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Regresó a toda prisa hacia Mandarb —el área a su alrededor estaba ahora vacía de trollocs— y le entregó el estandarte a uno de los hombres del príncipe Kaisel.

—Ocúpate de que lo limpien y después enarbólalo —ordenó.

Colocó a Andere atravesado encima de la silla, montó y limpió la espada en el sudadero del caballo. El hombre no parecía mortalmente herido. A su espalda oyó susurrar el príncipe Kaiseclass="underline"

—¡Por mis antepasados! Había oído que era bueno, pero... ¡Luz!

—Con eso bastará. Retirémonos —dijo Lan mientras recorría con la vista el campo de batalla y soltaba el vacío—. Envía la señal, Deepe.

El Asha’man obedeció y lanzó un destello de luz roja al aire. Lan hizo volver grupas a Mandarb y señaló con la espada hacia el campamento. Las tropas se reunieron a su alrededor. Esa acometida estaba pensada desde el principio para que fuera un ataque rápido y enseguida retirarse. Ni siquiera habían mantenido una línea de combate compacta. Algo difícil de lograr con una carga de caballería.

Al iniciarse el repliegue de sus hombres llegaron las tropas saldaeninas y arafelinas en rápidas oleadas a fin de romper las líneas trollocs y proteger la retirada. Mandarb estaba empapado en sudor; transportar dos hombres equipados con armadura no era tarea fácil para el caballo, y más después de una carga. Lan dejó que Mandarb aflojara el paso en cuanto estuvieron a una distancia en la que no había riesgo de sufrir daño directo.

—Deepe, ¿cómo está Andere? —preguntó Lan cuando llegaron a la línea de retaguardia.

—Tiene unas cuantas costillas rotas, y también un brazo, además de una herida en la cabeza —informó Deepe—. Me sorprendería que ahora mismo fuera capaz de contar hasta diez sin ayuda, pero he visto casos peores. Le haré la Curación para la herida de la cabeza; lo demás puede esperar.

Lan asintió con un gesto y se paró. Uno de sus guardias —un hombre hosco llamado Benish que usaba el velo tarabonés, aunque llevaba un hadori— ayudó a bajar a Andere de Mandarb; lo sostuvieron de pie al lado del caballo de Deepe. El Asha’man tullido se inclinó hacia un lado merced a las correas que lo mantenían sujeto a la silla; puso la mano en la cabeza de Andere y se concentró.

La expresión aturdida desapareció de los ojos de Andere, sustituida por otra de ser consciente de lo que pasaba. Y entonces comenzó a soltar maldiciones.

«Se pondrá bien», pensó Lan, que volvió la vista hacia el campo de batalla. Los Engendros de la Sombra se replegaban. Empezaba a caer la noche.

El príncipe Kaisel se acercó a Lan a medio galope.

—La bandera saldaenina lleva la franja roja de la reina —dijo—. Vuelve a cabalgar con ellos, Lan.

—Es su soberana. Puede hacer lo que le plazca.

—Deberíais hablar con ella —sugirió Kaisel—. No está bien, Lan. Otras mujeres del ejército saldaenino empiezan a cabalgar también con ellos.

—He visto mujeres saldaeninas entrenándose —contestó Lan sin apartar la vista del campo de batalla—. Si tuviera que apostar en una competición entre una de ellas y un hombre de cualquier ejército del sur, apostaría por la saldaenina, sin lugar a dudas.

—Pero...

—Esta guerra es todo o nada. Si pudiera reunir a todas las mujeres de la Tierras Fronterizas y ponerles una espada en la mano, lo haría. Por ahora, me conformaré con no hacer nada estúpido... como prohibir luchar a unas entrenadas y apasionadas combatientes. Sin embargo, si decidís actuar con temeridad, sois libre de decirles lo que pensáis. Prometo daros un buen entierro una vez que me dejen quitar vuestra cabeza de la pica donde la tengan clavada.

—Eh... Sí, lord Mandragoran —dijo Kaisel.

Lan sacó el visor de lentes y oteó el campo.

—Lord Mandragoran, ¿de verdad creéis que este plan funcionará? —preguntó Kaisel.

—Hay demasiados trollocs —contestó—. Los cabecillas de los ejércitos del Oscuro los han estado criando durante años, haciendo que se reproduzcan como malas hierbas. Los trollocs comen muchísimo; para ir tirando, cualquiera de ellos necesita más comida que un hombre.

»A estas alturas, deben de haber acabado con todo lo que hubiera en la Llaga que pudiera sustentarlos. Los seguidores de la Sombra emplearon toda la comida que tuvieron a su disposición para crear este ejército, contando con que los trollocs podrían alimentarse con los cadáveres de los caídos.

En efecto, ahora que la batalla se había interrumpido, los trollocs pululaban por el campo embebidos en la horripilante tarea de rebuscar comida. Preferían la carne humana, pero no harían ascos a la de sus propios compañeros caídos. Lan había pasado cuatro días corriendo delante del ejército de esas bestias, con lo que no les había proporcionado cadáveres con los que darse un festín.

Habían conseguido llevar a cabo el repliegue sólo merced a los incendios de Fal Dara y Fal Moran, así como otras ciudades de Shienar occidental. El minucioso registro de esas ciudades en busca de comida había retrasado el avance de los trollocs y había permitido que el ejército de Lan se diera un respiro y organizara la retirada.

Los shienarianos no habían dejado nada comestible en ninguna de las ciudades cercanas. Cuatro días sin comer. Los trollocs no tenían organizado un servicio regular de abastecimiento; comían lo que se encontraban. Estaban muertos de hambre, famélicos. Lan los observó con el visor de lentes. Muchos no esperaron siquiera las ollas de cocinar. Tenían mucho más de animal que de ser humano.

«Y tienen más de criatura de la Sombra que de animal», pensó Lan, que bajó el visor. Su plan había sido morboso, pero quisiera la Luz que también fuera eficaz: que sus hombres lucharan significaba que habría bajas. Bajas que en ese momento eran el cebo para la batalla de verdad.

—Ahora —susurró.

Lord Agelmar también se dio cuenta de que había llegado el momento. Los cuernos sonaron y una ráfaga de luz amarilla ascendió en el aire. Lan hizo que Mandarb diera media vuelta y el caballo resopló ante la orden. Estaba cansado, pero Lan también lo estaba. Los dos podrían aguantar otra batalla. Tenían que hacerlo.

—¡Tai’shar Malkier! —bramó Lan, que apuntó al frente con la espada y condujo a sus tropas de vuelta al campo de batalla.

Los cinco ejércitos fronterizos convergieron en la desbaratada horda de Engendros de la Sombra. Las formaciones de trollocs se habían roto por completo para disputar por los cadáveres.

Conforme Lan se acercaba a ellos, oyó a los Myrddraal gritar en un intento de obligar a los trollocs a reorganizar la formación. Demasiado tarde. Muchas de las famélicas bestias ni siquiera alzaron la vista hasta que tuvieron a los ejércitos casi encima.

Cuando las tropas de Lan atacaron esta vez, el efecto fue muy diferente al anterior. Antes el ataque se había visto frenado por las cerradas formaciones de los trollocs, y sólo habían conseguido penetrar una docena de pasos antes de verse obligados a echar mano a las espadas y las hachas. Esta vez, los trollocs estaban desperdigados. Lan hizo una señal a los shienarianos para que atacaran primero; su formación era tan cerrada que habría costado trabajo hallar un hueco de más de dos pasos entre los caballos.

Eso no dejaba espacio para que los trollocs corrieran o esquivaran la acometida. Los jinetes los pisotearon en medio de la atronadora trápala de cascos y el estruendo metálico de las bardas; ensartaron trollocs con las lanzas, dispararon arcos de caballería, arremetieron con espadas de empuñadura a dos manos. Parecía haber una agresividad especial en los shienarianos al atacar, protegidos con los yelmos abiertos por delante y armadura de placas planas.