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Capítulo 10

Matt llamó a Ophélie para proponerle una salida en barco a principios de la última semana que pasaban en la playa, un día radiante y soleado. Los dos días anteriores habían transcurrido envueltos en niebla, y todo el mundo suspiró aliviado al contemplar aquel último estallido estival. Resultó ser el día más caluroso del año, tanto que Pip y Ophélie habían decidido protegerse del sol abrasador y almorzar dentro de casa. Matt llamó cuando estaban a punto de terminarse los bocadillos que había preparado Ophélie. Pip parecía soñolienta por el calor; tenía intención de bajar a la playa para ver a Matt, pero el sol brillaba con demasiada intensidad. Sería el primer día en mucho tiempo que no lo vería. De todos modos, no creía que hubiera salido a pintar. Era un día ideal para nadar o salir a navegar, como comentó Matt al telefonear a Ophélie.

– Hace semanas que quería proponérselo -dijo en tono de disculpa, sin poder explicar que había estado demasiado ocupado dibujando bocetos para el retrato de Pip-. Hace tanto calor que he pensado en salir esta tarde. ¿Le apetece acompañarme?

A Ophélie le parecía una idea excelente. Hacía demasiado calor para sentarse en la terraza o ir a la playa, y al menos en el mar soplaría la brisa. Durante la última hora se había levantado un poco de viento, lo que había dado a Matt la idea de navegar. Llevaba todo el día dentro de casa, dibujando a Pip de memoria, con ayuda de las fotografías y también de los bocetos que había realizado en la playa.

– Me parece estupendo -repuso Ophélie con entusiasmo.

Aún no había visto el velero, aunque sabía que Matt le tenía un gran cariño y le había prometido llevarla a navegar antes de que terminara el verano.

– ¿Dónde lo tiene amarrado? -preguntó.

– En un embarcadero privado junto a una casa de la laguna, muy cerca de la suya. Los propietarios nunca están y no les importa que deje el barco allí. Dicen que le añade encanto a la casa cuando vienen. Se mudaron a Washington el año pasado, y a mí me va muy bien el trato.

Le dio las señas de la casa y propuso reunirse con ella allí al cabo de diez minutos. Cuando Ophélie puso a Pip al corriente de sus planes, se sorprendió al comprobar que la niña parecía trastornada.

– ¿No te pasará nada, mamá? -preguntó, preocupada-. ¿No es peligroso? ¿Es muy grande el barco?

Ophélie se conmovió al escucharla y ver la expresión de sus ojos. Ella sentía exactamente lo mismo hacia su hija. Todo se les antojaba más ominoso, razón por la que se había inquietado tanto a principios de verano, cuando Pip desapareció en la playa. Solo se tenían la una a la otra, y el peligro ya no era un concepto abstracto para ellas, sino un monstruo muy real. La tragedia era una posibilidad cuya existencia ambas conocían y que les había cambiado la vida para siempre.

– No quiero que vayas -pidió Pip con voz asustada mientras Ophélie intentaba tomar una decisión.

La verdad es que tampoco podían vivir siempre atenazadas por el miedo. Quizá fuera buena idea demostrar a Pip que podían llevar una vida normal sin que sobreviniera ninguna desgracia. No creía que salir a navegar con Matt entrañara peligro alguno y estaba convencida de que era un navegador avezado. Habían hablado mucho del tema, y Matt era un experto desde niño, mucho más que ella. Ophélie llevaba al menos doce años sin navegar, pero también tenía cierta experiencia, y en aguas más traicioneras que aquellas.

– Cariño, todo irá bien, de verdad. Puedes mirarnos desde la terraza si quieres.

Pip no parecía apaciguada, sino más bien al borde del llanto.

– ¿De verdad no quieres que vaya?

Era un elemento que ni siquiera había considerado al aceptar la invitación de Matt. Además, iba a pedir a Amy que viniera a cuidar de Pip. Acababa de verla entrar, de modo que sabía que estaba en casa. O bien Pip podía pasar un par de horas en casa de la canguro si esta tenía cosas que hacer.

– ¿Y si te ahogas? -inquirió Pip con voz quebrada.

Ophélie se sentó y la subió con delicadeza a su regazo.

– No me voy a ahogar. Nado muy bien, y Matt también. Si quieres le pido que me preste un chaleco salvavidas.

Pip meditó unos instantes y por fin asintió algo más tranquila.

– Vale… -De repente, volvió a ser presa del pánico-. ¿Y si un tiburón ataca el barco?

Ophélie no podía negar que de vez en cuando se avistaban tiburones en aquellas aguas, pero nadie había visto ninguno en todo el verano.

– Miras demasiado la tele. Te prometo que no pasará nada. Podrás vernos desde aquí. Solo quiero salir a navegar con él un ratito. ¿Quieres acompañarnos?

Ophélie no quería que Pip fuera con ellos por las mismas razones que asustaban a la niña y que ahora se le antojaban algo absurdas. Además, a Pip no le hacía demasiada gracia el agua. Ophélie no quería que pasara miedo. Los veleros eran la pasión de Ophélie, no de su hija. Pip negó con la cabeza.

– Mira, le diré a Matt que quiero estar de vuelta dentro de una hora. Hace un día precioso y estaremos de regreso en un santiamén. ¿Qué te parece?

– Bien… -musitó Pip con expresión afligida.

Ophélie se sentía culpable, pero por otro lado tenía muchas ganas de salir a navegar con Matt y ver su barco aunque solo fuera un rato. Se sentía dividida, pero empezaba a parecerle importante demostrar a Pip que su madre podía marcharse y volver sin que ocurriera nada malo. También eso formaría parte del proceso de recuperación.

Fue a ponerse el bañador y unos pantalones cortos antes de llamar a Amy para pedirle que se quedara con Pip. La adolescente prometió ir al cabo de unos minutos, y para cuando Ophélie estuvo lista para salir ya había llegado. Pero antes de que su madre se fuera, Pip la abrazó con fuerza. De pronto, Ophélie fue consciente del golpe que las muertes de su padre y su hermano habían representado para ella. Era la primera vez que se comportaba de aquel modo, pero también era la primera vez que Ophélie salía; había pasado gran parte de los últimos diez meses tumbada en la cama, llorando.

– Volveré pronto, te lo prometo. Si no hace demasiado calor, puedes mirarnos desde la terraza, ¿vale?

Dicho aquello salió de la casa con toda la contundencia de que fue capaz, mientras Mousse la seguía con la mirada, meneando la cola. Ophélie se dirigió a la casa del embarcadero con aire pensativo. El coche ya estaba allí, y al poco encontró a Matt guardando algunas cosas en el barco, un pequeño pero hermoso velero en excelente estado. Saltaba a la vista el cariño que Matt le tenía. Toda la cubierta aparecía barnizada, los elementos de latón relucían, y el casco había recibido una nueva capa de pintura blanca aquella primavera. Era una embarcación de un solo mástil de unos doce metros de altura, con vela mayor, foque y una vela considerable para su envergadura. Asimismo, contaba con un bauprés corto que le confería aspecto de medir más de los diez metros de eslora que medía, un pequeño motor y un camarote diminuto de techo tan bajo que Matt no podía erguirse cuan largo era. Se llamaba Nessie II en honor a la hija que Matt llevaba seis años sin ver. Era una auténtica joya, y Ophélie la contempló desde el embarcadero con una sonrisa radiante.

– Es una preciosidad, Matt -alabó con sinceridad, impaciente por salir a navegar con él.

– ¿Verdad que sí? -exclamó él con aire complacido-. Quería que lo viera antes de que se fuera.

Y navegar en él era todavía mejor. También Matt parecía impaciente por ponerse en marcha. Ophélie se quitó las sandalias, y él la ayudó a embarcar. Puso en marcha el motor, y Ophélie le ayudó a desamarrar. Al poco avanzaban a buena velocidad por la laguna en dirección al mar. Era el día perfecto para salir a navegar.

– ¡Qué barco tan hermoso! -exclamó Ophélie mientras admiraba todos los pequeños detalles que Matt había cuidado con tanto esmero en sus horas libres.