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– No si es lo que deseo -replicó Ophélie con tozudez.

– No lo deseas, nadie lo desea. Lo que no quieres es experimentar el dolor de la búsqueda. La verdad es que no te lo reprocho, porque el mundo es una selva, y he pasado toda mi vida adulta en ella. Es un asco, pero hay posibilidades de que a la larga aparezca alguien, un hombre bueno, quizá incluso mejor que Ted.

En opinión de Ophélie, no existía ningún hombre mejor que Ted, pero no discutió con Andrea.

– Sin embargo, no creo que tu pederasta sea la solución. Parece bastante jodido, o puede que solo lo hayan jodido. En cualquier caso, no creo que te convenga excepto como amigo. En eso creo que tienes razón. Pero eso significa que tarde o temprano tendrás que encontrar a otro.

– Cuando esté preparada te lo haré saber, y entonces podrás escribir mi nombre en las paredes de los lavabos o repartir panfletos con él. Ahora que lo pienso, hay un hombre en mi grupo de terapia que anda desesperado por casarse. Puede que sea el adecuado.

– Cosas más raras se han visto. Las viudas conocen a hombres en cruceros, en clases de arte, en grupos de terapia… Al menos tenéis muchas cosas en común. ¿Quién es?

– El señor Feigenbaum. Es un carnicero jubilado, le encanta la ópera, el teatro y la cocina, tiene cuatro hijos mayores y ochenta y tres años.

– Perfecto -exclamó Andrea con una sonrisa-. Me lo quedo. Ya veo que no te lo estás tomando en serio.

– La verdad es que no, pero te agradezco tu preocupación.

– Pues aún no has visto nada. No pienso dejar de darte la paliza.

– Eso -repuso Ophélie con un enarcamiento de cejas muy francés- me lo creo.

Y en aquel momento, el bebé se despertó con un grito.

Mientras ellas charlaban en la terraza, en el otro extremo de la playa, Matt realizaba cuidadosos bocetos de Pip y le hacía dos carretes de fotos en blanco y negro. Le apasionaba la idea de pintar el retrato y le había prometido que lo tendría listo para el cumpleaños de su madre, probablemente mucho antes.

– Te echaré de menos cuando nos vayamos -suspiró Pip tras la sesión fotográfica.

Le encantaba bajar a la playa para dibujar y charlar con él durante horas. Matt se había convertido en su mejor amigo.

– Yo también -convino él con sinceridad-. Iré a la ciudad a visitaros. Aunque seguro que estarás muy ocupada con tus amigos cuando vuelvas a la escuela.

Pip llevaría una vida más plena que la suya, de eso estaba seguro. Y lo sobresaltaba comprender hasta qué punto había llegado a depender del hecho de verla casi a diario. La niña le había hecho compañía casi todo el verano.

– No es lo mismo -lo regañó Pip.

Su amistad era especial, y Pip también dependía de él. Matt se había convertido en su confidente, en su mejor amigo, y en ciertos aspectos, en el sustituto de su padre. Era el padre que Ted nunca había sido. En muchos sentidos, a Pip le parecía más amable que su padre. Ted nunca le había dedicado tanto tiempo como Matt ni había sido tan bueno con ella ni con su madre. Siempre había sido un hombre irritable que se enojaba con facilidad, sobre todo con su madre y Chad, aunque con ella no tanto, porque Pip siempre era muy cuidadosa con él. De hecho, le tenía un poco de miedo. Por otro lado, había sido más amable con ella cuando era pequeña; guardaba algunos buenos recuerdos de aquella época, pero no así de los últimos años.

– Te echaré mucho de menos -repitió al borde de las lágrimas.

La horrorizaba separarse de él, y lo mismo le sucedía a Matt.

– Te prometo que iré a visitarte cuando quieras. Podemos ir al cine, a comer, lo que quieras, siempre y cuando a tu madre le parezca bien.

– A ella también le caes bien -aseguró Pip sin divulgar ningún secreto, pues su madre lo había manifestado sin ambages.

Por un absurdo instante, Matt se sintió tentado de preguntarle cómo había sido su padre. Pese a cuanto le había contado Ophélie, no se forjaba una imagen clara de Ted. El único retrato que podía pintar mentalmente de él era el de un tirano difícil, probablemente egoísta, tal vez un genio, pero en cualquier caso no muy amable con su esposa. No obstante, a todas luces Ophélie lo adoraba y hablaba de él como de un santo. Pero algunas piezas del rompecabezas no encajaban, sobre todo en lo tocante a la relación de Ted con su hijo. Asimismo, Matt no creía que hubiera dedicado mucho tiempo a Pip, pues la niña se lo había dejado entrever en las historias que contaba de su vida, ni a su esposa. En cualquier caso, le resultaba difícil hacerse una idea de aquel hombre, máxime teniendo en cuenta que ya no vivía y que la tendencia natural era olvidar los detalles desagradables y embellecer lo demás. Sin embargo, no quería poner a Pip en un aprieto.

– ¿Cuándo empieza la escuela? -preguntó por fin.

– Dentro de dos semanas, el día después de que volvamos a casa.

– Estarás muy ocupada -le aseguró Matt, pero Pip aún parecía triste.

– ¿Podré llamarte de vez en cuando? -inquirió la niña.

– Me encantaría -exclamó él con una sonrisa.

Pip había sido un regalo para él, un bálsamo para una herida que llevaba mucho tiempo en carne viva. Había logrado como por arte de magia llenar el vacío dejado por sus hijos, y él había provocado el mismo efecto en ella. En cierto sentido, era el padre que Pip nunca había tenido y anhelaba tener. Ted había sido un hombre muy distinto.

Pip emprendió el regreso a casa en cuanto Matt recogió sus utensilios. Al llegar, Andrea estaba a punto de irse.

– ¿Qué tal está Matt? -preguntó Ophélie mientras Pip se despedía con un beso de Andrea y el bebé.

– Muy bien. Me ha dado saludos para ti.

– Recuerda lo que te he dicho -dijo Andrea, y Ophélie se echó a reír.

– Ya te lo he dicho, el señor Feigenbaum es la solución.

– Ni lo sueñes. Esos tipos se casan con la hermana o la mejor amiga de su mujer en menos de seis meses. Para cuando decidas qué hacer con él, ya llevará un montón de tiempo casado. Lástima que sea tan viejo.

– Eres repugnante -la regañó Ophélie al tiempo que abrazaba a su amiga y besaba al bebé.

– ¿Quién es el señor Feigenbaum? -preguntó Pip con curiosidad en cuanto Andrea se fue, pues nunca había oído hablar de él.

– Un hombre de la terapia de grupo. Tiene ochenta y tres años y busca esposa.

Pip abrió los ojos de par en par.

– ¿Y quiere casarse contigo?

– No, ni yo con él, de modo que no pasa nada.

Pip sintió el impulso de preguntarle si algún día se casaría con Matt. Le encantaría, pero después de lo que su madre le había dicho pocos días antes, lo consideraba improbable, si no imposible. Pero al menos Matt había prometido visitarlas en la ciudad, y esperaba que cumpliera su promesa. Aquella noche, Pip y su madre disfrutaron de una cena tranquila, y la niña mencionó que Matt había dicho que la llamaría de vez en cuando.

– Quería saber si te parecía bien.

– No veo por qué no -repuso Ophélie en voz baja.

Se le antojaba una persona digna de confianza y había demostrado ser un buen amigo. Ya no albergaba reservas respecto a él pese a que Andrea seguía refiriéndose a él como el «pederasta».

– Estaría bien. Quizá quiera venir a cenar a casa algún día.

– Dice que nos llevará a cenar y al cine cuando venga a la ciudad.

– Genial -dijo Ophélie.

No pensó mucho en el asunto mientras colocaba los platos en el lavavajillas y Pip encendía el televisor. Una relación de amistad no era lo que Andrea quería para ella, pero a Ophélie le parecía bien. El verano en Safe Harbour había sido un éxito, y Pip y ella habían hecho un nuevo amigo.