeza hacia atrás y luchó por evitar hacer estragos en la suave y caliente boca. Ninguna mujer le había conducido al borde como Hannah estaba haciendo, sin saber, inexperta, pero tan deseosa de complacerlo. La alegría en su cara, el deseo, la imagen sensual rompió a través de él, un torrente de necesidad lo envolvió con una fuerza destructiva.

– Más duro, nena, dame más.

Jonas podía sentir su cuerpo hinchándose. Y sus manos en el pelo de ella, controlando su cabeza, los movimientos de Hannah tomando el control cuando quería que fuese la que mandase. Era tan bueno, tan perfecto. Un momento en el tiempo que no olvidaría.

Se estaba quemando vivo, tan ido, empujando impotentemente en su boca, rápido, duro y más profundo de lo que debería. Ella se atragantó. Tosió. Haciéndolo entrar en razón. Le sostuvo la cabeza quieta con las manos y forzó a su cuerpo a dejar de elevarse.

– Lo siento Hannah, me estás volviendo loco y estoy fuera de control.

Cerró los ojos cuando su lengua se curvó rodeándolo.

– Te quiero loco y fuera de control.

Sacudió la cabeza.

– Dejaremos el resto para otro día.

Porque si no lo hacían, Hannah iba a aprender sobre el amor mezclado con la lujuria en una catastrófica explosión.

– Sube aquí. Móntame, dulzura. Ya puedo sentir lo preparada que estás para mí, caliente y mojada y tan malditamente perfecta. Ven aquí.

Empezó a moverse, deslizándose hacia arriba por su cuerpo, sus pechos dejando rayos gemelos de fuego donde sus pezones se arrastraban sobre él. Por primera vez ella dudó. Jonas vio pasar su mirada de él a los alrededores. El vidrioso entusiasmo que brillaba en sus ojos se desvaneció, levantó una mano a su cara y la dejó caer en sus pechos.

Era por la mañana. Había estado tan atrapada en él que no se había dado cuenta de la luz del día. La satisfacción curvó la boca de Jonas y se asentó en su estómago. Con sus manos, su boca y su cuerpo, podía hacer que se olvidase de ocultarse.

Jonas la alcanzó y enmarcó su cara con las manos.

– Tengo que verte, sólo por un momento. Amo tus pechos, tan suaves, nena, tan perfectos para mí. He pasado la mitad de la noche despertándote para chuparlos. -Frotó una marca en forma de fresa que había puesto en un montículo cremoso-. Esto es mío. Eres mía. Y te amo más que a mi vida.

– Pero las cicatrices, Jonas. -Era difícil pensar en algo excepto en el deseo pulsante entre sus piernas donde estaba dolorosamente vacía y desesperada por ser llenada. La mirada de Jonas la estaba quemando, tan posesiva, que sólo con ella casi alcanzó el clímax.

– ¿Me has oído, Hannah? Tengo que verte. Siéntate para mí, móntame. Déjame tenerte -Puso levemente el filo de una orden en la voz, áspera de necesidad, dominada con deseo.

Ella se humedeció los labios, respiró y entonces lentamente obedeció. Hannah lo montó, echándose el pelo hacia atrás hasta dejarlo salvaje, enmarcando su cara con brillantes rizos de oro y platino mientras se sentaba con lánguida gracia. Parecía una tentadora sensual con sus senos perfectos y su piel resplandeciente.

Hubo un momento de silencio seguido por el sonido áspero de la respiración de Jonas. Se cubrió los pechos con las manos, un gesto automático, pero él le capturó las muñecas y las empujó hacia abajo, manteniéndolas allí para poder verla

– Permanece así para mí, cariño. Sólo necesito que… sólo necesito.

Liberándola, Jonas deslizó las palmas por su estómago liso, trazando las costillas y subiendo hasta sus pechos, acunando la suave ofrenda en sus manos. Los pulgares se deslizaron por sus pezones y sintió su temblor de respuesta, el calor fluyendo y la humedad cuando ella se movió ligeramente. Adoraba ver su cara mientras él se inclinaba hacia delante. Los nervios. La excitación. La anticipación. Era tan sensible a él. Sus pezones se tensaron antes de que llegara allí y sintió el chorro de líquido caliente en su estómago donde ella lo montaba. Su pene permanecía contra sus suaves nalgas presionando con ansia, queriendo ser llevado a casa.

Atrajo uno de los pechos a su boca y agarró el otro pezón con los dedos, tirando y pellizcando mientras succionaba. Ella dio un pequeño grito jadeante, su cuerpo temblando mientras se empujaba más cerca. Se tomó su tiempo, sin rendirse a las urgentes demandas de ambos cuerpos, forzándola a subir más alto, lamiendo y chupando, los dientes raspando y la lengua moviéndose rápidamente, atormentándola hasta que estuvo retorciéndose, su cuerpo latiendo sensualmente. Los músculos del estómago femenino se apretaron en nudos. La unión de sus piernas se volvió mas caliente que nada que él hubiera experimentado, mojada y preparada para él. Y ella no estaba pensando en nada más que en Jonas, estaba seguro de eso.