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—Debemos comprobarlo —dijo Sorilea, cuyos ojos semejaban piedras—. Hemos de saberlo. ¿Es que ahora se le muestra a cada mujer esta visión en lugar de la otra, o la de Aviendha ha sido una experiencia única?

—Elenar de los Daryne —propuso Amys—. Casi ha terminado su entrenamiento; será la siguiente que visite Rhuidean. Podemos pedirles a Hayde y a Shanni que la motiven.

Aviendha refrenó un escalofrío. Sabía muy bien hasta dónde llegaban las Sabias para «motivar» a una aprendiza.

—Eso estaría bien —convino Bair mientras se echaba hacia adelante—. ¿Y no será que ocurre esto cada vez que alguien pasa una segunda vez a través de las columnas de cristal? Quizá sea ésa la razón de que esté prohibido.

Ninguna de ellas miró a Aviendha, pero la joven percibió que estaban considerando su actuación. Que lo que había hecho estaba prohibido. Y que hablar de lo que sucedía en Rhuidean también era tabú.

No habría reprimenda. Rhuidean no la había matado, aquello era designio de la Rueda. Bair siguió mirando al vacío. El sudor resbalaba por la cara y los senos de Aviendha.

«No echo de menos darme un baño», se dijo para sus adentros. Ella no era una pusilánime habitante de las tierras húmedas. Con todo, una tienda de vapor no era realmente necesaria a ese lado de las montañas. No hacía un frío helador por la noche, así que el calor dentro de la tienda resultaba agobiante en lugar de reconfortante. Y había agua de sobra para bañarse... No. Apretó los dientes, resuelta.

—¿Puedo decir algo?

—No seas tonta, muchacha —respondió Melaine. El vientre hinchado de la mujer revelaba que el embarazo estaba a punto de llegar a término—. Ahora eres una de nosotras, no tienes que pedir permiso.

¿Muchacha? Les costaría tiempo verla como una de ellas, pero al menos hacían un esfuerzo. Nadie le mandaba que preparara té o que echara agua al hervidor. Sin una aprendiza o un gai’shain a mano, se turnaban para hacer esas tareas.

—Me preocupa menos que la visión se repita que lo que me ha sido mostrado —dijo Aviendha—. ¿Llegará a suceder? ¿Podemos impedirlo?

—Rhuidean muestra dos clases de visiones —intervino Kymer. Era una mujer más joven, quizás algo menos de una década mayor que Aviendha; el cabello, de un color rojo intenso, le enmarcaba la cara curtida y alargada—. La primera visita es lo que podría ser. La segunda, a las columnas, lo que ha sido.

—Esa tercera visión podría ser cualquiera de las dos —opinó Amys—. Las columnas siempre muestran el pasado con exactitud. ¿Por qué no iban a mostrar el futuro con igual precisión?

El corazón le dio un vuelco a Aviendha.

—Pero ¿por qué las columnas mostrarían un futuro desolador que no se puede cambiar? —objetó Bair—. No. Me niego a creer tal cosa. Rhuidean siempre nos ha mostrado lo que necesitábamos ver. Para ayudarnos, no para destruirnos. Esta visión también ha de tener un propósito. ¿Impulsarnos hacia un mayor honor?

—Carece de importancia —manifestó Sorilea con voz cortante.

—Pero... —empezó Aviendha.

—Carece de importancia —repitió la anciana Sabia—. Si esa visión fuera inmutable, si nuestro destino fuera... extinguirnos, como nos has contado, ¿alguna de nosotras dejaría de luchar para cambiarlo?

La tienda se quedó en silencio. Aviendha sacudió la cabeza.

—Debemos afrontarlo como si se pudiera cambiar —añadió Sorilea—. Es mejor que no hablemos más de ello ni le demos más vueltas a tu pregunta, Aviendha.

Aviendha se encontró asintiendo con la cabeza.

—Yo... Sí, sí, tienes razón, Sabia.

—¿Y qué hacemos? —insistió Kymer—. ¿Qué cambiamos? De momento, hay que ganar la Última Batalla.

—Casi querría que la visión fuera inmutable, porque al menos probaría que salimos victoriosos de esta lucha —manifestó Amys.

—No probaría nada —la contradijo Sorilea—. La victoria del Cegador de la Vista rompería el Entramado y, por lo tanto, ninguna visión del futuro sería de fiar ni podría darse por cierta. Incluso con profecías de lo que podría acontecer en eras venideras, si el Cegador de la Vista gana esta batalla todo se convertirá en nada.

—Esta visión que tuve está relacionada con lo que quiera que Rand planea hacer —apuntó Aviendha.

Las otras se volvieron hacia ella.

—Por lo que me habéis contado, mañana piensa hacer una revelación importante —añadió.

—El Car’a’carn tiene... afición a hacer comparecencias sensacionales —dijo Bair en tono cariñoso—. Es como un crocobur que trabaja afanoso durante toda la noche haciendo un nido para poder cantar por la mañana alabanzas a su obra a todo aquel que quiera escucharlo.

Aviendha se había sorprendido al enterarse de la asamblea en Merrilor, cosa que había descubierto porque había utilizado su vínculo con Rand al’Thor para determinar dónde se hallaba. Al llegar allí y encontrar a tanta gente junta, reunidas las fuerzas de las tierras húmedas, se preguntó si eso era parte de lo que había visto. ¿Era esa concurrencia el comienzo de lo que llegaría a ser su visión?

—Me siento como si supiera más de lo que debería saber. —Habló casi como si fuera para sí misma.

—Has tenido un atisbo insondable de lo que quizá nos guarda el futuro —sentenció Kymer— Te cambiará, Aviendha.

—Mañana es un día clave —dijo la joven Sabia—. Por su plan.

—Por lo que has dicho, da la impresión de que se propone no tener en cuenta a los Aiel, su propio pueblo. ¿Por qué daría ventajas a todos los demás, pero no a quienes más se lo merecen? ¿Es que quiere insultarnos?

—No creo que sea ésa la razón —contestó Aviendha—. Creo que su intención es hacer requerimientos a quienes asisten a la asamblea, no concederles prebendas.

—Mencionó un precio —apuntó Bair—. Un precio que los otros tenían que pagar. Nadie ha conseguido sonsacarle nada sobre ese precio.

—Viajó a Tear por un acceso a última hora de la tarde y regresó con algo —comentó Melaine—. Nos informaron las Doncellas. Ahora cumple su juramento de llevarlas con él. Cuando le preguntamos respecto a lo de su precio, dijo que es algo por lo que los Aiel no deben preocuparse.

—¿Dices que está haciendo que los hombres le paguen para que haga lo que todos sabemos que debe hacer? —Aviendha frunció el entrecejo—. — Quizás ha pasado demasiado tiempo con esa acompañante que le mandaron los Marinos.

—No, ahí tiene razón —dijo Amys—. Esa gente le exige mucho al Car’a’carn, así que está en su derecho de exigirles algo a ellos a cambio. Son unos blandos; quizá su intención es endurecerlos.

—Así que nos deja fuera a nosotros porque sabe que ya somos duros —musitó Bair.

El silencio se hizo de nuevo en la tienda. Amys, con aire preocupado, mojó un poco las piedras calientes. El agua siseó a la par que salía vapor.

—Eso es —convino Sorilea—. No es que quiera insultarnos. A mi entender, lo que intenta es darnos honor. —Sacudió la cabeza—. A estas alturas, debería tener mejor criterio en cuanto a su pueblo.

—A menudo el Car’a’carn ofende sin querer, como si fuera un niño. Somos fuertes, así que su requerimiento, sea cual sea, no importa. Si es un precio que los otros pueden pagar, también nosotros podemos.

—No cometería esos errores si hubiera sido instruido en nuestras costumbres como es debido —murmuró Sorilea.

Aviendha les sostuvo la mirada con tranquilidad. No, ella no lo había instruido todo lo bien que podría haberlo hecho, pero sabían que Rand al’Thor era obstinado. Además, ahora ella era su igual. No obstante, no le resultaba fácil sentirse así teniendo enfrente el rostro de Sorilea, con los labios apretados en un gesto de desaprobación.