El silencio se alargó. La tensión en el cuarto subió.
¿Le había visto alguien? ¿Le reconocieron? Nadie en San Francisco sabría quién era. Un extraño introducido, sin nombre, ni conexión. Había ido a la clínica, pero no había utilizado su propio nombre. Había sido cuidadoso para no ser identificado, cuidadoso de no tocar nada en la habitación. Nadie podía identificarlos.
Su mirada saltó a Hannah. La amaba con cada aliento de su cuerpo. No podía ser responsable del ataque. No podía ser responsable…
El ataque. El dolor. El terror. Su vida destruida a causa de él.
Sus ojos se encontraron con los suyos a través del cuarto con un conocimiento repentino, en una completa y total desesperación.
– La foto. -Sus pulmones ardieron-. Dios. Oh, Dios. La jodida foto, Hannah.
No podía mirarla, a ninguno de ellos. Sin una palabra se giró y salió del cuarto, cerrando de golpe la puerta de la cocina con tal fuerza que tembló la casa. Una silla golpeó la puerta con un siniestro golpe y el sonido de cristales rotos le siguió.
Jackson se dirigió hacia la cocina. Las hermanas Drake empujaron y se levantaron de las sillas. Sus prometidos las siguieron. Hannah les siguió a la puerta y se detuvo enfrente de ella, bloqueando el paso.
– No. Dejadle solo. Todos. Dejadle. -Sus ojos azules brillaban con real amenaza, manteniéndolos atrás-. Esto es mío. No importa el qué, quedaos fuera.
Lo decretó, encarándose con ellos, sabiendo lo que estaba mal, Jonas nunca querría que lo vieran tan completamente fuera de control.
Sarah asintió y ondeó la mano hacia sus hermanas para volver al salón. Esperó a que los hombres las siguieran de mala gana antes de apretar la mano de Hannah y dejarla sola.
Hannah respiró hondo y con cuidado abrió la puerta. Deslizándose dentro, giró la cerradura y dio una mirada alrededor de la habitación. Las sillas estaban volcadas, una estaba rota. Los platos estaban rotos en el suelo. Jonas estaba al otro lado de la habitación, sus brazos y hombros moviéndose rítmicamente mientras golpeaba la pared con el puño. Con cada golpe, la sangre salpicaba y él juraba obscenamente. Su cara era una máscara de furia, los puñetazos despiadados.
Hannah dio un paso con cuidado alrededor de los vidrios rotos, poniéndose deliberadamente a su vista.
– Jonas. Para. Sea lo que sea, pase lo que pase, podemos encargarnos de ello.
Giró hacia ella, sus ojos vivos con dolor.
– ¿Podemos, Hannah? -negó con la cabeza-. No hay manera de encargarse de esto. Ni ahora, ni nunca.
Le tendió su mano y él saltó evitando sus dedos, negando el contacto físico.
– Dime entonces. Sólo dímelo.
– Fue la foto. -Sus pulmones ardieron-. Hannah. Estoy tan jodidamente arrepentido. Encontraron la foto en el hospital. Estaba allí, en el bolsillo de mi camisa, y ellos cortaron mi camisa para quitármela. La dejé en el suelo cuando salimos por la ventana. Fue un error. Mío.
Se hundió en el suelo, las piernas parecían de goma.
– Estaba en el bolsillo de mi camisa -repetía, frotando sus manos en la cara-. Yo he hecho esto.
– No entiendo, Jonas. ¿Qué has hecho? -La voz de Hannah era gentil, compasiva, amorosa.
No podía soportar que fuera amorosa. O comprensiva. Quería poner una bala en su jodida cabeza.
– ¿Qué foto, Jonas? Empieza.
– Una tuya que Sarah tomó fuera en el patio. Estabas rodeada de flores y estabas riendo. Mirabas hacia abajo. Sarah me la dio y la llevé conmigo todo el tiempo. -La miró con completa desesperación-. Debería haberlo sabido. Estaba en el fondo de mi mente cuando vi la foto en mi vestidor. Por un momento estaba allí y lo perdí otra vez. No quería saber. -Golpeó la parte de atrás de la cabeza contra la pared-. Maldita sea. Sólo maldita sea.
Ella relajó el cuerpo junto al suyo, muslo con muslo, sin tocar, pero cerca, tan cerca que podía sentir su calor, y el revoltijo de emociones tan intensas que inundaban la habitación. Tuvo cuidado de permitir que la invadieran y no consentir que afectaran a sus propias emociones. Jonas la necesitaba calmada, no afectada.
– Adoro la manera en que miras, pero… -Él se mordió una maldición-. Cualquiera que mirara la foto sabría que estoy enamorado de ti.
Hannah trató de no fijarse en la sangre que goteaba constantemente de sus nudillos pero la vista de la carne triturada y sangrienta la hacía marearse ligeramente. Quería poner sus brazos alrededor de él y consolarlo, pero estaba tan tieso como un palo. Permitió que el silencio se extendiera, forzándose a si misma a permitirle contárselo a su propio ritmo.
– Eres una supermodelo, Hannah. Nadie sabe quién demonios soy yo, pero tu cara está por todas partes. Echaron una mirada a esa foto y supieron exactamente cómo llegar a mí. El jodido bastardo morirá por esto.
Comenzaba a comprender. Quizás lo había sabido desde el momento en que él había puesto esa mirada en su cara, el horror al darse cuenta. Se retorció los dedos juntos para evitar tocarse la cara. De alguna manera, era un alivio saberlo. Nunca había podido imaginarse por qué alguien la odiaría tanto, pero no era por ella. Nunca había sido por ella.
– ¿Boris me ha hecho esto porque estaba tratando de llegar hasta ti?
– Debería haberlo sabido cuando no hubo magia implicada. Fue demasiado brutal. Los asesinos eran aficionados y reacios. Debe haber amenazado a su hija. Y debe haberlo hecho brutalmente. Tarasov tiene una cierta reputación de sangrientas venganzas. Probablemente les hizo creer que si no llevaban a cabo el ataque exactamente como había instruido, cortaría a su niña en pedazos y les enviaría un pedazo cada vez. Es famoso por esa clase de cosas.
Jonas la miró entonces, a las cicatrices en su cara y en su garganta.
– He pasado mi vida tratando de cuidar de mi madre y después de todas vosotras. Te quería más que nada, Hannah, pero mi antiguo trabajo era tan peligroso, y tenía miedo de traer el peligro a ti y a tus hermanas. Así que me alejé. Cuando cogí el trabajo del departamento del sheriff, pensé que tendría una oportunidad. Era mucho mas seguro que lo que había estado haciendo. -Dejó caer la cara en las manos-. Todos estos años siendo cuidadoso, y al final, he traído la violencia directamente hasta ti.
Hannah lo miró a los ojos, sus preciosos, peligrosos ojos, y vio tal miseria, tal rabia y desesperanza. Forzó al cerebro a ir más despacio, a no reaccionar, sólo a pensar. Jonas había pasado su vida tratando de salvar a la gente. Se ponía en peligro cada día para ayudar a otros y le había costado mucho mas de lo que se daba cuenta. Él no había hecho esto. Nunca sería responsable de lo que otro ser humano elegía hacer y algo que ella tenía que hacer era averiguar como hacérselo entender.
– No, Jonas. No pusiste ese cuchillo en manos del atacante. No le forzaste a usarlo. Lo hizo Boris Tarasov. Es el responsable, no tú. -Le puso la mano sobre sus nudillos, empujando energía curativa para alejar el escozor.
– ¡No! -dijo bruscamente-. Esto es… inaceptable, Hannah. Eres mi maldito mundo y tener a alguien tratando de destruirte por algo que hice…
– Tú no lo hiciste -respondió ella con igual dureza-. ¡No te atrevas! Lo digo en serio, Jonas. Esto no es sobre ti y no trates de hacerlo de esa manera. La enfermedad de tu madre tampoco no era sobre ti. Te encargas de demasiado, siempre lo has hecho.
– Tenía más de cuarenta cuando me tuvo. Era demasiado frágil para tener hijos y nunca se recuperó. -Se pasó ambas manos varias veces por el pelo, necesitando golpear algo otra vez-. Su sistema inmunológico se apagó después de que naciera.
– Te quiso más que a cualquier cosa en el mundo. Ambos, tu madre y tu padre lo hicieron. No tienes derecho a quitarles eso. Fue su elección y nunca la lamentaron.
– Sufrió, Hannah. Cada maldito día. Sufrió.