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—Me alegra verte, Egwene al’Vere —dijo Melaine con una sonrisa afectuosa. A la mujer se le notaba un estado de gestación tan avanzado que debía de estar a punto de dar a luz—. Según los informes, tu ejército ha ganado mucho ji.

—Vamos bien —contestó Egwene, que se sentó en el suelo con ellas—. Vosotras tendréis oportunidad de ganarlo también, Melaine.

—El Car’a’carn lo va retrasando —dijo Amys, ceñuda—. Las lanzas están cada vez más impacientes. Deberíamos atacar al Cegador de la Vista.

—Le gusta hacer preparativos y planes —comentó Egwene. Vaciló antes de proseguir—. No puedo quedarme mucho con vosotras. Tengo una reunión con él hoy, más tarde.

—¿Sobre qué? —inquirió Bair, que se echó hacia adelante, con curiosidad.

—Lo ignoro. Encontré una carta suya en el suelo de mi tienda. Dice que quiere verme, pero no como el Dragón y la Amyrlin, sino como viejos amigos.

—Dile que no debe perder el tiempo —instruyó Bair—. Pero ahora hay algo que tenemos que hablar contigo.

—¿De qué se trata? —quiso saber Egwene, interesada.

—¿Habías visto algo como esto? —preguntó Melaine, concentrada.

Unas fisuras surcaron la piedra del suelo en el que estaban sentadas. La Sabia imponía su voluntad en el Mundo de los Sueños para crear algo específico a fin de que Egwene lo viera.

Al principio, Egwene se sintió confusa. ¿Grietas en la roca? Pues claro que era algo que había visto antes. Y últimamente, con los terremotos sacudiendo la tierra con tanta frecuencia, probablemente era más habitual.

Había algo diferente en esas fisuras. Egwene se inclinó hacia adelante y advirtió que las grietas parecían abiertas a la nada. Una profunda negrura. Tanto, que no era natural.

—¿Qué es? —preguntó.

—Los nuestros han informado de haber visto estas grietas —dijo Amys en voz baja—. Los que luchan en Andor y los que están en las Tierras Malditas. Aparecen como fracturas en el propio Entramado. Se mantienen así de oscuras durante unos instantes, luego se desvanecen y dejan grietas corrientes.

—Es una mala señal, muy peligrosa —declaró Bair—. Hemos enviado a los nuestros a preguntar en las Tierras Fronterizas, donde lucha Lan Mandragoran. Por lo visto, la aparición de esas fisuras es algo casi habitual allí.

—Aparecen con más frecuencia cuando combaten los Señores del Espanto —añadió Amys—. Cuando utilizan el tejido conocido como fuego compacto.

Egwene contempló aquella negrura y la sacudió un escalofrío.

—El fuego compacto debilita el Entramado —dijo—. Durante la Guerra del Poder llegó un momento en el que incluso a los Renegados les dio miedo usarlo porque existía el peligro de deshacer el propio mundo.

—Debemos informar de lo que ocurre a todos nuestros aliados —opinó Amys—. Nadie debe utilizar ese tejido.

—Las Aes Sedai ya lo tienen prohibido —informó Egwene—. Pero les haré saber que nadie se plantee siquiera romper esa regla.

—Una sabia medida —dijo Melaine—. Para ser unas personas con tantas reglas que seguir, he descubierto que las Aes Sedai son muy competentes a la hora de saltarse las directrices si la situación se lo permite.

—Confiamos en nuestras mujeres. Los Juramentos las conducen; si no, su propia sabiduría debe guiarlas. Si Moraine no hubiera estado dispuesta a saltarse esta regla, Perrin estaría muerto. Al igual que lo estaría Mat si Rand no hubiese hecho caso omiso de ella. Sin embargo, hablaré con las mujeres.

El fuego compacto la incomodaba. No por el hecho de que existiera o por lo que hacía. Su peligrosidad era única. Y, no obstante, ¿qué era lo que Perrin le había dicho en el sueño?

Sólo es un tejido...

No parecía justo que la Sombra tuviera acceso a un arma como ésa, una que deshacía el Entramado cuando se utilizaba. ¿Cómo iban a enfrentarse a una cosa así, como podían hacerle frente?

—No es la única razón por la que te hemos hecho venir, Egwene al’Vere —dijo Melaine—. ¿Has visto los cambios en el Mundo de los Sueños?

—La tormenta es peor aquí —contestó ella al tiempo que asentía con la cabeza.

—En el futuro, no vamos a visitar este lugar a menudo —advirtió Amys—. Hemos tomado esa decisión. Y, a despecho de nuestras protestas sobre él, el Car’a’carn está preparando sus ejércitos para ponerse en movimiento. No tardaremos en marchar con él al dominio de la propia Sombra.

—Así que ya ha llegado. —Egwene asintió despacio con la cabeza.

—Estoy orgullosa de ti, pequeña —dijo Amys.

A Egwene le pareció que Amys, la Amys dura como las piedras, tenía los ojos llorosos. Las Sabias se pusieron de pie y Egwene las abrazó por turno.

—Que la Luz os cobije, Amys, Melaine, Bair —les dijo—. Transmitid mi cariño a las demás.

—Lo haremos, Egwene al’Vere. Que encuentres agua y sombra, ahora y siempre —respondió Bair.

Una tras otra desaparecieron de Tear. Egwene hizo una profunda inhalación y miró hacia arriba. El edificio crujía como un barco en medio de la tempestad. La propia roca parecía moverse a su alrededor.

Había amado ese sitio; no la Ciudadela, sino el Tel’aran’rhiod. Le había enseñado muchas cosas. Pero, mientras se preparaba para partir, sabía que era tan peligroso como un río durante una inundación. Por querido y conocido que le pareciera, ella no podía arriesgarse a entrar allí. No mientras la Torre Blanca la necesitara.

—Y adiós a ti también, viejo amigo —le dijo al aire—. Hasta que sueñe otra vez.

Se indujo a despertar.

Gawyn esperaba junto a la cama, como siempre. Otra vez se encontraban en la Torre, Egwene completamente vestida, en el cuarto anexo a su estudio. Aún no había caído la noche, pero la petición de las Sabias para que se reuniera con ellas no era algo que había querido pasar por alto.

—Ya está aquí —informó Gawyn en voz baja al tiempo que miraba hacia la puerta del estudio.

—Pues, entonces, reunámonos con él.

Egwene se levantó de la cama y se arregló la falda. Luego hizo un gesto con la cabeza a Gawyn y salieron del cuarto para reunirse con el Dragón Renacido.

Rand sonrió al verla. Esperaba dentro con dos Doncellas a las que Egwene no conocía.

—¿De qué se trata? —le preguntó Egwene con aire cansado—. ¿Quieres convencerme de que rompa los sellos?

—Te has vuelto muy cínica —observó Rand.

—Las dos últimas veces que nos hemos reunido trataste de enfurecerme de forma intencionada. ¿Es raro que espere que ocurra lo mismo?

—No quiero que te pongas furiosa. Toma. —Sacó algo del bolsillo. Era una cinta del pelo. La sostuvo en alto, ofreciéndosela—. Siempre parecías deseosa de poder trenzarte el cabello.

—¿Con eso quieres decir que soy una chiquilla? —exclamó ella, exasperada.

Gawyn le puso la mano en el hombro en un gesto reconfortante.

—¿Qué? ¡No! —Rand suspiró—. Luz, Egwene. Deseo reconciliarme. Eres como una hermana para mí. No tuve hermanos. O, al menos, el que tengo no me conoce. Sólo te tengo a ti. Por favor. No quiero sacarte de quicio.

Durante un instante pareció el que había sido largo tiempo atrás. Un muchacho inocente, serio. La frustración que sentía Egwene se desvaneció.

—Rand, estoy muy ocupada. Todos lo estamos. No hay tiempo para cosas así. Tus ejércitos están impacientes.

—Su momento no tardará en llegar —dijo Rand con una voz que pareció endurecerse—. Antes de que esto haya acabado, se preguntarán por qué estaban tan ansiosos y recordarán con nostalgia estos días tranquilos de la espera. —Todavía sostenía la cinta en la mano, ahora apretada—. Es que no... No quería ir a mi batalla habiendo acabado nuestro último encuentro con una discusión, aunque fuera una importante.