Era una historia terrible, pero le hizo comprender muchas cosas mientras la escuchaba, y también le decía mucho de él. Al igual que ella, Matt había perdido casi todo cuanto le importaba en la vida, la empresa, su mujer y sus hijos. Como consecuencia de ello, se había convertido en un ermitaño. Al menos ella tenía a Pip y se sentía agradecida por ello. No alcanzaba a imaginar la vida sin ella.
– ¿Por qué se rompió el matrimonio?
Sabía que era una pregunta impertinente, pero era la pieza que le faltaba para forjarse la imagen completa, y era consciente de que, si Matt no quería explicárselo, no lo haría. Después de todo lo que se habían confiado, ya podían considerarse amigos.
Matt suspiró antes de responder.
– Pues es una historia bastante típica. Hamish y yo hicimos el máster juntos. Después él volvió a Auckland, mientras que yo me quedé en Nueva York. Ambos fundamos agencias publicitarias y creamos una especie de alianza entre nosotros. Compartíamos algunos clientes de alcance internacional, nos pasábamos trabajo y llevábamos juntos las grandes cuentas. Hamish venía a Nueva York varias veces al año, y nosotros íbamos a Auckland. Sally era la directora creativa de nuestra agencia, el cerebro de la empresa, y también se encargaba de la parte comercial y captaba a casi todos los clientes. Yo era el director artístico. Formábamos un equipo bastante imbatible y teníamos algunos de los clientes más importantes del sector. Hamish y yo conservamos la amistad; él, su mujer, Sally y yo pasábamos muchas vacaciones juntos, casi siempre en Europa, y una vez de safari en Botswana. Aquel verano fatídico, alquilamos un castillo en Francia. Yo tuve que volver a casa antes de lo previsto, y la suegra de Hamish murió de repente, por lo que su mujer regresó a Auckland. Hamish se quedó en Francia, al igual que Sally y los niños. En resumidas cuentas, se enamoraron. Al cabo de cuatro semanas, Sally volvió a casa y me anunció que me dejaba. Estaba enamorada de él y quería ver adonde llevaba su relación. Necesitaba distanciarse de mí para aclararse. Necesitaba espacio y tiempo. Esas cosas pasan, supongo, a alguna gente. Me dijo que nunca había estado enamorada de mí, que solo formábamos un gran equipo profesional, que había tenido los hijos porque eso era lo que se esperaba de ella. Me pareció muy fuerte que dijera eso de los niños y de mí, pero lo cierto es que creo que hablaba en serio. No se distingue por su sensibilidad hacia los sentimientos de los demás, lo que seguramente es la clave de su éxito. En fin, Hamish volvió a su casa y le dio la misma noticia a su esposa, Margaret. Sally se fue del piso de Nueva York con los niños y se instaló en un hotel. Se ofreció a venderme su mitad de la empresa, pero no tenía ningunas ganas de llevarla sin ella ni de encontrar un socio nuevo; no me veía capaz. Sally me había destrozado, y me llevó mucho tiempo recomponerme. Vendimos todo el tinglado a un importante grupo. Representó el negocio del siglo para los dos, pero lo único que me quedó tras quince años de matrimonio fue un montón de dinero, una vida sin mujer, sin trabajo y con unos hijos a trece mil kilómetros de distancia. Sally me dejó el día del Trabajo, y los tres se mudaron a Auckland el día después de Navidad. Se casaron en cuanto firmamos los papeles del divorcio. Hasta entonces había esperado que si la dejaba en paz, si no la presionaba, volvería conmigo. Fue una locura pensar eso. Pero, en fin, todos nos volvemos locos y estúpidos de vez en cuando. Se marchó tan deprisa que no me dio ni tiempo a reaccionar. Supongo que eso responde a su pregunta sobre mi matrimonio, amiga mía. Lo peor de todo es que aún considero que Hamish Greene es un gran tipo. No un gran amigo, eso no, pero sí un hombre inteligente y divertido. Y por lo que sé, son muy felices juntos, además de que el negocio les va de maravilla.
Desde fuera, lo único que Ophélie veía era que a Matt le habían jorobado bien la vida su mujer, su mejor amigo y tal vez incluso sus hijos. No era la primera vez que oía una historia como aquella, pero nunca había topado con un caso tan cruel. Matt lo había perdido todo excepto el dinero, que no parecía importarle mucho. Lo único que parecía desear era llevar una vida tranquila en su casita de la playa de Safe Harbour. Salvo eso y su talento, no tenía nada más en la vida. Lo que le habían hecho era una vergüenza. La mera idea la dejaba petrificada de asombro y dolor por él.
– Es una historia espantosa -sentenció con el ceño fruncido-. Horrible. Con solo oírla ya los odio a los dos. A los niños no, claro; es evidente que son víctimas de todo el asunto, como usted. A todas luces los han manipulado para que lo aparten de sus vidas y lo olviden. Era responsabilidad de su mujer cerciorarse de que mantenían el contacto con usted -señaló con sensatez.
Matt no discrepó de ella. Nunca había culpado a sus hijos de su deserción. Eran demasiado pequeños para saber lo que hacían, y Matt sabía cuan convincente podía ser Sally cuando se lo proponía. Podía darle la vuelta a cualquier situación en un santiamén y confundirte para siempre.
– Sally no es así. Quería separarse del todo de mí y lo consiguió. Sally siempre consigue lo que quiere, incluso de Hamish. No sé a ciencia cierta de quién fue la idea de tener otros dos hijos, pero, conociendo a Sally, seguro que le pareció buena idea tener a Hamish bien atado. Hamish es un poco ingenuo en algunos aspectos, lo cual es uno de los rasgos que siempre me gustaron de él. Sally no; tiene las cosas muy claras, es calculadora en extremo y siempre hace lo mejor para ella.
– Parece una mujer malvada -exclamó Ophélie con una lealtad que lo conmovió.
Hablarle de su vida había sido una batalla de emociones para él, y ambos guardaron silencio mientras reavivaba el fuego.
– ¿Y desde entonces no ha habido nadie importante en su vida?
Habría sido el único consuelo posible, pero no existían indicios de que hubiera una mujer en su vida. Parecía llevar una existencia muy solitaria, o al menos esa impresión producía.
– A decir verdad, no. Los primeros años tras la marcha de Sally, no estaba en condiciones de entablar una relación con nadie. Estaba hecho polvo. Y después empecé a viajar mucho a Auckland y no estaba de humor. No confiaba en nadie, no quería confiar en nadie, y de hecho me juré a mí mismo que jamás volvería a hacerlo. Hace tres años conocí a una mujer que me gustaba mucho, pero era mucho más joven que yo, quería casarse y tener hijos. No me veía capaz de volver a empezar; no quería casarme, tener hijos y arriesgarme a divorciarme de nuevo y perderlos. No tenía sentido. Aquella mujer tenía treinta y dos años, yo cuarenta y cuatro, y me puso un ultimátum. No se lo reprocho, pero tampoco podía comprometerme con ella. Me alejé con toda la elegancia que pude, y al cabo de seis meses se casó con un buen tipo. El verano pasado nació su tercer hijo. No fui capaz de hacerlo. Espero recuperar el contacto con mis hijos algún día, cuando sean mayores, pero no siento ningún deseo de formar otra familia ni exponerme a otra decepción tan inmensa. Me basta con haberlo pasado una vez en la vida.
Ophélie tenía que reconocer que muy pocas personas habrían sobrevivido a semejante sufrimiento. Y en ciertos aspectos, no había sobrevivido. Era un hombre amable y afectuoso, pero emocionalmente bloqueado y nada dispuesto a volver a abrirse, pero no se lo echaba en cara. Su historia también explicaba por qué se había abierto tanto a Pip; a fin de cuentas, tenía más o menos la edad de sus hijos cuando los vio por última vez; y, a todas luces, Matt anhelaba entablar alguna clase de contacto humano, aunque fuera con una niña de once años. Una niña que no entrañaba peligro alguno para él, porque lo único que podía unirlo a ella era la amistad. Su relación no tenía nada de malo y además también satisfacía las necesidades presentes de Pip. No obstante, sin duda no bastaba como sustento emocional para un hombre de cuarenta y siete años. Merecía mucho más, al menos en opinión de Ophélie, pero de momento carecía del valor suficiente para compartir más de lo que compartía en la playa con aquella niña, a la que enseñaba a dibujar un par de veces por semana. Para un hombre de su calibre y talento, se le antojaba una existencia algo pobre, pero era evidente que no ambicionaba más.