Las balas impactaron en frente de ellos, deteniendo eficazmente su avance. Jonas la tiró al suelo otra vez, tratando de encontrar un blanco para darle una oportunidad. Ella supo que salvarla era lo único que él tenía en mente. Fueron sorprendidos en un terreno abierto, en la ondulada extensión de césped que llevaba al borde del bosque que rodeaba tres lados de la propiedad. Les estaban cercando. Las ráfagas de balas venían de varias direcciones, atrapándolos.
– Escucha, cariño, podrían matarnos ahora si quisieran. Lo que sea que tengan planeado para nosotros es peor que recibir un balazo. Tenemos que salir de aquí. Voy a cubrirte, tú empieza a correr. Sólo sigue adelante y no mires atrás.
Lo tomó por el brazo y negó con la cabeza, mirando las llamas que prorrumpían hacia el cielo en una gran conflagración.
– Fuego. Tenemos fuego, Jonas, uno de los cinco elementos. Ellos lo empezaron, pero es mío para usarlo.
Se arrodilló lentamente, sus manos ya ondeaban en el aire, entretejiendo un complicado diseño, y elevó el rostro hacia el cielo, su voz suave y melodiosa. Él no podía comprender las palabras pero el poder relucía en el aire.
El enemigo se acercaba, cercándolos, aún a cierta distancia, confiados de que derribarían a su presa. Hannah nunca los miró, nunca reconoció su presencia. Parecía una antigua diosa invocando al universo para que la protegiera.
Lo ennegrecidos restos de la camioneta se sacudieron violentamente. Un torrente de chispas anaranjadas y rojas subió como un cohete hacia el cielo, disparándose unos cuarenta o cincuenta metros directo hacia las nubes. Abruptamente las llamas se detuvieron, flotaron brevemente sobre sus cabezas en un fantástico despliegue de llamas y luz, luego se dispararon a través del cielo en una bola de fuego, dejando un rastro de lluvia de fuego sobre las cabezas de los hombres que se interponían entre Jonas y Hannah y el bosque.
Por un momento nadie se movió. La primera bola de fuego le dio a un hombre en el hombro, haciéndolo caer. Sus ropas se incendiaron. Gritó y rodó frenéticamente por el suelo. Y luego empezó a llover fuego, el cielo arrojó llamas, haciendo que los atacantes corrieran en busca de refugio.
Jonas tiró de Hannah para que se pusiera de pie.
– ¡Corre! Ve hacia los árboles.
Ella conocía la propiedad de Jonas bastante bien. Poseía sesenta acres, la mayor parte de ellos eran bosques que lindaban con un parque del estado. Se abrió camino hacia una senda que los llevó a la parte más espesa de la arboleda, irrumpiendo a través de la maleza que resguardaba el perímetro y luego dentro del bosque en sí mismo. El dosel de hojas sobre sus cabezas oscurecía el interior. Había ramas caídas sobre la tierra donde se habían quebrado, y musgo adherido a los troncos de los árboles y a las ramas, haciendo que algunos de los árboles se volvieran de un verde brillante.
Jonas agarró su mano y le indicó que tomara la estrecha senda de animales a su izquierda, apartada del rastro más ancho de su Jeep. Hannah se movió a través del angosto túnel de ramas rotas, el roce le arañaba los brazos y hombros a través de la camisa. La respiración de Jonas se sentía áspera contra el cuello, pero su mano seguía firme en la espalda.
Los fuegos artificiales les habían dado un respiro y se internaron profundamente en el interior del bosque, donde los árboles les proporcionarían cubierta y los matorrales eran más tupidos, haciendo mucho más difícil que alguien los encontrara.
El repiqueteo en sus oídos se había asentado en un molesto zumbido.
– ¿Crees que nos seguirán?
– Es difícil de decir. Tus hermanas mandarán ayuda, pero les llevará algunos minutos. ¿Quiénes son estos tipos? No me acerqué lo suficiente como para reconocer a ninguno.
– Yo tampoco. -Hannah miró en derredor. Era arduo caminar sobre el terreno irregular con sandalias. Miró a Jonas a la cara. A veces era difícil recordar, que no siempre había sido parte de la familia y que su propiedad era tan grande-. Había olvidado lo hermoso que es todo esto.
Su mano la guió a través de la angosta senda, conduciéndola hacia la izquierda donde había jugado de niño. Sabía que había enredaderas por allí y que los matorrales eran tupidos y enmarañados.
– Ve por ahí, cariño. Solía construir fuertes con las ramas bajas y formar túneles con el follaje. Estaremos más resguardados a lo largo de esta senda. -Por aquel entonces se había arrastrado sobre el estómago como un soldado a través de las sendas de animales, sin saber que lo haría en realidad en un esfuerzo por salvarle la vida a Hannah. En ese momento había sido un juego imaginario, donde pretendía atacar a los “gérmenes” soldados que habían matado a su madre. Ahora tenía enemigos reales que los perseguían.
Hannah se estiró hacia atrás y le tomó la mano, sabiendo que repentinamente estaba pensando en su madre. Estos eran los bosques que su madre había amado tanto. Ella había disfrutado del mar, de la vista y de su sonido, pero el bosque había sido su primer amor y su marido había comprado la propiedad con la hermosa casa y los acres de bosques mixtos donde uno se podía parar en cualquier habitación del primer piso y sólo mirar sobre los árboles directo hacia el mar.
– Ningún daño nos alcanzará aquí -murmuró, deseando que fuera cierto. No en los amados bosques de su madre.
Viraron a lo largo de una senda que seguía un arroyo. Unos pavos salvajes prorrumpieron de unos helechos enormes que crecían a lo largo del serpenteante arroyo y subían la pendiente. Los grandes pájaros se llamaban unos a otros con alarma, sacudiendo las alas y apresurándose a subir la colina hacia otra senda, dos de ellos levantando el vuelo agitados.
Jonas juró y la tomó por el hombro.
– No hay forma de que no hayan oído eso. Si habían perdido nuestro rastro, lo han encontrado ahora. Hace tiempo que debí haber cazado a esos pavos idiotas y traicioneros.
– Tú no cazas.
– Voy a empezar a hacerlo. -Realmente nunca había cazado pavos. Su madre los observaba cada mañana desde la ventana. Contaba a los machos, incluso les daba nombres. Sabía bajo qué árboles preferían ponerse a cubierto por la noche. A veces las hembras cobijaban a sus polluelos debajo de la cubierta durante el día, o los llevaban al arroyo en la parte más tupida de los helechos, justo en el borde del bosque que Jonas mantenía libre de hierbas para que siempre pudiera contemplarlos. Los pavos salvajes le habían traído placer y de alguna forma alivio a su madre. Siempre estarían a salvo de cazadores en su propiedad.
Jonas nunca cazaba animales. Ni a los ciervos ni a los osos ni a los linces, ni siquiera a esos malditos pavos salvajes que su madre había amado tanto. Cazaba hombres y era condenadamente bueno en ello. No era tan bueno huyendo de ellos.
– Puedo encontrar un lugar seguro donde esconderte, Hannah, y volver sobre nuestros pasos.
Hannah se detuvo tan abruptamente que él chocó contra ella.
– No me esconderás, Jonas. Estamos juntos en esto. -Su mano aferró la de él con más fuerza-. No puedo perderte. No ahora. No de esta forma. Y te pones como un loco cuando te enfadas. Estás enfadado ahora, puedo sentirlo.
Estaba temblando de furia, un feroz guerrero atrapado e incapaz de abrirse camino luchando. Su instinto era cambiar las tornas para ellos e ir a cazarlos, pero rechazaba poner a Hannah en un peligro mayor. Ella lo sabía. Lo entendía. Pero no iba a permitir que los separara.
El sonido de disparos de armas de fuego los alcanzó medio segundo antes que la bala. Golpeó el árbol más cercano a ellos, rociando corteza todo a su alrededor. Al instante una lluvia de balas se incrustó en los troncos alrededor de ellos, hundiéndose en la madera y derramando astillas y corteza sobre ellos. Jonas tiró de ella hacia abajo, cubriéndola con su cuerpo mientras cautelosamente levantaba la cabeza para asomarse a través de las hojas.
– ¿Puedes verlos? -susurró.
Jonas la miró. Debajo de él, su cuerpo temblaba, pero a pesar de la piel absolutamente blanca y los ojos enormes, la boca de Hannah estaba firme y su mirada serena.