21
Un error que no debe pasarse por alto
Siuan movió el hombro en círculos e hizo una mueca de dolor al sentir un fortísimo pinchazo.
—Yukiri —gruñó—, todavía tienes que pulir ese tejido tuyo.
La menuda Gris masculló una maldición y se incorporó. Había estado agachada junto a un soldado que había perdido la mano. No había usado la Curación con él, sino que lo había dejado para sanadoras más convencionales que usaban vendajes. Gastar energía para Curar a ese hombre sería un despilfarro, ya que no podría volver a luchar nunca. Tenían que reservar la fuerza para soldados que pudieran reincorporarse a la batalla.
Era un razonamiento brutal. En fin, vivían tiempos brutales. Siuan y Yukiri se dirigieron al siguiente soldado en la hilera de heridos. El hombre que había perdido la mano sobreviviría sin la Curación. Probablemente. Tenían a las Amarillas en Mayene, pero su energía se había consumido en Curar a las Aes Sedai que habían sobrevivido a la huida y a soldados que aún estaban en condiciones de luchar.
Por todo el improvisado campamento, instalado en suelo arafelino al este del vado del río, los soldados lloraban y gemían. Tantos heridos, y Siuan y Yukiri se encontraban entre las pocas Aes Sedai que aún tenían algo de fuerza para Curar. Casi todas las demás se habían esforzado hasta el límite del agotamiento para abrir accesos por los que evacuar al ejército atrapado entre dos fuerzas atacantes.
Los sharaníes atacaban con agresividad, pero asegurarse el control del campamento de la Torre Blanca los había tenido ocupados durante un rato, y eso les había dado tiempo a ellas para facilitar la huida de su ejército. Al menos, parte de él.
Yukiri realizó el Ahondamiento al siguiente hombre y después asintió con la cabeza. Siuan se arrodilló y empezó un tejido de Curación. Nunca había sido muy buena en eso, e incluso con un angreal le costaba un esfuerzo ímprobo. Logró sacar al soldado del borde de la muerte al Curarle el costado. El hombre soltó un jadeo, pues gran parte de la energía para la Curación provenía de su propio cuerpo.
Siuan se tambaleó y acabó por caer de rodillas, exhausta. ¡Luz, tenía tan poca estabilidad como una noble en su primer día a bordo de un barco!
Yukiri la miró y alargó la mano para pedirle el angreal, una pequeña flor de piedra.
—Ve a descansar, Siuan —dijo.
Siuan apretó los dientes, pero le entregó el angreal. El Poder Único la abandonó y ella soltó un profundo suspiro, aliviada y entristecida a partes iguales por la pérdida de la belleza del Saidar.
Yukiri se acercó al siguiente soldado. Siuan se tumbó donde estaba; su cuerpo protestó por las numerosas contusiones y dolores. Los sucesos de la batalla eran un vago recuerdo para ella. Se acordaba del joven Gawyn Trakand irrumpiendo en la tienda de mando y gritando que Egwene quería que el ejército iniciara la retirada.
Bryne había actuado con rapidez, y había arrojado una orden escrita a través del acceso del suelo. Era su nuevo método de transmitir órdenes: el astil de una flecha —con una nota y una cinta larga atadas a él— que caía desde un acceso en lo alto. Esos astiles no tenían punta, sino una pequeña piedra para darles peso.
Antes de que apareciera Gawyn, Bryne se había mostrado muy inquieto. No le gustaba cómo se estaba desarrollando la batalla. La forma en que los trollocs se movían lo había puesto sobre aviso de que la Sombra planeaba algo. Siuan no dudaba de que él ya tenía preparada la orden de retirada cuando había llegado la de Egwene.
Entonces se produjeron explosiones en el campamento. Y Yukiri empezó a gritarles que saltaran por el agujero del suelo. ¡Luz, ella había imaginado que la mujer se había vuelto loca! Lo bastante, al parecer, para salvarles la vida a todos los que se hallaban en la tienda.
«Así me abrase si voy a quedarme tendida aquí como un pez de la captura del día anterior tirado en la cubierta», pensó mientras contemplaba el cielo. Se obligó a incorporarse y echó a andar a través del nuevo campamento.
Yukiri afirmaba que su tejido no era tan inaudito y poco de fiar como decía ella, pero Siuan nunca había oído hablar de él a nadie. Un enorme colchón de Aire pensado para resguardar a alguien que hubiera caído desde una gran altura. Realizarlo había atraído la atención de las encauzadoras sharaníes —¡sharaníes, nada menos!—, pero ellos habían huido. Bryne, Yukiri, ella y unos pocos ayudantes. Así se abrasara, pero habían escapado, aunque recordar la caída todavía la hacía encogerse. ¡Y Yukiri no dejaba de repetir que creía que el tejido podía ser el secreto que conduciría a descubrir cómo volar! Estúpida mujer. Había una buena razón para que el Creador no hubiera dado alas a las personas.
Encontró a Bryne a un extremo del nuevo campamento, sentado en un tocón, exhausto. Tenía dos mapas de batalla extendidos en el suelo, delante de él.
«Estúpido hombre —pensó—. Arriesgar la vida por un par de trozos de papel.»
—... según los informes —decía el general Haerm, el nuevo comandante de los Compañeros Illianos—. Lo siento, milord. Los exploradores no se atreven a acercarse demasiado al antiguo campamento.
—¿Alguna señal de la Amyrlin? —preguntó Siuan.
Tanto Bryne como Haerm negaron con la cabeza.
—Seguid buscando, joven —le dijo a Haerm al tiempo que movía el índice. Él enarcó una ceja al oír que lo llamaba «joven». Maldito rostro, por ser tan juvenil—. Lo digo en serio. La Amyrlin está viva. Encontradla, ¿me habéis oído?
—Eh... Sí, Aes Sedai.
El hombre mostró cierto respeto, pero no el suficiente. Esos illianos no sabían cómo tratar a una Aes Sedai.
Bryne despidió al oficial con un ademán y, por una vez, parecía que no había nadie esperando para hablar con él. Seguramente era que todo el mundo estaba demasiado exhausto. Su «campamento» parecía más el de un cúmulo de refugiados de un terrible incendio que el de un ejército. La mayoría de los hombres se habían envuelto en sus capas y se habían dormido. Los soldados eran mejores que los marineros para dormirse cuando y dondequiera pudieran hacerlo.
Los comprendía perfectamente; ella ya estaba agotada antes de que los sharaníes aparecieran. Y ahora se sentía muerta de cansancio. Tomó asiento en el suelo, junto a Bryne.
—¿Aún te duele el brazo? —le preguntó él, que empezó a frotarle el hombro.
—Ya notas que sí —rezongó.
—Sólo quería ser agradable, Siuan.
—No creas que se me ha olvidado que tengo amoratado el brazo por culpa tuya.
—¿Mía? —dijo Bryne, que parecía divertido.
—Me empujaste a través del agujero.
—Porque no parecías dispuesta a moverte.
—Estaba a punto de saltar. A punto casi.
—Seguro, no me cabe duda.
—Es culpa tuya —insistió Siuan—. Tropecé. Y no pretendía tropezar. Y el tejido de Yukiri... Qué cosa tan horrible.
—Funcionó —le recordó Bryne—. Dudo que haya mucha gente que pueda contar que se ha precipitado desde una altura de trescientos pasos y ha sobrevivido a la caída.
—Esa mujer estaba demasiado ansiosa —rezongó Siuan—. Probablemente anhelaba hacernos saltar, ya sabes. Toda esa cháchara sobre Viajar y tejidos de movimiento... —Dejó la frase sin acabar, en parte por el enfado que sentía consigo misma. El día ya había ido bastante mal para que encima ella acaparara a Bryne con su monserga, dándole la murga—. ¿Cuántos hemos perdido? —No es que fuera un tema mucho mejor, pero necesitaba saberlo—. ¿Tenemos ya información sobre eso?