La arena estaba manchada de sangre, y el pie seguía sangrando profusamente.
– Estaba debajo de un alga que he pisado -explicó ella con valentía, aunque Matt reparó al instante en su palidez.
– ¿Te duele mucho? -inquirió, solícito, acercando la mano a su pie.
– No -mintió la niña.
– Seguro que sí. Deja que le eche un vistazo.
Quería cerciorarse de que no tenía ningún fragmento aún clavado en el pie. Parecía un corte limpio, pero profundo. Pip lo miró con expresión preocupada.
– ¿Está bien?
– Te pondrás bien en cuanto te ampute el pie. No lo echarás de menos.
A pesar del intenso dolor, Pip se echó a reír, pero también parecía asustada.
– Podrás seguir dibujando con un solo pie -siguió bromeando Matt al tiempo que la levantaba en volandas.
Era ligera como una pluma y aún más menuda de lo que parecía. Matt no quería que le entrara arena en la herida, aunque temía que ya fuera irremediable. Al instante recordó la prohibición de su madre de entrar en su casa, pero no podía dejarla volver a casa andando con un corte en la planta del pie; estaba casi seguro de que requeriría puntos, aunque no se lo mencionó a Pip.
– Es posible que tu madre se enfade con los dos, pero voy a llevarte a mi casa para limpiarte la herida.
– ¿Dolerá? -preguntó la niña en tono angustiado.
Matt le dirigió una sonrisa tranquilizadora mientras la llevaba hacia la casa y Mousse los seguía. Dejó los utensilios de pintura en la playa sin pensárselo dos veces.
– No tanto como los gritos de tu madre -repuso para hacerla reír.
Sin embargo, ambos advirtieron que estaban dejando un reguero de sangre en la arena mientras Matt caminaba por la duna con Pip en brazos. En pocos instantes llegó a la puerta principal y fue derecho a la cocina. También dejaron un rastro de sangre en el suelo de la casa. La sentó en una silla, le levantó el pie con cuidado y lo apoyó contra el fregadero. Al cabo de unos segundos había sangre por todas partes, incluido él mismo.
– ¿Tendré que ir al hospital? -inquirió Pip, nerviosa, los ojos enormes en el rostro pálido-. Una vez Chad se abrió la cabeza, sangró mucho y le tuvieron que poner muchos puntos.
No le contó que la causa había sido una rabieta que lo había impulsado a golpearse la cabeza contra la pared. Por aquel entonces tenía unos diez años, y ella seis, pero recordaba el episodio con toda claridad. Su padre había gritado a su madre por ello, y también a Chad. Y su madre había llorado. Una escena muy desagradable.
– Vamos a echar un vistazo.
La herida tenía tan mal aspecto como en la playa. Matt levantó a Pip, la sentó en el borde del fregadero y le mojó el pie con agua fría, lo que le sentó bien, aunque el agua se escurrió por el desagüe teñida de rojo brillante.
– Bueno, amiga mía, vamos a envolvértelo en una toalla.
Cogió un paño limpio de un colgador, y Pip reparó en que tenía una cocina cálida y acogedora; todo cuanto contenía parecía viejo y gastado, lo cual no hacía más que acentuar su encanto.
– Y después de envolverlo, creo que deberíamos volver a tu casa con tu madre. ¿Está en casa?
– Sí.
– Perfecto. Te llevaré en coche para que no tengas que ir a pie, ¿te parece bien?
– Sí… ¿Y luego tendremos que ir al hospital?
– A ver qué dice tu madre. A menos que quieras que te corte la pierna aquí mismo. Solo será un momento si es que Mousse no se mete en medio.
El perro estaba obedientemente sentado en un rincón, observándolos a los dos en silencio. Pip rió la broma de Matt, pero seguía muy pálida, y él estaba convencido de que el pie le dolía horrores. Tenía razón, pero la niña no quería reconocerlo; estaba procurando por todos los medios mostrarse valiente.
Matt le envolvió el pie en un paño tal como había prometido, volvió a alzarla en volandas, cogió las llaves del coche y salió por la puerta trasera seguido de Mousse, que saltó a la parte trasera del coche familiar en cuanto Matt abrió la puerta. Cuando acomodó a Pip en el asiento delantero, el paño ya estaba considerablemente empapado en sangre.
– ¿Está muy mal, Matt? -preguntó la niña durante el trayecto.
– No, pero tampoco muy bien -repuso él en un intento de parecer despreocupado-. La gente no debería dejar vidrios en la playa.
El cristal le había cortado la carne como un cuchillo y así era el dolor.
Llegaron a casa de Pip en menos de cinco minutos. Matt la llevó adentro, con Mousse pisándole los talones. Su madre estaba en el salón y se sobresaltó al ver a su hija en brazos de Matt.
– ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien, Pip? -exclamó Ophélie con expresión inquieta mientras se acercaba a ellos.
– Sí, mamá, pero me hecho un corte en el pie.
Las miradas de Matt y Ophélie se encontraron. Era la primera vez que la veía desde el día en que insinuara que era un pederasta.
– ¿Está bien? -le preguntó Ophélie, reparando en el cuidado que Matt ponía al depositarla en el sofá y quitarle el improvisado vendaje.
– Creo que sí, pero debería usted echarle un vistazo.
No quería decirle delante de Pip que creía que necesitaría puntos, pero en cuanto Ophélie vio la herida, llegó a la misma conclusión.
– Será mejor que vayamos al médico. Creo que tendrán que ponerte puntos, Pip -explicó Ophélie con calma.
Los ojos de Pip se inundaron de lágrimas, y Matt le dio una palmadita en el hombro.
– Puede que solo un par -la tranquilizó en voz baja, acariciándole con suavidad los sedosos rizos.
Pero en aquel momento, el suceso hizo por fin mella en Pip, que rompió a llorar pese a su voluntad de mostrarse valiente en presencia de Matt. No quería que la tomara por una cobardica.
– Primero te lo dormirán; a mí me pasó lo mismo el año pasado. No te dolerá.
– ¡Sí que me dolerá! -gritó Pip a ambos, sonando por primera vez como una niña de once años; tenía derecho a ello, pues era un corte profundo y había sangrado mucho-. ¡No quiero que me pongan puntos! -gimió mientras sepultaba el rostro entre los brazos de su madre.
– Después haremos algo divertido, te lo prometo -dijo Matt, mirando a Ophélie. Se preguntó si debía marcharse; no quería entrometerse en sus asuntos. Pero Ophélie parecía agradecida por su presencia, al igual que Pip. Matt ejercía una influencia tranquilizadora sobre ambas. Era un hombre paciente y sereno, rasgos que se ponían de manifiesto en situaciones como aquella.
– ¿Hay algún médico por aquí? -preguntó Ophélie con expresión preocupada.
– Detrás del supermercado hay un centro médico atendido por una enfermera. Fue ella quien me puso los puntos el año pasado. ¿Le parece bien? De lo contrario, podemos ir a la ciudad. No me importa llevarlas.
– ¿Por qué no la llevamos al centro médico, a ver qué opina la enfermera?
Pip se quejó un poco durante el trayecto, y Matt le contó historias graciosas para distraerlas a ambas, lo cual fue un alivio. En cuanto la enfermera examinó la herida, se mostró de acuerdo con Matt y Ophélie, e hizo exactamente lo que Matt había previsto. Administró una inyección a Pip para anestesiar el pie y suturó el corte con pulcritud. Le puso siete puntos y un vendaje enorme, con la indicación de no apoyarlo durante varios días y de volver para retirar los puntos al cabo de una semana. Matt la llevó en brazos al coche. La niña parecía exhausta por todo el episodio.
– ¿Puedo invitarlas a comer? -propuso Matt mientras atravesaban el diminuto pueblo.
Pero Pip musitó que sentía náuseas, por lo que decidieron volver a casa. Una vez allí, Matt la acomodó con cuidado en el sofá. Su madre encendió el televisor, y al cabo de cinco minutos la pequeña dormía a pierna suelta.