Pese al oleaje, Matt la alcanzó sin esfuerzo, y el cabestrante lo alzó hasta el barco. Tras evaluar la situación, concluyó que sería más rápido navegar a vela. El viento había arreciado aún más, y creía poder alcanzar la costa más deprisa que a motor. Así pues, izó de nuevo las velas mientras Ophélie sacaba una manta de la cabina para abrigar al muchacho. El joven la miraba con ojos moribundos. Ophélie conocía aquella expresión, pues la había visto las dos veces que Chad intentara suicidarse. En aquel momento, se juró por lo más sagrado que salvaría a aquel muchacho. A todas luces había salido con la tabla y algo, probablemente una corriente de resaca, lo había arrastrado demasiado lejos para que pudiera regresar por sus propios medios. Era un milagro que Matt y Ophélie hubieran llegado en aquel preciso instante a aquel preciso lugar. Matt puso rumbo a la costa y al cabo de unos instantes indicó a Ophélie que había una botella de brandy en la cabina y que le diera un poco al chico. Ophélie negó con la cabeza, y él, creyendo que no lo había entendido, se lo repitió. Sin saber qué otra cosa hacer, Ophélie se tumbó bajo la manta con el tembloroso muchacho y lo abrazó con fuerza con la esperanza de que su calor corporal lo mantuviera con vida hasta que llegaran a la orilla. Al poco, Matt le pasó el timón y bajó a la cabina para llamar a los guardacostas. Tardó menos en localizarlos de lo que esperaba y les dijo que tenían una urgencia médica grave a bordo; creía que alcanzaría la costa antes de que ellos los alcanzaran y les pidió que acudieran con una unidad médica o bien que intentaran llegar al velero si podían.
A medio camino, el viento amainó, de modo que Matt arrió las velas y puso de nuevo el motor en marcha. Ya quedaba poco, la orilla ya estaba a la vista. Matt alternaba la mirada entre la costa y Ophélie, que seguía abrazada al muchacho. Éste llevaba veinte minutos inconsciente y parecía casi muerto. Ophélie, por su parte, estaba muy pálida.
– ¿Se encuentra bien? -le preguntó Matt.
Ophélie asintió, pero aquella escena le resultaba demasiado familiar, le recordaba dolorosamente a Chad. Lo único que deseaba era salvar a aquel muchacho para que su madre jamás tuviera que pasar por lo que ella había pasado.
– ¿Cómo está el chico?
– Sigue vivo.
Ophélie lo estrechaba entre sus brazos, y también ella estaba empapada bajo la manta, pero no le importaba. El sol brillaba con fuerza, y el placentero paseo se había convertido en una carrera contra la muerte.
– ¿Por qué no le ha dado el brandy? -preguntó Matt mientras forzaba el motor al máximo; nunca le había exigido tanto, pero de momento el velero no lo había defraudado hasta entonces.
– Lo habría matado -repuso ella con expresión desesperada; el muchacho yacía inerte y frío entre sus brazos, pero aún percibía su pulso debilísimo-. Habría desviado toda la circulación sanguínea hacia las extremidades, y necesita la sangre en el tronco para irrigar el corazón.
Las extremidades del muchacho estaban heladas, pero la circulación sanguínea que le quedaba estaba donde más la necesitaba.
– Menos mal que sabía usted eso -observó Matt, rezando por que lograran salvar al chico.
Por entonces ya habían alcanzado la desembocadura de la laguna. Se hallaban a escasos minutos de la orilla, y al poco oyeron sirenas y vieron luces de emergencia en la playa más próxima a ellos. Sin vacilar, Matt dirigió el velero hacia el embarcadero privado de un desconocido. Numerosos curiosos se habían arremolinado para mirar, mientras los enfermeros saltaban a bordo. Ophélie se apartó del muchacho y se incorporó con dificultad. Sin poder contener las lágrimas, observó a los enfermeros mientras lo examinaban y acto seguido lo tendían en una camilla. De repente, uno de ellos se volvió hacia ella y le hizo la señal de la victoria con una sonrisa. El chico seguía vivo. Ophélie se puso a temblar como una hoja; Matt se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos. Ophélie seguía llorando cuando dos hombres que se habían apeado de un camión de bomberos subieron a bordo con cierta torpeza.
– Le han salvado la vida -exclamó el agente de más rango con admiración-. ¿Alguien sabe cómo se llama?
Ophélie se limitó a sacudir la cabeza mientras Matt les contaba lo sucedido. Los agentes tomaron notas para el informe y los felicitaron una vez más. Los camiones de bomberos tardaron media hora en irse. Luego, Matt volvió a poner en marcha el motor y se dirigió despacio a su propio embarcadero. Ophélie estaba demasiado trastornada para articular palabra; permaneció sentada junto a él sin dejar de tiritar, mientras él navegaba con una mano para poder rodearle los hombros con el otro brazo.
– Lo siento, Ophélie -se disculpó, consciente de lo que el episodio habría significado para ella-. Solo pretendía dar un agradable paseo en barca.
– Y lo ha sido; hemos salvado la vida de un chico y el corazón de su madre.
Si es que sobrevivía. Nadie lo sabía aún a ciencia cierta, pero cuando menos tenía una oportunidad, algo que no habría tenido en el lugar donde lo habían encontrado, aferrado a su tabla, que por cierto habían abandonado en el mar porque Matt no había querido perder el tiempo intentando rescatarla.
Ambos estaban exhaustos cuando amarraron el Nessie II en el embarcadero y bajaron del barco tras guardar todas las cosas y cerrar la cabina. Matt tenía que pasar la manguera por cubierta para quitar la sal, pero volvería más tarde. Habían transcurrido cinco horas desde que salieran del embarcadero. Ophélie apenas tenía fuerzas para caminar, de modo que Matt la llevó en coche a su casa. Ninguno de los dos estaba preparado para la situación que se encontraron. Pip sollozaba tumbada en su cama, y Amy intentaba consolarla con expresión trastornada. Los había mirado alejarse y, al ver que no regresaban al cabo de una hora ni de dos, la niña se convenció de que había sucedido lo peor, de que el barco se había hundido o de que su madre se había ahogado. Seguía llorando sin consuelo cuando Ophélie entró en su habitación mientras Matt permanecía de pie en el umbral, consternado.
– No pasa nada, Pip… no pasa nada… Ya estoy aquí -le musitó Ophélie.
La horrorizaba encontrarla en aquel estado, y de repente se sintió profundamente culpable por haberse apartado siquiera de su lado. Las cosas no habían salido como esperaban, pero, por otro lado, habían salvado una vida. Parecía cosa del destino que Matt la hubiera invitado a navegar ese día.
– ¡Dijiste que volverías al cabo de una hora! -le gritó Pip al tiempo que se volvía a ella con una expresión entre acusadora y aterrada.
Al igual que el terror había atenazado a Ophélie al ver al muchacho moribundo que tanto le recordó a Chad, el miedo había convencido a Pip de que había perdido a su madre.
– Lo siento… No sabía… Ha pasado algo…
– ¿Ha volcado el barco? -preguntó Pip con expresión aún más atemorizada.
En aquel momento, Matt entró en la habitación para unirse a ellas, y Amy salió con discreción. Hacía horas que se le habían acabado los argumentos para intentar consolar a Pip, y jamás se había alegrado tanto de ver llegar a la madre de la niña.
– No, no ha volcado -le aseguró Ophélie con delicadeza mientras la abrazaba con fuerza, un gesto mucho más poderoso en aquellos momentos que cualquier explicación-. Y me he puesto el chaleco salvavidas como te había prometido.
– Yo también -añadió Matt sin saber si era bien recibido o más bien un intruso en aquella escena entre una madre y su hija angustiada.
– Encontramos a un chico en el agua, muy lejos de la orilla, agarrado a una tabla de surf, y Matt lo ha salvado.