—Pareces triste —dijo Min con suavidad.
Una brisa caliente soplaba desde algún punto del norte. Los soldados que se encontraban cerca lo saludaron. La mayor parte de los que tenía allí eran domani, tearianos y Aiel. Constituían la fuerza de asalto que, conducida por Rodel Ituralde y el rey Darlin, sería la encargada de asaltar y conservar en su poder el valle de Thakan’dar mientras él luchaba con el Oscuro.
Casi había llegado el momento. La Sombra lo había visto luchando en todos los frentes. Se había unido a la lucha de Lan, a la de Egwene y a la de Elayne por turnos. A esas alturas, la Sombra había enviado a casi todos sus ejércitos a combatir al sur. El momento de que Rand atacara Shayol Ghul estaba muy cerca. Miró a Min.
—Moraine dice que soy un necio por participar en esos combates —comentó—. Dice que incluso correr un pequeño riesgo que me ponga en peligro no merece lo que logro.
—Es probable que tenga razón —opinó Min—. A menudo la tiene. Pero yo te prefiero como la persona que haría algo así. Ésa es la persona capaz de derrotar al Oscuro: el hombre que no puede quedarse sentado haciendo planes mientras otros mueren.
Rand la rodeó por la cintura con el brazo. Luz, ¿qué habría hecho sin ella?
«Me habría venido abajo durante los meses de oscuridad... —pensó—. Seguro que habría caído.»
Por encima del hombro de Min, Rand vio que se acercaba una mujer de cabello gris. Detrás de ella, una mujer más menuda vestida de azul se detuvo y dio la vuelta —intencionadamente— en dirección contraria. Cadsuane y Moraine evitaban encontrarse en el campamento. Le pareció captar en los ojos de Moraine un asomo de mirada fulminante cuando vio que Cadsuane se le había adelantado y se dirigía hacia él.
Cadsuane se acercó a Rand y se puso a caminar a su alrededor mientras lo miraba de arriba abajo. Asintió con la cabeza varias veces, como para sí.
—¿Intentando discernir si estoy capacitado para la empresa? —le preguntó Rand sin dejar que la voz delatara sus emociones, en este caso la irritación.
—Nunca lo he puesto en duda —contestó ella—. Incluso antes de descubrir que habías nacido, nunca dudé si sería capaz de hacer de ti el hombre que hacía falta que fueras. Dar vueltas a las cosas, al menos de esa forma, es de necios. ¿Tú lo eres, Rand al’Thor?
—Es una pregunta imposible de responder —manifestó Min—. Si dice que lo es, entonces se convierte en un necio. Si dice que no, entonces implica que no aspira a una sabiduría mayor.
—Bah. Has leído demasiado, muchacha. —Cadsuane lo dijo de un modo que sonó afectuoso. Se volvió hacia Rand—. Espero que le regales algo bonito.
—¿A qué te refieres? —preguntó él.
—Has estado regalando cosas a la gente —contestó Cadsuane—, como si te prepararas para morir. Eso es corriente en la gente mayor o en hombres que van a una batalla y no creen que ganarán. Una espada a tu padre, un ter’angreal para la reina de Andor, una corona para Lan Mandragoran, joyas para la chica Aiel. ¿Y para ésta? —Señaló con un gesto de la cabeza a Min.
Rand se puso en tensión. En cierta medida, había sabido lo que estaba haciendo, pero oírla a ella explicándolo resultaba desconcertante.
La expresión de Min se ensombreció y apretó los dedos de la mano posada en su brazo.
—Da un paseo conmigo —pidió Cadsuane—. Solos tú y yo, lord Dragón. —Lo miró—. Si me haces el favor.
Min volvió la vista hacia Rand, pero él le dio unas palmadas en el hombro y asintió con la cabeza.
—Me reuniré contigo en la tienda —le dijo a la joven.
Ella suspiró, pero se retiró. Cadsuane ya había echado a andar por el camino. Rand tuvo que dar varias zancadas para alcanzarla. Probablemente la mujer disfrutó al ver que se daba prisa.
—A Moraine Sedai le preocupa cada vez más tu retraso —dijo Cadsuane.
—¿Y tú qué piensas?
—Pues, que en parte tiene razón. Sin embargo, tu plan no me parece que sea del todo una idiotez. Aun así, no debes retrasarlo mucho más.
Rand no dijo a propósito cuándo daría la orden de atacar Shayol Ghul. Quería que todos hicieran conjeturas. Si nadie de su entorno sabía cuándo atacaría, entonces había muchas posibilidades de que el Oscuro tampoco lo supiera.
—En cualquier caso —continuó ella—, no he venido a hablar de tu retraso. Me parece que Moraine Sedai tiene controlada tu... educación en esa materia. A mí me preocupa mucho más otra cosa.
—¿Y cuál es?
—Que creas que vas a morir. Que renuncies a tanto y lo hagas de un modo tan evidente. Que ni siquiera te plantees sobrevivir.
Rand hizo una profunda inhalación. Detrás lo seguía un grupo de Doncellas. Pasó delante de las Detectoras de Vientos, apiñadas en su pequeño campamento y hablando del Cuenco de los Vientos. Los miraron a los dos con semblantes plácidos.
—Deja que vaya al encuentro de mi destino, Cadsuane —dijo Rand—. He abrazado la muerte. La aceptaré cuando llegue.
—Eso me complace —contestó ella—, y no creas ni por un momento que, llegado el caso, no intercambiaría tu vida por el mundo.
—Eso lo has dejado muy claro desde el principio. Así pues, ¿por qué preocuparse ahora? Esta batalla me costará la vida. Así ha de ser.
—No debes dar por hecho que morirás —insistió Cadsuane—. Aunque sea casi inevitable, no debes aceptarlo como totalmente inevitable.
—Elayne no deja de repetir eso mismo.
—Entonces, ha dicho algo sensato al menos una vez en su vida. Un promedio mejor de lo que yo había imaginado en ella.
Rand se negó a replicar al comentario, y Cadsuane esbozó una sonrisa. La complacía ver cómo se controlaba ahora. Por eso lo pinchaba cada dos por tres.
¿Es que nunca iban a acabar las pruebas?
«No —pensó—. No hasta la última. Y es la más importante.»
Cadsuane se detuvo en el camino obligándolo a que hiciera lo mismo.
—¿Tienes también un regalo para mí?
—Se los estoy dando a los que me importan.
La respuesta consiguió que la sonrisa se acentuara más en el rostro de la mujer.
—Nuestros intercambios no siempre han sido cordiales, Rand al’Thor.
—Ésa sería una forma de exponerlo.
—Sin embargo —continuó, mirándolo a los ojos—, te confesaré que estoy complacida. Has salido bien.
—Entonces, ¿tengo tu permiso para salvar al mundo?
—Sí. —Ella miró hacia arriba, donde bullían las nubes grises.
Empezaban a abrirse por Rand, que no hizo nada para encubrir su presencia ni para mantener a raya a las nubes.
—Sí —repitió Cadsuane—, tienes mi permiso. Siempre y cuando lo hagas pronto. La oscuridad aumenta.
Como para darle la razón, se produjo un sordo retumbo en el suelo. Últimamente era algo que se repetía cada vez con más frecuencia. El campamento se sacudió y los hombres se tambalearon con gesto receloso.
—Cuando yo entre, habrá Renegados —dijo Rand—. Alguien tendrá que hacerles frente. Mi intención es pedirle a Aviendha que dirija la resistencia contra ellos. No le vendría mal tu ayuda.
—Haré cuanto esté en mi mano —confirmó Cadsuane, que asintió con la cabeza.
—Lleva a Alivia —instruyó Rand—. Es fuerte, pero me preocupa ponerla con otras. No entiende de límites como debería.
Cadsuane asintió de nuevo en silencio y, por la expresión de su mirada, Rand se preguntó si no habría planeado ya ocuparse de eso.
—¿Y la Torre Negra? —preguntó ella.
Rand apretó los dientes. La Torre Negra era una trampa. Sabía que lo era. Taim quería atraerlo hacia allí, a un sitio donde no podría escapar a través de un acceso.
—He enviado a Perrin para que ayude —informó.
—¿Y tu decisión de ir en persona?
«Tengo que ayudarlos. De algún modo he de hacerlo. Dejé que Taim los reclutara. No puedo dejarlos en sus manos...»
—Todavía no sabes con seguridad qué hacer —adivinó Cadsuane; la voz denotó insatisfacción—. Te arriesgarías, nos arriesgarías a todos, al meterte en esa trampa.