—Fue una maniobra desafortunada, pero a veces se cometen errores.
—Éste no es un error que lord Agelmar debería haber cometido. Ya ha pasado por situaciones como ésta con anterioridad, Dai Shan. Debió darse cuenta.
Todo había sucedido durante un reciente ataque contra los trollocs. Los Asha’man estaban prendiendo fuego a Fal Eisen y la campiña del entorno. Siguiendo las órdenes de Agelmar, Yokata había dirigido a su caballería en un movimiento envolvente alrededor de una gran colina para atacar el flanco derecho del ejército trolloc que avanzaba hacia los Asha’man. Realizando el clásico movimiento de tenaza, Agelmar debía enviar más caballería contra el flanco izquierdo enemigo, y los Asha’man volverían hacia atrás para salirles al paso a los trollocs de frente.
Sin embargo, los líderes de la Sombra vieron venir la maniobra. Antes de que Agelmar y los Asha’man tuvieran ocasión de actuar, un numeroso contingente de trollocs habían llegado por la cima de la colina para caer sobre el flanco derecho de Yokata, en tanto que los demás atacaban a Yokata de frente, rodeando así a la caballería.
En el asalto murieron todos los componentes de los dos escuadrones. Inmediatamente después, los trollocs se lanzaron contra los Asha’man, que se salvaron por los pelos.
—Lord Agelmar está cansado, Dai Shan —concluyó Baldhere—. Lo conozco. Jamás habría cometido semejante error si hubiese estado alerta y despejado.
—Baldhere, cualquiera podría haber tenido una equivocación así.
—Lord Agelmar es uno de los grandes capitanes. Debería enfocar la batalla de un modo diferente de como lo hacen los hombres corrientes.
—¿Estáis seguro de que no esperáis demasiado de él? —preguntó Lan—. Agelmar es un hombre, nada más. Todos lo somos, a fin de cuentas.
—Yo... A lo mejor tenéis razón —admitió Baldhere, con la mano en la espada, como si estuviera preocupado. No llevaba el arma de Ethenielle, por supuesto; sólo lo hacía cuando ella actuaba en cumplimiento de sus funciones como reina—. Supongo que todo se reduce a una intuición, Lan. Una sensación de inquietud. Agelmar parece estar muy cansado, y me preocupa que ese agotamiento esté afectando su capacidad para hacer planes. Sólo os pido que lo observéis, por favor.
—Lo haré —accedió Lan.
—Gracias. —Baldhere parecía menos preocupado ahora que cuando se había acercado.
Lan dio a Mandarb una última palmadita, dejó a Baldhere atendiendo a su montura, y caminó por el campamento hasta la tienda de mando. Entró en ella; la tienda estaba alumbrada y bien vigilada, aunque a los soldados que estaban de guardia no se les permitía ver con claridad los mapas de batalla.
Lan rodeó los paños colgados que tapaban la entrada y saludó con un cabeceo a los dos comandantes shienarianos, subordinados de Agelmar, a quien ayudaban en su sanctasanctórum. Uno de ellos estudiaba los mapas extendidos en el suelo. Agelmar no se hallaba presente. Un cabecilla tenía que dormir en algún momento.
Lan se puso en cuclillas para mirar el mapa. Tras la retirada del día siguiente, por lo visto llegarían a un sitio llamado Manantiales de Sangre, nombre que le venía por el modo en que las rocas que había debajo del agua le daban al río una tonalidad roja. En Manantiales de Sangre tendrían una ligera ventaja en cuanto a altitud merced a las colinas adyacentes, y Agelmar quería lanzar una ofensiva contra los trollocs con arqueros, en colaboración con formaciones de caballería. Y, por supuesto, habría más incendios en los campos.
Lan apoyó una rodilla en el suelo para echar un vistazo a las notas de Agelmar sobre qué ejército combatiría en qué lugar y cómo dividiría los ataques. Era una táctica ambiciosa, pero Lan no vio nada en particular que le pareciera preocupante.
Mientras examinaba el mapa sonaron los faldones de la entrada y Agelmar entró hablando en voz baja con lady Ells de Saldaea. Se paró al ver a Lan y se disculpó en un susurro por cortar la conversación. Se acercó a él.
A Agelmar no se le notaba que estuviera agotado, pero Lan había aprendido a buscar las señales de cansancio más allá de la apariencia de un hombre. Ojos enrojecidos. Aliento con olor a vellorita, una planta que se masticaba para mantener la mente despejada cuando uno llevaba demasiado tiempo sin descansar. Agelmar estaba fatigado, pero también lo estaba cualquiera en el campamento.
—¿Aprobáis lo que veis, Dai Shan? —preguntó mientras ponía rodilla en tierra a su lado.
—Es un plan muy agresivo para una retirada.
—¿Acaso podemos permitirnos otro tipo de maniobra? —preguntó Agelmar—. Dejamos una franja de tierras quemadas a nuestro paso, estamos destruyendo Shienar casi con tanta contundencia como si la Sombra hubiera ocupado el país. Haré que se derrame sangre trolloc para apagar esas cenizas.
Lan asintió con la cabeza.
—¿Baldhere ha hablado con vos? —inquirió Agelmar.
Lan alzó la cabeza con brusquedad y Agelmar esbozó una sonrisa lánguida.
—¿Me equivoco al suponer que su conversación versaba sobre la pérdida de Yokata y de sus hombres? —tanteó el general.
—No.
—Fue un error, es cierto —admitió Agelmar—. Me preguntaba si alguien se encararía conmigo a causa de ello. Baldhere es uno de los que creen que jamás debí cometer semejante equivocación.
—Le parece que os estáis exigiendo demasiado.
—Es bueno en tácticas, pero no sabe tanto como cree —comentó Agelmar—. Tiene la cabeza llena de relatos sobre grandes capitanes. Tengo defectos, Dai Shan. Éste no será el único error que cometa. Los veré, como he visto éste, y aprenderé de ellos.
—Aun así, quizá deberíais procurar dormir un poco más.
—Estoy perfectamente, lord Mandragoran. Conozco mis límites; he estado pendiente toda la vida para reconocerlos. Esta batalla me exigirá el máximo de mi capacidad, me llevará hasta esos límites, y he de dejar que sea así.
—Pero...
—Sustituidme o dejadme estar —lo interrumpió Agelmar—. Prestaré oídos a los consejos, porque no soy necio, pero no permitiré que se cuestione cada decisión que tome.
—De acuerdo. —Lan se puso de pie—. Confío en vuestro buen hacer y entender.
Agelmar asintió con la cabeza y bajó la vista a los mapas. Seguía trabajando en sus planes cuando por fin Lan se marchó para acostarse.
19
Elegir un parche
Elayne encontró a Bashere paseando por la margen oriental del río.
Las riberas eran de los pocos sitios que todavía parecían seguir vivos. En la actualidad había tantas cosas inánimes... Árboles en los que no brotaban hojas, hierba que no crecía, animales que se amontonaban en las madrigueras y se negaban a moverse.
Los ríos seguían fluyendo. Lo cual daba una sensación de vida, aunque las plantas estuvieran pardas.
El Alguenya era uno de esos grandes ríos engañosos que a primera vista parecían tranquilos, plácidos, pero que te podían arrastrar bajo el agua hasta ahogarte. Recordaba que una vez, durante una partida de caza que habían realizado a lo largo del río, Bryne había aprovechado esa circunstancia para que Gawyn aprendiera algo al respecto. También se había dirigido a ella. Puede que a ella en primer lugar, aunque siempre había tenido cuidado de no excederse con la heredera del trono.
«Hay que tener cuidado con las corrientes —había dicho—. Las corrientes fluviales son una de las cosas más peligrosas que existen bajo la Luz, pero sólo porque los hombres las subestiman. La superficie parece tranquila porque nada opone resistencia a la corriente. Nada quiere oponérsele. Los peces se dejan llevar por ella y los hombres se mantienen lejos. Todos excepto los necios que quieren probarse a sí mismos.»
Elayne bajó por la pedregosa orilla hacia Bashere. Sus guardias se quedaron atrás; Birgitte no se encontraba con ella en ese momento. Se hallaba ocupada con las compañías de arqueros, unas millas río abajo, donde se dedicaban a machacar a los trollocs que construían balsas para cruzar el río. Los arqueros de Birgitte y los dragones de Talmanes estaban llevando a cabo un trabajo excepcional en cuanto a reducir el número de trollocs que había allí, pero aun así sólo era cuestión de tiempo que el vasto ejército de la Sombra cruzara en masa el Alguenya.