Había tirado la llave de acceso, pero a la espalda llevaba algo tan, tan tentador... El Poder Verdadero, la esencia del Oscuro, era lo más delicioso que jamás había tocado. Con Callandor podría absorberlo a una magnitud tal como ningún hombre había logrado jamás. Debido a que Callandor carecía de las medidas de seguridad que la mayoría de los angreal y sa’angreal tenían, no había manera de saber qué cantidad de uno u otro Poder era capaz de absorber y pasar al encauzador.
—Ahí está de nuevo esa expresión —murmuró Moraine—. ¿Qué te traes entre manos, Rand al’Thor, Dragón Renacido? ¿Por fin puedes abrirte lo suficiente para contármelo?
—¿Has iniciado esta conversación para sonsacarme ese secreto? —inquirió él, mirándola a los ojos.
—Tienes muy buena opinión de mi talento como conversadora.
—Una respuesta que no dice nada.
—Sí —admitió Moraine—. Pero ¿me permites señalar que lo hiciste tú primero para eludir mi pregunta?
Rand retrocedió un poco en la conversación y se dio cuenta de que, en efecto, acababa de hacer lo mismo.
—Voy a matarlo —contestó entonces—. No voy a limitarme a sellar la prisión del Oscuro, sino que voy a acabar con él.
—Me había dado la impresión de que habías madurado mientras estuve ausente —dijo Moraine.
—Sólo Perrin ha madurado —comentó él—. Mat y yo simplemente hemos aprendido a fingir que lo hemos hecho. —Vaciló—. Aunque a Mat no se le da muy bien.
—Es imposible matar al Oscuro —sentenció Moraine.
—Creo que puedo hacerlo —argumentó Rand—. Recuerdo lo que hizo Lews Therin, y hubo un momento, un fugaz instante... Puede ocurrir, Moraine. Confío más en mi capacidad para hacer eso que en poder confinar al Oscuro.
Lo cual era cierto, aunque no estaba realmente convencido de ser capaz de lograr ninguna de las dos cosas.
Preguntas. Tantas preguntas. ¿No debería tener algunas respuestas a esas alturas?
—El Oscuro es parte de la Rueda —adujo Moraine.
—No. El Oscuro está fuera del Entramado —replicó Rand—. No es parte de la Rueda en absoluto.
—Pues claro que sí, Rand. Somos los hilos que componen la sustancia del Entramado, y el Oscuro nos afecta. No puedes matarlo. Es una empresa descabellada.
—Ya he hecho cosas absurdas otras veces. Y volveré a hacerlas. A veces, Moraine, me da la impresión de que toda mi vida, todo lo que he hecho, ha sido ir dando palos de ciego. Así pues, ¿qué importa otro reto imposible más?
—Has madurado mucho —dijo Moraine mientras apretaba los dedos con los que le aferraba el brazo—. Pero aún eres un joven, nada más, ¿no es cierto?
Rand controló de inmediato las emociones y no replicó a la pulla con otra. El modo más seguro de que a uno lo tomaran por inmaduro era actuar como tal. Se irguió, bien recta la espalda, y habló con suavidad:
—He vivido más de cuatro siglos —repuso—. Tal vez sigo siendo joven, como lo somos todos, comparados con la perpetuidad de la Rueda. Dicho lo cual, soy una de las personas de más edad que aún vive.
—Precioso. —Moraine sonrió—. ¿Eso funciona con los demás?
Él vaciló. Entonces, curiosamente, se sorprendió a sí mismo sonriendo.
—Con Cadsuane funcionó muy bien —contestó.
—Ésa... —Moraine resopló con desdén—. Bueno, conociéndola, dudo que la embaucaras tan bien como das por sentado. Puede que albergues los recuerdos de un hombre de cuatro siglos de edad, Rand al’Thor, pero eso no te convierte en una persona longeva. De otro modo, Matrim Cauthon sería el patriarca de todos nosotros.
—¿Mat? ¿Por qué él?
—Bah, no importa —dijo Moraine—. Es algo que se supone que no debo saber. En el fondo, sigues siendo un pastor inocente. Y no querría que fueras de otro modo. Con toda su sabiduría y todo su poder, Lews Therin no podría hacer lo que debes hacer tú. Y ahora, si eres tan amable, tráeme un poco de té.
—Sí, Moraine Sedai —contestó, y de inmediato echó a andar hacia la tetera que había en el fuego. Se paró en seco y luego se volvió para mirarla.
Ella lo observaba con un gesto de picardía.
—Sólo probaba a ver si aún funcionaba —dijo.
—Nunca te he servido un té —protestó Rand que volvió junto a ella—. Que yo recuerde, las últimas semanas que pasamos juntos era yo quien te daba órdenes.
—En efecto. Piensa en lo que he dicho respecto al Oscuro. Pero antes quiero preguntarte otra cosa. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Por qué vas a Ebou Dar?
—Por los seanchan —contestó Rand—. He de intentar ponerlos de nuestra parte, como prometí a los demás.
—Si no recuerdo mal, nunca prometiste que lo intentarías. Prometiste que lo conseguirías —argumentó Moraine.
—Con promesas de «intentar» algo no se llega muy lejos en las negociaciones políticas, por sinceras que sean.
Rand alzó la mano ante sí, con el brazo extendido y los dedos hacia arriba, y miró a lo lejos, entre los faldones levantados de la entrada a la tienda. Como si se preparara para aferrar las tierras meridionales. Hacerse con ellas, reclamarlas como suyas, protegerlas...
El Dragón del brazo brilló, dorado y carmesí.
—«Una vez el Dragón, para el recuerdo perdido.» —Rand alzó el otro brazo, que acababa en el muñón, cerca de la muñeca—. «Dos veces el Dragón... por el precio que ha de pagar.»
—¿Qué harás si la cabecilla seanchan rehúsa tu propuesta de nuevo? —preguntó Moraine.
Él no le había dicho que la emperatriz hubiera rechazado su proposición la primera vez. A Moraine no era necesario contarle las cosas. Las descubría, y punto.
—Lo ignoro —contestó Rand con suavidad—. Si no se unen a la lucha, Moraine, no venceremos. Si no se adhieren a la Paz del Dragón, entonces no hemos conseguido nada.
—Has dedicado demasiado tiempo a ese pacto —opinó Moraine—. Te ha distraído de tu objetivo. El Dragón no trae la paz, sino la destrucción. No puedes cambiar eso con un trozo de papel.
—Veremos. Gracias por el consejo. Ahora y siempre. No creo que lo haya dicho suficientes veces. Estoy en deuda contigo, Moraine.
—Bueno, aún me tomaría una taza de té —dijo ella.
Rand la miró con incredulidad. Luego rompió a reír y fue hacia la tetera para servirle una taza.
Moraine alzó la taza de té que Rand le había llevado antes de marcharse. Se había convertido en un dirigente de muchas naciones desde que los dos se habían separado, y era tan humilde ahora como la primera vez que lo había visto en Dos Ríos. Quizá más.
«Humilde en su trato conmigo, tal vez —pensó—. Cree que puede matar al Oscuro. Lo cual no es indicativo de un hombre humilde.» Rand al’Thor, qué mezcla tan extraña de modestia y orgullo. ¿Por fin había conseguido el equilibrio correcto? A despecho de lo que le había dicho a Rand, sus actos hacía ella ese día habían demostrado que no era un muchacho, sino un hombre.
Un hombre podía cometer errores. A menudo, eran del tipo más peligroso.
—La Rueda gira según sus designios —murmuró para sí.
Dio un sorbo de té. Preparado por el propio Rand, no por cualquier otra persona, era tan delicioso y aromático como lo había sido en tiempos mejores. Ni el más ligero rastro de la sombra del Oscuro.
Sí, la Rueda giraba según sus designios. A veces, Moraine habría querido que esos giros fueran más fáciles de entender.
—¿Todo el mundo sabe lo que tiene que hacer? —preguntó Lan mientras se volvía sobre la silla de Mandarb.
Andere asintió con la cabeza. Él mismo había transmitido la noticia a los gobernantes, y desde ellos había pasado a sus generales y comandantes. Sólo en el último momento se había informado a los soldados.
Entre ellos habría Amigos Siniestros. Siempre los había. Era imposible exterminar las ratas de una ciudad, por muchos gatos que llevaras allí. Si la Luz quería, esas instrucciones habrían llegado demasiado tarde para que las ratas pusieran sobre aviso a la Sombra.