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Se decía que la llegada de Rand rompería todos los vínculos de los hombres. Se rompían juramentos cuando se acercaba él, y cualquier lealtad o alianza se convertía en algo secundario que se relegaba ante la necesidad de servirlo en este último combate por la humanidad. Una parte de ella quería calificar de necios a esos habitantes de las tierras húmedas, pero quizá sería precipitado por su parte utilizar tal calificativo. Una Sabia tenía que ver las cosas con mejores ojos.

Ahora que estaban al otro lado del acceso, Aviendha se permitió por fin soltar el Saidar. El mundo perdió color a su alrededor, la sensación de vida y prodigio se evaporó. Cada vez que soltaba el Poder Único se sentía un poco vacía al dejar atrás el gozo y la emoción.

Ituralde y Rhuarc fueron a reunirse con el rey Darlin para hablar de sus planes de batalla. Aviendha se reunió con Rand, que se dirigía a su tienda.

—La daga funciona —dijo él; bajó la mano y tocó la funda negra que protegía una daga deslustrada—. Artham. Oí hablar de estos objetos antaño, en la Era de Leyendas, pero nadie creó uno. Me pregunto quién se las arreglaría para conseguirlo por fin...

—¿Estás seguro de que funciona? —preguntó Aviendha—. Él podría haber estado vigilándote, pero sin revelar su presencia.

Rand sonrió antes de responder.

—Elayne parecía pesarosa cuando me la dio. Creo que una parte de ella deseaba conservarla porque así habría podido maldecir por el nombre del Oscuro sin atraer su atención.

—¿Acaso es éste un momento para frivolidades? —Aviendha lo miró — ceñuda.

—Si alguna vez ha hecho falta reírse, es justo ahora —repuso Rand, aunque la risa parecía haberlo abandonado. Esa ansiedad suya había reaparecido al llegar a la tienda.

—¿Qué es lo que te preocupa? —le preguntó.

—Ellos tienen los sellos —reveló Rand.

—¿Qué?

—Sólo lo sabe Egwene, pero es verdad. Los robaron, quizá de mi escondrijo, quizá después de que se los entregué a Egwene.

—Entonces están rotos.

—No. Yo lo notaría. Creo que deben de estar esperando. Tal vez sepan que al romperlos me despejarían el camino para forjar de nuevo su prisión. Los romperán justo en el peor momento para nosotros, dejarán que el Oscuro toque el mundo, y quizá le den la fuerza necesaria para superarme mientras me enfrento a él...

—Hallaremos un modo de impedirlo —dijo Aviendha con firmeza.

Él la miró y le sonrió.

—Siempre la guerrera...

—Por supuesto. —¿Qué otra cosa iba a ser ella?

—Tengo otra preocupación. Los Renegados intentarán atacarme cuando entre a luchar con él. El Oscuro no puede verme, no sabe dónde estoy, y por ello envía a sus tropas a los distintos frentes de batalla. La Sombra presiona muchísimo a Lan, intenta destruirlo... Presiona a Elayne en Cairhien casi con tanto empeño con a él. Sólo Egwene parece estar teniendo cierto éxito.

»Me busca en cada uno de esos frentes, envía a sus monstruos en cantidades ingentes. Cuando ataquemos Shayol Ghul, hemos de ser capaces de defender el valle contra sus ejércitos. Sin embargo, los Renegados vendrán a través de accesos. Defender el paso del valle no los detendrá. Ni a ellos ni a los Señores del Espanto, hombres o mujeres. Mi batalla con el Oscuro los atraerá como ocurrió con la limpieza de la Fuente, sólo que de un modo mucho más apremiante. Vendrán con fuego y rayos, y matarán.

—Nosotros también.

—Con ello cuento —dijo Rand—. Pero no puedo permitirme el lujo de llevarte conmigo al interior de la caverna, Aviendha.

Ella experimentó una sensación de vacío, de vértigo, aunque lo atacó, lo atravesó y lo dejó morir.

—Lo suponía. Pero no se te ocurra mandarme a un lugar seguro, Rand al’Thor. No se te...

—No osaría hacerlo —la atajó él—. Temería por mi vida si lo intentara siquiera... Además, en estos momentos no hay ningún lugar que sea seguro. No puedo llevarte conmigo a la caverna porque vas a hacer falta en el valle, atenta a la llegada de los Renegados y los sellos. Te necesito, Aviendha. Os necesitaré a las tres para vigilar, para ser mis manos, mi corazón, durante esta batalla. Voy a mandar a Min con Egwene. Sé que allí va a pasar algo, estoy seguro. Elayne luchará en el sur, y tú... A ti te necesito en el valle de Thakan’dar, protegiéndome las espaldas.

»Dejaré órdenes a los Asha’man y a las Aes Sedai, Aviendha. Ituralde dirigirá nuestras tropas, pero tú liderarás a nuestros encauzadores en Shayol Ghul. Debes impedir que el enemigo entre en la caverna detrás de mí. Tú eres mi lanza en esta batalla. Si llegan hasta mí mientras me hallo ahí dentro, estaré inerme. Lo que tengo que hacer requerirá todo cuanto hay en mí... Toda la concentración, cada brizna de poder que tengo. Seré como un niñito abandonado en tierras agrestes, indefenso contra las bestias salvajes.

—¿Y qué diferencia hay entre eso y como eres por lo general, Rand al’Thor?

Él rió otra vez. Era una grata sensación que los dos fueran capaces de ver y sentir esa risa.

—Creí oírte decir que no era un momento para frivolidades —comentó Rand.

—Alguien tiene que seguir dándote clases de humildad —contestó Aviendha—. No debes pensar que eres muy importante sólo porque vayas a salvar el mundo.

Él se echó a reír otra vez y la condujo hacia la tienda donde se encontraba Min. Nynaeve y Moraine también esperaban allí, una con gesto de enfado en el semblante, y la otra con aire sereno. Nynaeve tenía un aspecto muy extraño con el cabello demasiado corto para tejer una trenza. Ese día se había peinado con el cabello echado hacia arriba y sujeto detrás. Moraine estaba sentada en una piedra grande, callada, con Callandor — la Espada que no Es una Espada— en su regazo y una mano posada en la empuñadura con gesto protector.

—Deberíais haberme llevado contigo, Rand —dijo Nynaeve, cruzada de brazos.

—Tenías trabajo que hacer —respondió él—. ¿Has intentado lo que te he dicho?

—Repetidas veces —contestó Nynaeve—. No hay forma de evitar el defecto, Rand. No puedes utilizar Callandor, sería demasiado peligroso.

Rand se acercó a Moraine, alargó la mano y la mujer levantó Callandor para que él la asiera. Rand la alzó ante sí y miró a través de la cristalina sustancia. El arma empezó a emitir un suave brillo.

—Min, tengo un encargo para ti —susurró—. Egwene va bien en su frente de batalla y me da la sensación de que en ese frente va a estar la clave. Quiero que vayas y las tengas vigiladas a ella y a la emperatriz seanchan, a quien he pedido que vaya a unirse a ese campo de batalla cuando sus fuerzas estén listas.

—¿Vas a hacer que los seanchan se unan a Egwene en el frente? —preguntó Moraine, horrorizada—. ¿Es una decisión sensata?

—A estas alturas ya no soy capaz de diferenciar la sensatez de la imprudencia —dijo Rand—. Pero estaré más tranquilo si hay alguien vigilando a esas dos facciones. Min, ¿querrás hacerlo?

—Había esperado que... —Min apartó la vista.

«Esperaba que la llevara a la caverna», pensó Aviendha. Pero él no podía hacer tal cosa, desde luego.

—Lo siento, Min, pero te necesito —dijo Rand.

—Lo haré.

—Rand, ¿vas a llevar Callandor para atacarlo? — inquirió Nynaeve—. El defecto del arma... Mientras estás encauzando en esa... cosa, cualquiera puede tomarte bajo su control. Pueden utilizarte y pueden absorber Poder Único a través de Callandor hacia ti hasta que te consuma, dejándote desvalido mientras que ellos dispondrían de una fuerza capaz de demoler montañas, arrasar ciudades.

—Me la llevaré.

—¡Pero es una trampa! —gritó Nynaeve.

—Sí. —La voz de Rand denotaba cansancio—. Una trampa en la que he de entrar y dejar que se cierre sobre mí. —De repente rió con ganas, echando la cabeza hacia atrás—. ¡Como siempre! ¿Por qué habría de sorprenderme? Haz correr la voz, Nynaeve. Díselo a Ituralde, a Rhuarc, al rey Darlin. ¡Mañana invadimos Shayol Ghul y lo reclamamos como nuestro! ¡Si hemos de meter la cabeza en la boca del león, asegurémonos de que se ahoga con nuestra carne!