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– Esperaba verte hoy. Si no hubieras venido, te habría llamado esta noche. ¿Qué tal el pie?

– Mejor.

A decir verdad, lo tenía un poco dolorido por la caminata, pero habría caminado sobre clavos y vidrios con tal de ver a Matt. Estaba encantada de verlo, y él también parecía muy complacido.

– Te he echado mucho de menos -aseguró Matt.

– Yo también. Ha sido espantoso estar encerrada en casa toda la semana. A Mousse tampoco le ha hecho ninguna gracia.

– Pobrecito, seguro que necesitaba hacer un poco de ejercicio. Por cierto, lo pasé muy bien contigo y con tu madre la otra noche. Y la cena estaba deliciosa.

– ¡Mucho mejor que pizza! -exclamó ella con una sonrisa.

Aquella noche, Matt había sacado lo mejor de su madre, y el efecto perduraba. El día anterior, Pip la había visto rebuscar en su bolso hasta dar con una vieja barra de labios que se aplicó antes de ir a la ciudad. De repente, Pip reparó en que hacía mucho tiempo que no se maquillaba. Le encantaba comprobar que empezaba a recuperarse. El verano en Safe Harbour le había sentado bien.

– Me gusta tu nuevo cuadro -comentó a Matt.

Había dibujado a una mujer de expresión atormentada en la playa. La mujer contemplaba el mar como si hubiera perdido a alguien en él. La figura poseía una cualidad angustiosa, incómoda, casi trágica.

– Es muy triste, pero la mujer es guapa. ¿Es mi madre?

– Puede que esté inspirada en ella, pero no es más que una mujer. Lo que pretendo es plasmar un proceso mental, un sentimiento, no a una persona. Es lo que hacía un pintor que se llamaba Wyeth.

Pip asintió con ademán solemne, comprendiendo a la perfección lo que decía. Siempre disfrutaba con sus conversaciones, sobre todo cuando hablaban de sus cuadros. Al cabo de unos minutos se sentó cerca de él con el cuaderno y los lápices. Le gustaba estar junto a él.

Las horas pasaron volando, como solía sucederles, y ambos lamentaron que la tarde tocara a su fin. A Matt le habría gustado quedarse allí sentado con ella para siempre.

– ¿Qué hacéis tú y tu madre esta noche? -le preguntó en tono casual-. Iba a llamarla para preguntarle si os apetecería ir a cenar una hamburguesa. Os invitaría a casa, pero cocino fatal y no me quedan pizzas congeladas.

Pip se echó a reír ante la similitud de sus dietas.

– Se lo preguntaré a mamá en cuanto llegue a casa y le diré que te llame.

– Te daré tiempo para que llegues a casa y la llamaré yo.

Pero en cuanto Pip emprendió el regreso por la arena, Matt comprobó que cojeaba y la llamó.

La niña se volvió, y Matt le indicó que volviera. Era una caminata muy larga para alguien a quien acababan de quitarle los puntos, y las zapatillas le rozaban la cicatriz. Pip regresó despacio junto a él.

– Te llevaré a casa. Tu pie no tiene muy buen aspecto.

– Estoy bien -aseguró ella con valentía, pero a Matt ya no le preocupaba lo que pudiera pensar su madre.

– Si te excedes no podrás venir mañana.

Era un buen argumento, de modo que Pip lo siguió sin rechistar por la duna hasta la parte trasera de la casita, donde tenía aparcado el coche. Al cabo de cinco minutos llegaron a casa de la niña. Matt no se apeó, pero Ophélie lo vio por la ventana de la cocina y salió a saludarlo.

– Estaba cojeando -explicó Matt-. He pensado que no le importaría que la trajera a casa -comentó con una sonrisa.

– Por supuesto que no. Ha sido muy amable por su parte, gracias. ¿Cómo está?

– Bien. De hecho iba a llamarla para invitarlas a cenar esta noche en el pueblo. Hamburguesas e indigestión… o no, con un poco de suerte.

– Estupendo.

Aún no había pensado en lo que cocinaría esa noche, y si bien su estado de ánimo había mejorado un poco, su interés por la cocina seguía siendo nulo. Había agotado todos los cartuchos para la cena con Matt.

– ¿Está seguro de que no es una molestia? -preguntó.

En realidad, la vida en la playa era muy relajada, muy poco formal. Las comidas siempre parecían algo espontáneo y no demasiado importante. Casi todo el mundo echaba mano de la barbacoa, pero a Ophélie no se le daba muy bien.

– Al contrario -aseguró Matt-. ¿Le parece bien a las siete?

– Perfecto, gracias.

Matt se marchó saludándolas con la mano y regresó dos horas más tarde, puntual como un reloj. A instancias de Ophélie, Pip se había lavado el pelo para quitarse la arena, y también la melena de su madre ofrecía un aspecto bonito, una cascada de ondas y algunos rizos que le llegaban hasta debajo de los hombros. Como símbolo de su incipiente mejoría, se había pintado los labios. Pip estaba entusiasmada.

Cenaron en uno de los dos restaurantes del pueblo, el Lobster Pot, y los tres tomaron crema de almejas y langosta tras decidir por unanimidad tirar la casa por la ventana y prescindir de las hamburguesas. Al salir del establecimiento, todos se quejaron de que apenas podían moverse de tanto que habían comido. Pero la velada había sido agradable. No habían hablado de temas serios, sino que se habían limitado a intercambiar anécdotas divertidas y chistes malos que los habían hecho reír a carcajadas. Al llegar a la casa, Ophélie invitó a Matt a pasar, pero solo se quedó unos minutos, pues alegó que aún tenía cosas que hacer. En cuanto se fue, Ophélie comentó de nuevo a Pip que era un hombre muy amable, y su hija la miró con una sonrisa maliciosa.

– ¿Te gusta, mamá? Quiero decir… como hombre.

Ophélie pareció sobresaltarse al oír la pregunta, pero al poco meneó la cabeza con una sonrisa.

– Tu padre fue el único hombre de mi vida. No puedo imaginarme con ningún otro.

Era lo mismo que había dicho en el grupo, y muchos de los otros habían cuestionado sus palabras, pero Pip no se atrevía. Sin embargo, la respuesta de su madre la decepcionó, porque Matt le gustaba. No quería enojar a su madre, pero su padre no siempre había sido amable con ella. Le gritaba mucho y a veces se ponía muy desagradable, sobre todo cuando discutían por causa de Chad u otras cosas. Pip quería a su padre y siempre lo querría, pero consideraba que Matt era mucho más simpático, una compañía mucho más agradable.

– Pero Matt es muy simpático, ¿no crees? -insistió, esperanzada.

– Desde luego que sí -asintió Ophélie, de nuevo sonriente y divertida por la actitud de alcahueta de su hija.

Era evidente que Pip estaba medio enamorada de él o que, cuando menos, lo consideraba su héroe.

– Espero que se convierta en un buen amigo nuestro. Estaría bien volver a verlo después del verano.

– Dice que irá a visitarnos a la ciudad, y además me llevará a la cena de padres e hijas, ¿te acuerdas?

– Claro que sí.

Ophélie esperaba que Matt cumpliera su promesa. A Ted nunca se le habían dado bien aquellas cosas. Detestaba ir a las competiciones deportivas de sus hijos o a cualquier acto que se celebrara en la escuela. No le iba, aunque cedía cuando no le quedaba otro remedio.

– Pero probablemente es un hombre bastante ocupado, Pip.

Era la misma excusa con que siempre había justificado a Ted y que sus hijos odiaban escuchar. Siempre había algún pretexto para su ausencia.

– Dijo que me acompañaría -insistió con vehemencia, mirando a su madre con expresión confiada.

Ophélie esperaba que no se llevara una desilusión. En aquel momento resultaba imposible vaticinar si su amistad perduraría, pero ella lo deseaba.

Capítulo 9

Andrea volvió a visitarlas dos semanas antes de que se fueran de la playa. El bebé estaba inquieto, otra vez resfriado y, según su madre, en plena dentición. Lloraba cada vez que Pip lo cogía en brazos; ese día quería a su mamá y solo a su mamá, de modo que al rato Pip se fue a la playa. Iba a posar para Matt durante todo el día; el pintor quería hacer muchos bocetos de ella para el retrato que regalaría a Ophélie.