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Mat sintió lástima por ese pobre necio al que habían sorprendido intentando colarse en palacio. Puede que fuera un asesino, pero también podía tratarse de un mendigo o cualquier otro tonto en busca de emociones. O podría ser...

El Dragón Renacido.

Mat soltó un quedo gemido. Sí, era Rand al que conducían por el camino. Rand parecía mayor, más curtido que la última vez que lo había visto en persona. Por supuesto, lo había visto hacía poco en esas puñeteras visiones. Aunque había aprendido a dejar de pensar en Rand para evitar el remolino de colores, todavía fallaba de vez en cuando.

Fuera como fuese, ver a Rand en persona era diferente. Hacía... Luz, ¿cuánto tiempo hacía? «La última vez que lo vi con mis propios ojos fue cuando me mandó a Salidar a buscar a Elayne.» Parecía que hubiera pasado toda una eternidad desde entonces. Fue antes de que viajara a Ebou Dar, antes de que viera al gholam por primera vez. Antes de Tylin. Antes de Tuon.

Mat frunció el entrecejo cuando condujeron a Rand ante Tuon con los brazos atados a la espalda. Ella habló con Selucia moviendo los dedos en su lenguaje de las manos. Rand tenía una expresión serena y no parecía preocupado en lo más mínimo. Vestía una bonita chaqueta en rojo y negro, camisa blanca debajo y pantalón negro. Nada de oro ni de joyas. Y ninguna arma.

—Tuon —empezó Mat—, ése es...

Tuon dejó de hablar con Selucia, se volvió un poco y vio a Rand.

—¡Damane! —gritó, interrumpiendo a Mat—. ¡Que vengan mis damane! ¡Corre, Musicar! ¡¡Deprisa!!

El Guardia de la Muerte retrocedió a trompicones y luego echó a correr llamando a gritos a las damane y al oficial general Karede.

Rand observó la marcha del hombre con aire despreocupado, pese a estar atado.

«Anda, fíjate, si parece un rey», pensó Mat, distraídamente.

Claro que lo más probable era que Rand estuviera loco. Eso explicaría por qué se había acercado a Tuon de esa manera, como si tal cosa. O era eso, o Rand planeaba matarla. Las ataduras no representaban el menor obstáculo para un encauzador.

«Qué puñetas. ¿Cómo es posible que me encuentre en esta situación?», pensó Mat. ¡Había hecho todo cuanto estaba en su mano para evitar a Rand!

Rand le sostuvo la mirada a Tuon. Mat hizo una profunda inhalación y luego se puso delante de ella de un salto.

—Vamos a ver, Rand, mantengamos la calma.

—Hola, Mat —dijo Rand con voz agradable. ¡Luz, vaya si estaba loco!—. Gracias por traerme hasta ella.

—¿Traerte hasta...?

—¿A qué viene esto? —demandó Tuon.

—Yo no... —Mat se volvió hacia ella—. De verdad, no es más que...

La mirada de Tuon podría haber horadado agujeros en el acero.

—Esto es obra tuya —le dijo a Mat—. Viniste, me sedujiste para despertar mi afecto, y luego lo trajiste aquí. ¿Es así?

—No es culpa de él —intervino Rand—. Nosotros dos teníamos que reunirnos otra vez. Sabes que es cierto.

Mat se interpuso entre ambos, y alzó una mano en una y otra dirección.

—¡Vamos a ver! Vale ya, los dos. ¡Escuchad!

Algo asió a Mat y lo alzó en el aire.

—¡Deja de hacer eso, Rand! —gritó.

—No soy yo —contestó Rand, que adoptó una mirada de concentración—. Ah. Estoy escudado.

Colgando en el aire, Mat se tanteó el pecho. El medallón. ¿Qué había sido de su medallón?

Miró a Tuon. Durante un fugaz instante, ella pareció sentirse avergonzada y buscó en el bolsillo del vestido. Sacó algo plateado en la mano, quizá con intención de usar el medallón como protección contra Rand.

«Brillante», pensó Mat con un gemido. Se lo había quitado mientras estaba dormido y él no se había dado cuenta. Y las copias tampoco las tenía en el bolsillo.

Los tejidos de Aire lo bajaron al suelo, junto a Rand; Karede había regresado con una sul’dam y una damane. Los tres tenían el rostro arrebatado, como si hubieran corrido a toda velocidad. La damane era la que había encauzado.

Tuon miró a Rand y a Mat y después empezó a gesticular usando el lenguaje de manos con Selucia; los movimientos eran bruscos.

—Muchísimas gracias por esto —rezongó Mat a Rand—. Qué amigo tan jodidamente bueno eres.

—Yo también me alegro de verte —contestó Rand con un atisbo de sonrisa en los labios.

—Ya estamos como siempre. —Mat soltó un suspiro—. Has vuelto a meterme en un buen lío. Como haces cada vez que nos vemos.

—¿De veras?

—Sí. En Rhuidean y en el Yermo, en la Ciudadela de Tear... Y de vuelta en Dos Ríos. ¿No te das cuenta de que si me he venido al sur, en lugar de unirme a tu fiestecita con Egwene en Merrilor, ha sido para escaparme?

—¿Crees que habrías podido evitar reunirte conmigo? —preguntó Rand con una sonrisa—. ¿De verdad crees que el Entramado te lo habría permitido?

—Al menos debía intentarlo, puñetas. Sin intención de ofender, Rand, pero vas a volverte loco y todo eso. Me pareció una buena idea que alguno de tus amigos no estuviera cerca de ti. Así tendrías que matar a uno menos. Ya me entiendes, para ahorrarte molestias. Por cierto, ¿qué has hecho con la mano?

—¿Y qué has hecho tú con el ojo?

—Un pequeño accidente con un sacacorchos y trece posaderos furiosos. ¿Y la mano?

—La perdí al capturar a una de las Renegadas.

—¿Capturar? Te estás ablandando.

—Ahora me dirás que tú lo has hecho mejor —resopló Rand con sorna.

—Maté a un gholam —dijo Mat.

—Liberé a Illian de Sammael.

—Me casé con la emperatriz de los seanchan.

—Mat, ¿de verdad intentas competir con el Dragón Renacido jactándote de lo que has hecho? —Hizo una pausa breve—. Además, limpié el Saidin. Yo gano.

—Bah, tampoco es para tanto —dijo Mat.

—¿Que no es para tanto? Es el hecho más importante que ha tenido lugar desde el Desmembramiento.

—Bah. Tú y tus Asha’man ya estáis chiflados —argumentó Mat—, por lo cual, ¿qué más da? —Miró de lado—. Estás estupendo, por cierto. Últimamente te has cuidado más.

—De modo que sí te importa.

—Pues claro que me importa —rezongó Mat, que volvió la vista hacia Tuon—. Me refiero a que tienes que mantenerte con vida, ¿cierto? Ir a sostener ese pequeño duelo con el Oscuro y salvarnos a todos, ¿no? Es estupendo saber que lo encaras con buen ánimo.

—Es agradable oír eso —dijo Rand con una sonrisa—. ¿No va a haber chanzas sobre mi chaqueta?

—¿Qué? ¿Chanzas? ¿Aún te escuece que te tomara un poco el pelo hace un par de años?

—¿Tomarme el pelo? Estuviste semanas sin querer hablar conmigo.

—Eh, un momento. No fue para tanto —repuso Mat—. Recuerdo bien aquello.

Rand meneó la cabeza, como desconcertado. Un jodido desagradecido, eso es lo que era. Él había ido a recoger a Elayne, como Rand le había pedido, ¿y así se lo agradecía? Sí, vale, se había desviado un poco después de aquello. Pero aun así lo hizo, ¿verdad?

—De acuerdo —dijo en voz baja Mat mientras se debatía con las ataduras de Aire que lo sujetaban—. Conseguiré que los dos salgamos de este lío, Rand. Estoy casado con ella. Deja que hable yo, y...

—Hija de Artur Hawkwing —se dirigió Rand a Tuon—. El tiempo avanza hacia el fin de las cosas. La Última Batalla ha empezado y los hilos se están tejiendo. Dentro de poco empezará mi prueba final.

Tuon adelantó un paso mientras Selucia tejía unas pocas palabras más con los dedos.

—Seréis conducido a Seanchan, Dragón Renacido —dijo. La voz de Tuon sonaba firme, tranquila.

Mat sonrió. Luz, qué buen papel hacía como emperatriz.