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– ¿Adónde puedo ir donde nadie a quien quiero vaya a tener la oportunidad de ser herido? -Alzó la vista hacia él con dolor y conmoción en sus ojos-. ¿Quién podría odiarme tanto que no sólo quiere destruirme a mí, sino a todos los que amo? ¿Qué pude haber hecho para causar esto?

Jonas había visto víctimas de crímenes, cientos de ellas. Las había tranquilizado, calmado, les había dado malas y buenas noticias, pero nunca había sido personal. Las emociones de ella le ahogaron, le estrangularon, le hicieron sentir impotente y atormentado por la furia de que alguien pudiera poner esa mirada en su cara.

– Nada, Hannah. No has hecho absolutamente nada. La gente que elige esta clase de locura está enferma. Pueden imaginar un desprecio, una fantasía. En realidad esto no es sobre ti. Es sobre ellos y su odio ensimismado, una emoción destructiva y absorbente. No es alguien a quien conoces. Nadie a quien conoces podría hacerte esto.

– No sé qué hacer.

– Yo sí, corazón. Esto es lo que haré. Te llevaré de vuelta a tu casa…

Ella negó con la cabeza.

– No les quiero persiguiendo a mis hermanas.

Jonas le enmarcó la cara con sus largas manos.

– Nena, no estás pensando claramente. Tu casa come personas como aperitivo. Tus árboles las tiran al océano. Tu balcón está vivo y tus ventanas se reparan a sí mismas. Tú y tus hermanas estáis malditamente seguras en esa casa, a la cual, por cierto, nunca volveré a mirar de la misma manera.

Casi se las arregló para sonreír mientras permitía que la levantara.

– Está bien. Iré a casa con ellas, pero será mejor que también estés en casa. Lo digo en serio, Jonas. Quienquiera que esté haciendo esto, ahora obviamente está tratando de matarte.

Miró alrededor, encontró sus zapatos en el salón y le entregó las sandalias. Ella se sonrojó, viendo su falda, blusa y abrigo justo en la entrada, en la puerta.

– No fuimos muy lejos, ¿verdad?

Él le sonrió.

– La mejor noche de mi vida, Hannah. Gracias. -Se inclinó, la besó y se puso los zapatos-. Vámonos de aquí. Déjame ir primero, por si acaso. Ve directa a la camioneta.

Ella asintió y esperó a que tomara la delantera. Jonas se paró el tiempo suficiente para cerrar la puerta detrás de él y fue deprisa a la camioneta, su mirada dividiendo el área alrededor de ellos, buscando algo sospechoso.

Hannah se sentó en la camioneta, se puso el cinturón de seguridad y tamborileó los dedos en el asiento con aprensión mientras Jonas metía la llave en el contacto.

Jonas buscó su mano, los dedos cubrieron los suyos en una pequeña caricia antes de cogerle la mano y traerla al calor de su boca.

– Va a estar todo bien, nena. No pasará mucho hasta que lo averigüemos. -Le mordisqueó la punta de los dedos y giró la llave.

El motor gimoteó pero se negó a arrancar. Jonas juró para sí.

– Quizás deberíamos hablar con Abbey. Odia usar sus habilidades, pero puede determinar la verdad -dijo Hannah con indecisión.

– No creo que tengamos a alguien a quien pueda preguntar. -Había algo preocupante en el fondo de su mente, algo justo fuera de su alcance, si sólo pudiera recordarlo. Giró la llave otra vez y el motor hizo el mismo sonido, negándose a arrancar.

Jonas crujió los dientes y agarró la llave, impaciente, pero de repente se quedó inmóvil. Sus alarmas estaban sonando, su estómago ardiendo con nudos; había estado demasiado absorto en Hannah para centrarse en ello. La camioneta de Jackson siempre estaba en perfectas condiciones, siempre.

Hannah frunció el entrecejo, la repentina calma de él hizo que sus alarmas naturales sonaran.

– ¿Qué es, Jonas?

Bajó la mano y soltó el cinturón de seguridad de Hannah.

– Sal fuera de la camioneta. Sal fuera ahora, Hannah. Deprisa, maldita sea.

Reaccionó a la urgencia de su voz, al miedo. Trató de abrir la puerta, recordó que estaba bloqueada y estiró la mano hacia la manilla.

– Corre hacia los árboles, lejos de la casa. Corre rápido, nena. Estaré justo detrás de ti.

Hannah se deslizó fuera.

– Dímelo.

– Hay una bomba en la camioneta. -Su voz era tranquila, pero sus ojos eran salvajes-. Demonios, sal de aquí, Hannah, ahora.

CAPÍTULO 19

Hannah no se detuvo a hacer preguntas. Salió corriendo alejándose de la casa, dirigiéndose hacia los árboles de la parte trasera de la propiedad de Jonas, con el corazón retumbándole en los oídos. Miró sobre el hombro, para asegurarse de que Jonas la seguía. Estaba justo detrás de ella, su cuerpo directamente entre ella y la camioneta.

– ¡Corre! -le dijo apremiante, poniéndole una mano en la espalda, empujándola hacia delante.

Hannah corrió hasta que le ardieron los pulmones y le dolieron las piernas, tropezando en el terreno irregular. Sintió la explosión antes de escucharla, la concentración en el aire, la aplastante sacudida que los levantó a ambos y los arrojó como muñecos de papel a través del aire. Aterrizó con fuerza, quedándose sin aliento, con el cuerpo herido y magullado, el mundo quedó en silencio cuando sus oídos protestaron por la violación de sonido.

Alrededor de ellos se levantó el viento, las hojas y las ramas daban vueltas en el aire junto con los restos de la camioneta. Llamas rojo anaranjadas se mezclaban con el humo negro, ardiendo calientes y brillantes, elevándose en el aire a gran altura. Ennegrecidas partes de la camioneta estaban esparcidas sobre la ancha extensión de césped que había en las cercanías de los árboles y una puerta yacía entre los arbustos cercanos a los escalones delanteros de la casa.

Frenéticamente gateó hacia donde se encontraba Jonas a pocos pies de ella. ¡Jonas! No habló en voz alta, no tenía sentido hasta que sus oídos se asentaran después de la terrible explosión. Por un aterrador momento pensó que estaba muerto. Yacía inmóvil, la cara pálida, el pecho no se movía. Su mundo se derrumbó, estrellándose a su alrededor por lo que se hundió en la tierra junto a él, le deslizó la temblorosa mano sobre la piel para ver si podía encontrarle el pulso. Oh, Dios, por favor, Jonas, que esté vivo. Lo sabría si hubiera muerto, estaba segura, pero aún así, hasta que le encontró el pulso, su mente gritó y gritó.

Jonas aspiró un entrecortado aliento y abrió los ojos de golpe, las manos fueron hacia arriba para capturarle la muñeca y agarrarla con fuerza, y sacar el arma de la pistolera del hombro. Sus ojos eran salvajes, su rostro serio. El corazón de Hannah se detuvo cuando el arma barrió por encima de ella. La mirada de Jonas encontró su rostro y se calmó visiblemente, luego empezó a recorrerla con las manos buscando heridas.

Estoy bien, le aseguró, ¿y tú?

Bien. Estoy bien. Miró hacia el descollante infierno. Ese fue el final de la camioneta de Jackson. Sentándose, miró cautelosamente alrededor, indicando nuevamente los árboles. Estamos demasiado expuestos aquí.

Mis hermanas lo sabrán y nos mandarán ayuda. El viento ya se estaba levantando alrededor de ellos. Un repiqueteo comenzaba a crecer en su mente. Algo pasó volando cerca de su oído emitiendo un enojado zumbido.

Jonas arremetió contra ella con fuerza, haciéndola rodar sobre la hierba mojada por el rocío. Continuaron rodando por la pendiente y luego la empezó a arrastrar hacia arriba.

– Corre, maldición, en zigzag y ponte a cubierto entre los árboles.

Levantó el arma y apretó el gatillo, apuntando hacia atrás, hacia la casa. Cuatro balas sonaron en rápida sucesión, mientras con su otra mano la empujaba por la espalda.

Hannah corrió. Su aliento salía en sollozos, pero forzó a su mente a encontrar la calma. Tenía que ayudar a Jonas. Más de una persona les estaba disparando.