Pip abrió los ojos de par en par al oír aquello.
– Los dos lo hemos salvado -puntualizó Matt-. Tu madre ha estado genial.
Recordó la escena aún más impresionado que antes. Ophélie se había mostrado serena y eficiente; no podría haber salvado al muchacho sin su ayuda.
Contaron a Pip lo sucedido, y Ophélie consiguió sacar fuerzas de flaqueza para tranquilizarla. Al cabo de un rato, mientras los tres tomaban té caliente, Matt llamó al hospital. Le explicaron que el estado del chico era grave, pero estable por el momento. Tardaría bastante en recuperar el conocimiento, pero por lo visto se pondría bien. Su familia estaba con él en el hospital general de Marín. Matt les comunicó la noticia con lágrimas en los ojos, y Ophélie cerró los suyos un largo instante. Solo podía pensar en la tragedia evitada y en la gratitud que experimentaba. Acababan de ahorrar la tragedia y la más profunda de las penas a una mujer a la que nunca conocerían. No cabía en sí de gozo por haber sido capaz de salvar al muchacho.
Al cabo de una hora, cuando Matt se disponía a marcharse, Pip ya se había calmado un tanto, pero declaró que no quería que su madre volviera a salir a navegar jamás. A todas luces, había sido una tarde traumática para ella, aun sin saber lo que había sucedido. Les contó que había oído las sirenas dirigiéndose al espigón y que estaba convencida de que su madre y Matt habían muerto. Había sido un día espantoso para ella, y Matt se disculpó de nuevo ante ambas por lo que habían sufrido. Tampoco para él había sido fácil, y Ophélie era muy consciente de que podría haberse ahogado mientras intentaba sacar al chico del agua. Los dos podrían haber muerto, y ella no podría haber hecho nada para ayudarlos. Habían eludido la tragedia por los pelos. Al cabo de un rato, Matt la llamó por teléfono.
– ¿Cómo está Pip? -se interesó en tono preocupado y casi exhausto.
Había vuelto al barco para pasar la manguera por cubierta, apenas capaz de levantar los brazos para hacerlo, y al llegar a casa había pasado una hora entera sumergido en la bañera con agua caliente. Hasta entonces no se había dado cuenta del frío que tenía ni del choque que había sufrido.
– Ahora está bien -aseguró Ophélie con calma.
También ella se había dado un baño caliente y se sentía mejor, aunque estaba tan fatigada como él.
– Creo no soy la única que se preocupa más que antes.
Para Pip, el miedo a perder a su madre se había convertido en la peor de las pesadillas, y sabía mejor que nadie con qué facilidad podía suceder. Nunca volvería a sentirse del todo segura. En buena parte, había perdido la inocencia de la niñez diez meses antes.
– Has estado increíble -la alabó Matt.
– Tú también -replicó ella, aún impresionada por lo que Matt había hecho y la determinación que había mostrado en todo momento, sin vacilar un solo instante en arriesgar la vida por aquel muchacho desconocido.
– Si alguna vez quiero caerme por la borda, te llevaré conmigo -prometió Matt con admiración-. Y menos mal que sabías lo del brandy. Yo se lo habría hecho beber y lo habría matado.
– Bueno, eso es gracias a los cursos de primeros auxilios y las clases preparatorias para la facultad de medicina; de lo contrario tampoco yo habría sabido qué hacer. Pero en cualquier caso, lo que importa es que todo ha salido bien.
En definitiva, era el trabajo en equipo lo que había salvado al chico.
Aquella noche, Matt volvió a llamar al hospital para interesarse por él y acto seguido telefoneó a Ophélie para decirle que evolucionaba bien. A la mañana siguiente había experimentado una clara mejoría, y sus padres llamaron tanto a Matt como a Ophélie para agradecerles calurosamente su heroicidad. Estaban horrorizados por lo sucedido, y la madre no consiguió contener las lágrimas mientras hablaba con Ophélie. No sabía lo bien que Ophélie conocía la tragedia que ella había eludido.
La noticia salió en los periódicos, y Pip se la leyó a su madre durante el desayuno. Luego la miró de hito en hito con expresión penetrante.
– Prométeme que nunca más harás una cosa así… No puedo… No podría… Si tú…
No pudo terminar la frase, y los ojos de Ophélie se inundaron de lágrimas mientras asentía.
– Te lo prometo; yo tampoco podría vivir sin ti -musitó.
Dobló el periódico y abrazó a su hija. Al cabo de unos instantes, la niña salió a la terraza y se sentó junto a Mousse, absorta en sus pensamientos mientras contemplaba el océano. El día anterior había sido demasiado terrible para recordarlo. Ophélie se quedó de pie en el salón, mirándola con las mejillas empapadas de lágrimas, dando gracias por que todo hubiera salido bien.
Capítulo 11
Matt las invitó a cenar la última noche que pasaban en Safe Harbour. Por entonces, todos se habían recobrado del golpe que había supuesto salvar al muchacho y estaban relajados. El chico había salido del hospital el día anterior y los había llamado para darles las gracias en persona. Ophélie estaba en lo cierto; la resaca lo había arrastrado mar adentro.
Fueron a cenar de nuevo al Lobster Pot y lo pasaron muy bien. Sin embargo, Pip parecía triste. Detestaba la idea de despedirse de su amigo. Su madre y ella habían hecho las maletas aquella tarde. Volverían a casa a la mañana siguiente, pues Pip tenía algunas cosas que hacer antes de empezar la escuela.
– Esto se quedará muy tranquilo sin vosotras -comentó Matt mientras daban cuenta del postre.
Casi todos los veraneantes se marcharían aquel fin de semana. El día siguiente era el día del Trabajo, y Pip comenzaba la escuela el martes.
– El año que viene volveremos a alquilar una casa aquí -aseguró Pip con firmeza.
Ya le había arrancado aquella promesa a su madre, si bien Ophélie consideraba que el verano siguiente debían viajar a Francia, al menos durante algunas semanas. Por otro lado, también le gustaba la idea de volver a alquilar una casa en Safe Harbour, a ser posible la misma. Era ideal para ellas, aunque demasiado pequeña para otras familias.
– Si queréis puedo buscaros una casa de alquiler. No me cuesta nada estando aquí. Siempre y cuando queráis algo más grande para el año que viene.
– Creo que esta ya nos iría bien -aseguró Ophélie con una sonrisa-, si es que nos la vuelven a alquilar. No estoy segura de que les haga demasiada gracia que traigamos a Mousse.
Pero por fortuna, el perro no había causado ningún desperfecto. Se portaba muy bien; lo único que hacía era perder pelo, y el servicio de limpieza se encargaría de la casa al día siguiente. Por su parte, Pip y Ophélie eran bastante pulcras.
– Espero ver muchos dibujos cuando vaya a la ciudad a visitaros. Y no olvides lo del baile de padres e hijas -recordó Matt a Pip, que le correspondió con una sonrisa.
Estaba encantada de que Matt recordara lo del baile y segura de que la acompañaría. Su padre nunca había ido con ella, porque siempre estaba trabajando. En una ocasión había asistido con su hermano y otra vez con un amigo de Andrea. Ted detestaba las actividades escolares, lo cual había suscitado numerosas discusiones entre él y su madre. De hecho, discutían por muchas cosas, aunque a su madre no le gustaba que se lo recordaran. Pero era cierto, lo reconociera o no. En cualquier caso, Pip estaba convencida de que Matt cumpliría su promesa de acompañarla al baile y de que procuraría que lo pasara bien.
– Tendrás que ponerte corbata -comentó con cautela, esperando que eso no lo hiciera cambiar de opinión.
– Me parece que tengo una por alguna parte -repuso él con una sonrisa-. Probablemente de sujeción para alguna cortina.
De hecho, tenía muchas; lo que no tenía era muchas ocasiones para lucirlas, aunque podría si quisiera, lo que no era el caso. Lo único que hacía en la ciudad era ir al dentista, al banco o al abogado. No obstante, tenía intención de visitar a Ophélie y Pip. Se habían convertido en dos personas importantes para él, y después del drama que había compartido con Ophélie a principios de semana, se sentía más cerca de ella que nunca.