– Bueno, he pasado la prueba -anunció Ophélie con orgullo cuando fue a buscar a Pip a la escuela el viernes por la tarde-. Quieren que me quede de voluntaria en el centro.
Estaba encantada; lo consideraba un logro y se sentía útil, quizá incluso capaz de marcar una diferencia aunque fuera mínima en el mundo.
– Genial, mamá. ¡Ya verás cuando se lo contemos a Matt mañana!
Su amigo se había ofrecido a ir a verla entrenar el sábado por la mañana, pero Pip prefería que fuera cuando tuvieran partido. El sábado solo entrenarían, y además era el primer día. Pip era menuda y delgada, pero también rápida, y jugaba bien. Llevaba dos años en el equipo, y le gustaba mucho más que el ballet.
Cuando terminó de hacer los deberes, llegó una amiga suya que se quedaría a dormir. Más tarde llegó Andrea para cenar con ellas. Al saber por Pip que Matt iría a verlas al día siguiente, se volvió hacia Ophélie con una ceja enarcada.
– Vaya, vaya, eres una caja de sorpresas, amiga mía. Así que el pederasta viene a veros -comentó con expresión divertida.
– Quiere ver a Pip -repuso Ophélie con mirada inocente.
Estaba convencida de ello, aunque también ella tenía ganas de verlo y lo consideraba un amigo.
– Quizá deberíamos dejar de llamarlo pederasta un día de estos…
– Creo que el término «novio» le sentaría mejor -replicó Andrea.
Pero Ophélie sacudió la cabeza al instante.
– Nada de eso. No me interesa tener novio, solo un amigo.
Y sabía por sus conversaciones con Matt que él era de la misma opinión. Ophélie había decidido dar carpetazo definitivo a su vida sentimental.
– Eso es lo que te interesa a ti, pero ¿qué me dices de él? Los tíos no vienen a la ciudad para invitar a una mujer a cenar solo porque quieren ver a su hija. Créeme, conozco a los hombres.
Era cierto, como ambas sabían.
– Puede que algunos sí -insistió Ophélie.
– Solo está esperando el momento adecuado -auguró Andrea-. En cuanto vea que te sientes a gusto, se lanzará.
– Espero que no -exclamó Ophélie con expresión sincera.
Para cambiar de tema, habló a Andrea de la semana que había pasado en el centro Wexler. Su amiga estaba impresionada y contenta de que Ophélie hubiera encontrado algo que hacer.
A la tarde siguiente, cuando sonó el timbre de la puerta, Ophélie acudió a abrir pensando en la evaluación de Andrea respecto a su amistad con Matt. Esperaba ardientemente que no fuera cierta.
Matt llevaba una chaqueta de cuero, pantalones grises, jersey de cuello alto del mismo color y zapatos relucientes. Era la clase de atuendo que Ted habría lucido, aunque mejor, porque Ted nunca se acordaba de lustrarse los zapatos; era un detalle que le traía sin cuidado, y Ophélie siempre lo hacía por él.
Matt sonrió al verla, y en cuanto Pip bajó la escalera y él la vio Ophélie supo que su amiga se equivocaba, por muy bien que conociera a los hombres. Sí, Andrea se equivocaba, no le cabía la menor duda, y la certeza la alivió sobremanera. Matt irradiaba afecto paternal hacia Pip y fraternal hacia ella. Después de que Pip le mostrara su habitación, todos sus tesoros y sus dibujos más recientes, y empezara a calmarse un poco, Ophélie le habló del centro Wexler. Matt parecía impresionado e interesado, sobre todo al oír hablar del equipo de asistencia nocturna.
– No tendrás intención de salir con ellos -murmuró con aire preocupado-. Seguro que es una parte muy importante de su trabajo, pero parece peligroso.
– Seguro que lo es, y todos saben muy bien lo que se hacen. La mujer era policía, uno de los hombres también, además de experto en artes marciales, como ella, y el tercero pertenecía a los cuerpos especiales de la Marina. Desde luego, no necesitan mi ayuda -aseguró Ophélie con una sonrisa.
En aquel momento, Pip se unió de nuevo a ellos. Estaba emocionada por la visita de Matt, y cuando su madre fue a la cocina en busca de una copa de vino para su amigo Pip le preguntó en un susurro por el retrato.
– ¿Qué tal está quedando? ¿Has avanzado algo esta semana?
Sabía que sería el mejor regalo que su madre recibiera jamás y se moría de impaciencia de verle la cara cuando se lo diera.
– Acabo de empezar -repuso Matt, sonriendo a su joven amiga.
Esperaba que Pip no quedara decepcionada ante el resultado, pero lo cierto era que le gustaba lo que había dibujado hasta entonces. Lo que sentía por Pip facilitaba la tarea de captar la esencia de su espíritu y de su alma además de reflejar sus relucientes rizos rojos y los amables ojos castaños con motas ambarinas. Le habría gustado pintar también un retrato de Ophélie, pero hacía mucho tiempo que no pintaba a un adulto. En cualquier caso, le gustaría intentarlo algún día.
Poco antes de las siete, se levantaron para salir a cenar, pero al llegar a la puerta principal Matt se detuvo en seco.
– Te has olvidado de una cosa -dijo a Pip, que lo miró sorprendida.
– No podemos llevar a Mousse a un restaurante -advirtió muy seria.
Llevaba una faldita negra y un jersey rojo, atuendo que le confería un aspecto muy adulto. Se había esmerado mucho al elegir la ropa en honor a él, y su madre la había peinado con un pasador nuevo.
– Solo podemos llevar a Mousse a los restaurantes de la playa.
– No me refería a él, aunque debería haberlo pensado. Le traeremos las sobras de la cena. Lo que quería decir es que no me habéis enseñado las zapatillas de Elmo y Grover -señaló con expresión de reproche.
– ¿Quieres verlas? -preguntó Pip con una carcajada.
Estaba contentísima. Matt recordaba todo lo que le decía; siempre lo recordaba.
– De aquí no salimos hasta que las haya visto -aseguró él con firmeza.
Retrocedió un paso, se cruzó de brazos y la miró con aire expectante mientras Ophélie sonreía a ambos. Al poco, Matt se volvió hacia ella.
– Lo digo en serio. Venga, quiero ver las zapatillas. Es más, creo que deberíais desfilar con ellas para mí.
A todas luces, hablaba en serio, de modo que Pip subió corriendo a buscarlas con cara de felicidad. Regresó al cabo de unos instantes con los dos pares y alargó las de Grover a su madre.
Sintiéndose un poco ridícula, Ophélie se las calzó mientras Pip hacía lo propio. Las dos se quedaron de pie con sus gigantescas zapatillas peludas, y Matt esbozó una sonrisa de aprobación.
– Son fantásticas, me encantan. Y me muero de envidia. ¿Seguro que no las hay en mi número?
– No lo creo -repuso Pip-. Mamá dice que le costó encontrar unas para ella, y eso que tiene los pies bastante pequeños.
– Estoy hundido -bromeó Matt.
Ophélie y Pip se cambiaron de zapatos, y Matt las siguió escalinata abajo hacia su coche.
Lo pasaron estupendamente durante la cena, charlando de esto y de aquello. Mientras lo observaba con Pip, Ophélie pensó de nuevo en el golpe que debía de haber representado para él perder el contacto con sus hijos. A todas luces adoraba a los niños y se le daban muy bien. Se entregaba mucho, era abierto y afectuoso, se interesaba por todo lo que decía Pip. Era un hombre irresistiblemente cálido y al mismo tiempo mostraba la medida justa de reserva respetuosa. Ophélie nunca se sentía presionada ni agobiada por él. Se acercaba lo justo para ser afable, pero nunca lo bastante para entrometerse. Era un hombre bondadoso y un gran amigo para ambas.