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—Están haciendo acopio de comida —continuó Bryne—. Puede que decidan desplazarse hacia el este para rodearnos. Tenemos que mantenerlos ocupados aquí, lo cual podría llevarnos a lanzar una ofensiva en esas colinas. Normalmente resultaría muy costosa, pero ahora... —Meneó la cabeza y se acercó de nuevo a observar a través del acceso el frente de batalla—. Vuestras Aes Sedai dominan este campo de batalla, madre. Jamás había visto algo así.

—Tal es la razón de que la Sombra haya intentado todo cuanto está a su alcance para abatir a la Torre Blanca —contestó ella—. Lo sabía. La Torre Blanca tiene capacidad para dirigir esta guerra.

—Tendremos que estar atentos a la aparición de los Señores del Espanto —intervino Siuan mientras rebuscaba entre los papeles.

Informes de exploradores, suponía Gawyn. Conocía poco a Siuan Sanche a pesar de haberle perdonado la vida, pero Egwene solía hablar de su avidez por tener información.

—Sí. Vendrán —dijo Egwene.

—La Torre Negra —apuntó Bryne, ceñudo—. ¿Confiáis en lo que ha dicho lord Mandragoran?

—Le confiaría mi vida —fue la respuesta de Egwene.

—Asha’man luchando a favor del enemigo. ¿Por qué no ha hecho algo al respecto el Dragón Renacido? Luz, si todos los Asha’man que quedan se unen a la Sombra...

Egwene meneó la cabeza.

—Bryne, quiero que preparéis jinetes y los mandéis al área adyacente a la Torre Negra, donde aún pueden abrirse accesos —ordenó luego—. Ordenad que cabalguen sin descanso hasta llegar a donde acampan las hermanas en el exterior de la Torre Negra.

—¿Quieres que ataquen? —preguntó Gawyn, animado.

—No. Tienen que retroceder hasta donde puedan abrir accesos y que se reúnan con nosotros. No podemos permitirnos más retrasos. Las quiero aquí. —Dio golpecitos en la mesa con el dedo.

»Taim y sus Señores del Espanto vendrán. Han estado alejados de este frente de batalla y se han centrado en lord Mandragoran. Dejémosles dominar su frente de batalla mientras nosotros tenemos éste. Elegiré más hermanas para que vayan con el ejército fronterizo. Antes o después habremos de enfrentarnos a ellos.

Gawyn no dijo nada, pero apretó los labios. Que hubiera menos hermanas significaba más trabajo para Egwene y las otras.

—Y ahora tengo que... —continuó Egwene, aunque dejó sin acabar la frase al fijarse en la expresión de Gawyn—. Supongo que tengo que dormir. Si se me necesita para algo, que vayan a buscarme a... Por la Luz, no sé dónde voy a dormir hoy. ¿Gawyn?

—He preparado las cosas para que duermas en la tienda de Maerin Sedai. Entra de servicio en el próximo turno, así que tendrás varias horas de sueño ininterrumpido.

—A menos que se me necesite —le recordó Egwene, que se dirigió hacia los faldones de la entrada.

—Por supuesto —contestó Gawyn, siguiéndola fuera de la tienda, aunque antes les hizo a Bryne y a Siuan un gesto negativo con la cabeza.

Bryne sonrió y asintió de igual modo. En el campo de batalla, había pocas cosas que en realidad requirieran la atención de la Amyrlin. A la Antecámara de la Torre se le había entregado la supervisión directa de los ejércitos.

Fuera, Egwene suspiró y cerró los ojos. Gawyn la rodeó con el brazo y dejó que se recostara en él. Fue un momento que duró apenas unos segundos antes de que ella se apartara para ponerse erguida y adoptar el semblante de la Amyrlin.

«Tan joven y cuánto se le exige», pensó Gawyn.

Claro que Egwene no era mucho más joven que el propio al’Thor. A Gawyn le complació —y también lo sorprendió un poco— comprobar que el hecho de pensar en ese hombre no despertaba su ira. Al’Thor contendería su propia batalla. En realidad, lo que hiciera ese hombre no era de su incumbencia.

Condujo a Egwene al sector del Ajah Verde del campamento; los Guardianes que vigilaban el perímetro los saludaron con respetuosas inclinaciones de cabeza. Maerin Sedai tenía una tienda grande. A la mayoría de las Aes Sedai se les había permitido llevar todo el equipamiento y mobiliario que quisieran siempre y cuando fueran capaces de abrir el acceso para trasladarlo y se sirvieran de sus propios Guardianes para transportarlo. Si el ejército tenía que moverse deprisa, esas cosas se abandonarían. Muchas Aes Sedai habían preferido llevar consigo poco equipaje, pero otras... En fin, que no estaban acostumbradas a la austeridad. Maerin era una de ésas. Pocas habían cargado con tanto como ella.

Leilwin y Bayle Domon esperaban fuera de la tienda. Habían sido ellos los encargados de informar a Maerin Sedai que se iba a tomar prestada su tienda y que no tenía que decirle a nadie que Egwene iba a utilizarla. El secreto se descubriría de todos modos si alguien preguntaba por ahí, ya que no se habían ocultado al dirigirse hacia la tienda; sin embargo si alguien preguntaba dónde dormía la Amyrlin, llamaría la atención. Era lo mejor que Gawyn podía hacer para protegerla, ya que Egwene no quería Viajar a diario para dormir en otro lugar.

A Egwene se le agrió el humor en cuanto vio a Leilwin.

—Dijiste que querías tenerla cerca —apuntó Gawyn en voz baja.

—No me gusta que sepa dónde duermo. Si sus asesinos vienen al campamento buscándome, podría ser ella la que los condujera hasta mí.

Gawyn contuvo el impulso de discutir. Egwene era una mujer astuta, perspicaz, pero demostraba una absoluta incapacidad de razonar en todo lo relacionado con los seanchan. Él, por otro lado, sí que confiaba en Leilwin. Parecía una persona que decía lo que tuviera que decir sin andarse con dobleces.

—Estaré pendiente de ella —prometió.

Egwene respiró hondo y recobró la compostura, tras lo cual se encaminó hacia la tienda y pasó junto a Leilwin sin pronunciar palabra. Gawyn no la siguió adentro.

—La Amyrlin parece decidida a que no le proporcione servicio alguno —le dijo Leilwin con aquel modo de arrastrar las palabras que siempre revelaba a los seanchan.

—No se fía de ti —contestó con franqueza Gawyn.

—¿Es que la promesa de una persona tiene tan poco valor a este lado del océano? —inquirió Leilwin—. Le presté un juramento que nadie rompería, ni siquiera un muyami.

—Un Amigo Siniestro rompería cualquier juramento.

—Empiezo a pensar que la Amyrlin cree que todos los seanchan lo somos —dijo la mujer al tiempo que le asestaba una fría mirada.

—La golpeasteis y la encerrasteis para convertirla en un animal al que había que llevar atado con una correa —adujo Gawyn, que se encogió de hombros.

—Yo no hice tal cosa —replicó Leilwin—. Si un panadero hace un pan malo, ¿darías por sentado que todos ellos tienen el propósito de envenenarte? Bah. No digas nada. ¿De qué sirve discutir? Si no puedo prestarle ningún servicio, entonces te serviré a ti. ¿Has comido hoy, Guardián?

Gawyn vaciló. ¿Cuándo había sido la última vez que había comido algo? Por la mañana... No, estaba demasiado ansioso de incorporarse a la lucha. El estómago le sonó de forma ruidosa.

—Sé que no la dejarás sola —dijo Leilwin—, y menos si la custodia una seanchan. Vamos, Bayle. Hay que traerle a este tonto algo de comida para que no se desmaye si vienen unos asesinos.

Echó a andar y su corpulento esposo illiano la siguió. El tipo le asestó a Gawyn una mirada por encima del hombro que habría curtido el cuero.

Gawyn suspiró y se sentó en el suelo. Del bolsillo sacó tres anillos negros; seleccionó uno y volvió a guardar los otros dos en el bolsillo.

Hablar de asesinos siempre le recordaba los anillos que les había quitado a los seanchan que habían ido a matar a Egwene. Los anillos eran ter’angreal. Había sido gracias a ellos que esos Puñales Sanguinarios se habían movido tan deprisa, además de hacer posible que se camuflaran en las sombras.

Alzó el anillo hacia la luz. No se parecía a ningún ter’angreal de los que él había visto, pero un objeto del Poder podía tener el aspecto de cualquier cosa. Los anillos estaban hechos con una clase de piedra negra y pesada que le resultaba desconocida. La parte exterior tenía talladas espinas, si bien la superficie interior —el lado que tocaba la piel— era suave.