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Y si bien algunas personas habían conocido a sus nuevas parejas durante la terapia, recomendaba encarecidamente a sus pacientes que no salieran con otros miembros del grupo durante el proceso. No quería que la gente se exhibiera ni ocultara cosas para intentar impresionar a alguien. Blake había tomado prestadas esa recomendación y la confidencialidad del modelo de doce pasos, y le parecían útiles, aunque de vez en cuando dos integrantes del grupo se gustaban y empezaban a salir juntos antes de terminar la terapia. Incluso en ese sentido recordaba a sus pacientes que no existía un solo «modelo correcto» para las nuevas relaciones o incluso un nuevo matrimonio.

Algunos esperaban años antes de buscar una nueva pareja, otros nunca la encontraban ni lo deseaban. Algunos consideraban que debían esperar un año antes de empezar a salir con alguien o volver a casarse, otros contraían matrimonio pocas semanas después de haber perdido a su cónyuge. En opinión de Blake, ello no significaba que no hubieran amado a su primera pareja, sino que estaban preparados para seguir adelante y contraer un nuevo compromiso. Nadie tenía derecho a juzgar si eso estaba bien o mal.

– No somos la policía del dolor -señalaba de vez en cuando-. Estamos aquí para ayudarnos y apoyarnos los unos a los otros, no para juzgarnos.

Y siempre explicaba a los distintos grupos que había decidido dedicarse a aquella profesión después de perder a su esposa, a su hija y a su hijo, por entonces su única descendencia, a causa de un accidente de coche una noche lluviosa. Por entonces, había creído que su vida se acababa y lo había deseado. Cinco años más tarde había contraído matrimonio con una mujer maravillosa con la que tenía tres hijos.

– Me habría casado con ella antes si la hubiera conocido antes, pero merecía la pena esperarla -les contaba siempre con una sonrisa que conmovía a cuantos lo escuchaban.

El objetivo central de la terapia no era el matrimonio, pero sí era una cuestión que surgía con frecuencia. Para algunos era la inquietud principal, mientras que a otros, muchos de los cuales habían perdido a hermanos, padres o hijos, y ya estaban casados, no les interesaba en absoluto. Pero todos convenían en que la muerte de un ser querido, sobre todo de un hijo, representaba una enorme presión para un matrimonio. En algunos casos, ambos cónyuges asistían a la terapia, pero casi siempre sucedía que uno de los dos estaba dispuesto a buscar ayuda antes que el otro, y de hecho era infrecuente que ambos asistieran juntos, aunque a Blake le habría gustado.

Por la razón que fuera, la cuestión de salir con otras personas había salido a colación varias veces aquel día, por lo que Blake no tuvo ocasión de ahondar en la idea de Ophélie de buscar trabajo. Era la segunda vez que lo mencionaba, de modo que decidió quedarse a hablar con ella al término de la sesión. Tenía una idea que quería proponerle; no sabía a ciencia cierta porqué, pero creía que podía interesarle. La terapia de grupo le sentaba bien, aunque tenía la sensación de que ella no lo veía así. Estaba consumida por el sentimiento de culpabilidad respecto a lo que no era capaz de dar a su hija y quizá tardara mucho tiempo en poder darle. Por encima de todo, no quería que se flagelara por ello. La distancia que experimentaba de sus seres queridos formaba parte del proceso normal en su opinión. Si sintonizaba con ellos, o con su hija en este caso, sus sentimientos quedarían del todo expuestos, y el dolor de la pérdida la ahogaría. La única forma de que su psique pudiera mantener a raya la agonía consistía en bloquearse durante un tiempo, no sentir nada por nadie. El único problema era que ese sistema dejaba abandonada a su hija entretanto. Era un problema bastante típico y tanto más grave cuando se producía entre cónyuges, como sucedía a menudo. La tasa de divorcios era elevada entre las parejas que habían perdido a un hijo. Con frecuencia, cuando lograban recuperarse de forma significativa, se habían perdido el uno al otro.

Tras la sesión, Blake preguntó a Ophélie si le interesaría trabajar de voluntaria en un albergue para personas sin techo. Matt le había sugerido algo parecido, y Ophélie creía que podía encajar con ella y resultarle menos difícil emocionalmente que dedicar su tiempo a enfermos mentales. Siempre se había interesado mucho por el bienestar de los indigentes, pero en vida de Ted y Chad no había tenido tiempo para hacer nada al respecto. Ahora, sin marido y con solo una hija, disponía de muchas horas libres.

Reaccionó con entusiasmo, y Blake le prometió darle referencias de proyectos voluntarios con indigentes. Aquellas cosas se le daban de maravilla, pensó Ophélie durante el regreso a Safe Harbour. Aquella tarde tenía que acompañar a Pip a que le quitaran los puntos. En cuanto volvieron a casa, Pip esbozó una sonrisa radiante y se calzó unas zapatillas deportivas.

– ¿Qué tal? -le preguntó Ophélie, observándola.

Empezaba a disfrutar de nuevo de su hija, y hablaban más de lo que habían hablado en mucho tiempo. No tanto como antes, pero sin lugar a dudas la situación había mejorado un poco. Se preguntó si la conversación con Matt le habría servido de ayuda. Era un hombre extremadamente bondadoso y sereno. Lo había pasado tan mal que era capaz de albergar una profunda empatía hacia los demás sin caer en la sensiblería. Tampoco le cabía ninguna duda de que el grupo también le resultaba útil, y los demás miembros le caían bien.

– Bastante bien, solo me duele un poco.

– Bueno, pero tómatelo con calma.

Sabía bien lo que Pip tenía en mente. Se moría de ganas de bajar a la playa para ver a Matt y tenía un montón de dibujos nuevos que enseñarle.

– ¿Por qué no esperas hasta mañana? Me parece que de todas formas ya es un poco tarde -señaló Ophélie con sensatez.

A veces podía leerle el pensamiento a su hija. Lo que sucedía era que llevaba meses sin intentarlo. Ahora parecía sintonizar de nuevo con ella, y Pip estaba encantada.

Al día siguiente, Pip se puso en marcha con el cuaderno y los lápices que Matt le había regalado, además de dos bocadillos en una bolsa de papel marrón. Ophélie se sintió tentada de acompañarla, pero no quería entrometerse. La amistad entre Pip y Matt había nacido primero, y la de Ophélie con él era un vástago posterior. Saludó a su hija con la mano mientras Pip echaba a andar por la playa calzada con las zapatillas para protegerse el pie recién curado. No corrió, como solía hacer, sino que avanzó con prudencia en atención al pie, por lo que tardó más en llegar hasta Matt. Al verla, él dejó de pintar y la recibió con una sonrisa de oreja a oreja.