Echó un vistazo hacia Egwene para comprobar que estaba bien. Montada, utilizaba el Poder Único para despedazar tanda tras tanda de trollocs. Las Aes Sedai participaban por turnos, y en el campo de batalla sólo había una pequeña parte de ellas a la vez. Usar tan pocas Aes Sedai al mismo tiempo requería que los soldados afrontaran la peor parte del ataque, pero de ese modo las Aes Sedai siempre llegaban descansadas a la batalla. Su trabajo era deshacer grupos de trollocs, romper líneas y dejar que los soldados se dedicaran a las restantes criaturas desperdigadas.
Con las Aes Sedai evitando que los trollocs se organizaran en formaciones de combate, la lucha —aunque penosa— se desarrollaba bien. No habían tenido que retroceder desde que habían dejado atrás las colinas, y habían frenado allí de forma eficiente el avance trolloc durante una semana.
Montada en un ruano castrado, al lado de Egwene, Silviana hacía todo lo posible para impedir que los trollocs llegaran demasiado cerca. El terreno entre ellos tres y las criaturas estaba destrozado a causa de los ataques de Silviana, cuyas violentas embestidas habían creado depresiones semejantes a trincheras por todo el campo. A pesar de ello, alguno que otro trolloc conseguía arrastrarse a través de los obstáculos y llegaba hasta Gawyn.
Gawyn vio movimiento en la zanja más próxima y avanzó. Dentro había agazapado un trolloc con cabeza de lobo. Le gruñó y subió con dificultad por la pared de la trinchera.
El agua desbordada en la pendiente.
El trolloc cayó de espaldas en la zanja y Gawyn limpió la hoja de la espada en el trapo manchado de sangre. Cinco. No estaba mal para alguien en turnos de dos horas, como él. A menudo las Aes Sedai conseguían repeler a los trollocs, y él acababa al lado de Egwene. Por supuesto, ese día la acompañaba Silviana —siempre iban al frente de dos en dos— y Gawyn tenía casi el convencimiento de que la Guardiana dejaba que se colara algún trolloc de vez en cuando para mantenerlo ocupado.
Una repentina serie de explosiones cercanas lo hizo retroceder y mirar hacia atrás. El relevo había llegado. Gawyn alzó la espada en dirección a Sleete mientras el hombre ocupaba su posición con el Guardián de Piava Sedai para proteger el área.
Gawyn se reunió con Egwene y Silviana, que abandonaban el campo de batalla. Percibía el creciente agotamiento de Egwene. Se estaba esforzando demasiado con su insistencia en hacer demasiados turnos.
Cruzaron la hierba pisoteada y pasaron junto a un grupo de Compañeros Illianos que cargaban para entrar en la refriega. Gawyn no tenía una vista lo bastante buena del conjunto de la batalla para saber dónde se los necesitaba de forma específica. Los observó marchar con un poco de envidia.
Sabía que Egwene lo necesitaba. Ahora más que nunca. Los Fados entraban a hurtadillas en el campamento de noche y llevaban consigo armas con hojas forjadas en Thakan’dar para arrebatarles la vida a las Aes Sedai. Él montaba guardia personalmente cuando Egwene dormía, contando con que ella lo libraría de la fatiga cuando el cansancio lo superara. Aprovechaba para dormir mientras ella se reunía con la Antecámara de la Torre.
Insistía en que Egwene durmiera cada noche en una tienda distinta. De vez en cuando, la convencía para Viajar a Mayene y a las camas que había en el palacio. Hacía días que no habían ido allí. Su argumentación de que Egwene debía comprobar cómo marchaban las Amarillas e inspeccionar el trabajo de Curación iba perdiendo consistencia. Rosil Sedai estaba realizando un buen trabajo allí y lo tenía todo controlado.
Gawyn y las dos mujeres siguieron internándose en el campamento. Algunos soldados —los que no se encontraban de servicio— hacían una reverencia, en tanto que otros se dirigían presurosos hacia el frente. Gawyn observó a algunos de esos últimos. Demasiados jóvenes; demasiado inexpertos.
Otros eran Juramentados del Dragón, y a saber qué pensar de esa gente. Entre ellos había Aiel, lo cual tenía sentido, ya que todos los Aiel le parecían básicamente Juramentados del Dragón. Pero también había Aes Sedai entre sus filas. No veía con buenos ojos la decisión de esas mujeres.
Gawyn meneó la cabeza y siguió adelante. El campamento era enorme, aunque virtualmente apenas había en él los habituales seguidores de campamento. La comida se transportaba a diario a través de accesos en carretas, algunas de ellas tiradas por esas máquinas metálicas de Cairhien, tan poco fiables. Cuando las carretas se marchaban, iban cargadas con ropa para lavar, armas para reparar y botas para remendar.
Todo ello contribuía a que el funcionamiento del campamento fuera eficaz; sin embargo, era un sitio que no estaba muy ocupado ya que casi todo el mundo pasaba muchas horas en el frente, luchando. Todo el mundo menos él.
Gawyn sabía que lo necesitaban y que lo que hacía era importante, pero no podía menos que sentirse desaprovechado. Era uno de los mejores espadachines del ejército y pasaba en el campo de batalla unas pocas horas al día para matar sólo alguno que otro trolloc tan estúpido como para cargar contra dos Aes Sedai. Lo que él hacía era más acabar con su sufrimiento que luchar con ellos.
Egwene se despidió de Silviana con un gesto de la cabeza y luego condujo a su caballo hacia la tienda de mando.
—Egwene... —empezó Gawyn.
—Sólo quiero comprobar cómo va todo —contestó ella con calma—. Elayne tendría que haber enviado nuevas órdenes.
—Necesitas dormir.
—Parece que lo único que hago estos días es dormir.
—Cuando combates en el frente debes de valer por un millar de soldados —dijo él—. Si fuera preciso que durmieras veintidós horas al día para mantenerte en buena forma a fin de que protegieras a los hombres durante dos, te sugeriría que lo hicieras. Por suerte, eso no es necesario, y tampoco hace falta que te exijas tanto como lo haces.
Gawyn percibió la irritación de Egwene a través de vínculo, pero ella la sofocó.
—Tienes razón, por supuesto. —Lo miró—. Y no tendrías que sorprenderte si lo admito.
—No me sorprendí.
—Puedo notar tus emociones, Gawyn.
—Eso se debía a otra cosa totalmente diferente —dijo él—. Me he acordado de algo que Sleete dijo hace unos pocos días, una chanza que no había pillado hasta ahora. —La miró con aire inocente.
Eso, por fin, le reportó una sonrisa de Egwene. Un asomo, pero le bastaba. Últimamente no sonreía apenas. Muy pocos de ellos lo hacían.
—Además —añadió Gawyn mientras le cogía las riendas y la ayudaba a desmontar cuando llegaron a la tienda de mando—, nunca le he dado demasiada importancia al hecho de que un Guardián puede, por supuesto, pasar por alto los Tres Juramentos. Me pregunto cuán a menudo tal cosa les ha parecido ventajosa a las hermanas.
—Espero que no haya sido con mucha frecuencia —dijo Egwene.
Una respuesta muy diplomática. En la tienda de mando encontraron a Gareth Bryne observando a través de su ya habitual acceso en el suelo; lo mantenía abierto una Gris discreta que Gawyn no conocía. Bryne se volvió hacia su escritorio lleno de mapas, donde Siuan intentaba poner orden. Hizo unas anotaciones en uno de los mapas mientras asentía para sí mismo, y después se dio la vuelta para ver quién había entrado.
—Madre —saludó Bryne, que tomó la mano de Egwene y le besó el anillo.
—La batalla parece que marcha bien —comentó ella, que saludó con un gesto de la cabeza a Siuan—. Hemos aguantado aquí, y parece que tenéis planes para avanzar, ¿cierto?
—No podemos quedarnos en este sitio para siempre perdiendo el tiempo, madre —contestó Bryne—. La reina Elayne me ha pedido que considere la posibilidad de adentrarnos más en Kandor, y creo que es un acierto esa sugerencia. Me preocupa la posibilidad de que los trollocs retrocedan hacia las colinas y refuercen su posición. ¿Os habéis fijado en que se están llevando más cuerpos del frente de batalla cada noche?
—Sí.
Gawyn percibió el descontento de Egwene; le habría gustado que las Aes Sedai tuvieran fuerza para quemar los cadáveres trollocs con el Poder Único a diario.