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—Casi uno de cada dos soldados —respondió en voz baja Bryne.

Peor de lo que Siuan había esperado.

—¿Y las Aes Sedai? —preguntó.

—Nos quedan alrededor de doscientas cincuenta. Aunque hay un número de ellas afectadas con la conmoción ocasionada por la pérdida de sus Guardianes.

Con eso, lo ocurrido alcanzaba la categoría de desastre. ¿Ciento veinte Aes Sedai muertas en cuestión de horas? La Torre Blanca necesitaría muchísimo tiempo para recuperarse de esa pérdida.

—Lo siento, Siuan —dijo Bryne.

—Bah, la mayoría me trataba como desperdicios de peces, de todos modos. No me soportaban como Amyrlin, se rieron cuando fui derrocada, e hicieron de mí una criada cuando regresé.

Bryne asintió con la cabeza, sin dejar de frotarle el hombro. Él percibía su tristeza, a despecho de sus palabras. Había buenas mujeres entre las víctimas. Muchas buenas hermanas.

—Ella está ahí fuera —insistió Siuan, pertinaz—. Egwene nos sorprenderá, Bryne. Ya lo verás.

—Si lo veo dejará de ser una sorpresa, ¿no?

—Qué tonto —rezongó ella.

—Tienes razón. En ambas cosas. —Bryne hablaba con solemnidad—. Creo que Egwene nos sorprenderá. Y también soy tonto.

—Bryne...

—Lo soy, Siuan. ¿Cómo no me di cuenta de que estaban entreteniéndonos? Querían mantenernos ocupados hasta que la nueva fuerza se reuniera. Los trollocs retrocedieron hasta esas colinas. Un movimiento defensivo. Los trollocs no usan tácticas de defensa. Di por sentado que intentaban tendernos una emboscada, nada más, y que tal era la razón de que estuvieran recogiendo cadáveres y preparándose para esperar. Si los hubiera atacado antes, esto podría haberse evitado. Fui demasiado precavido.

—Un hombre que piensa todo el día que no ha salido a pescar por el tiempo tormentoso, acaba perdiendo tiempo cuando el cielo se despeja.

—Un sabio proverbio, Siuan. Pero entre los generales hay otro, escrito por Fogh el Incansable: «Si no aprendes de tus derrotas, acabarás sometido a ellas». No entiendo cómo he dejado que esto ocurra. ¡Me entrenaron y me preparé para no caer en algo así! No es un simple error que pueda pasar por alto, Siuan. El propio Entramado está en juego.

Se frotó la frente. A la tenue luz del ocaso Bryne parecía un hombre mayor, con el rostro arrugado, las manos débiles. Con un suspiro, se encorvó.

Siuan se encontró sin saber qué decir.

Los dos se quedaron sentados, en silencio.

Lyrelle esperaba fuera de las puertas de la llamada Torre Negra. Hubo de recurrir a todo el entrenamiento adquirido para no delatar la frustración que sentía.

Toda aquella expedición había sido un desastre desde el principio. Para empezar, la Torre Negra les había negado la entrada hasta que las Rojas hubieran acabado lo que habían ido a hacer allí, y a eso le había seguido el problema con los accesos. Y a eso, tres burbujas malignas, dos intentos de Amigos Siniestros para asesinarlas a todas, y la advertencia de la Amyrlin respecto a que la Torre Negra se había unido a la Sombra en la lucha.

Lyrelle había enviado a casi todas sus mujeres a combatir junto a Lan Mandragoran en cumplimiento de la insistente orden de la Amyrlin. Ella se había quedado con unas pocas hermanas para vigilar la Torre Negra. Y ahora... Ahora, esto. ¿Qué pensar de ello?

—Os aseguro —dijo el joven Asha’man— que el peligro ha pasado. Expulsamos al M’Hael y a los otros que se habían aliado con la Sombra. Todos los demás caminamos bajo la Luz.

Lyrelle se volvió hacia sus compañeras. Una representante de cada Ajah, junto con el apoyo —que pidió desesperadamente por la mañana, cuando los Asha’man hicieron su primer contacto con ella— en forma de otras treinta hermanas. Ellas aceptaron el liderazgo de Lyrelle allí, aunque a regañadientes.

—Tenemos que hablarlo entre nosotras —dijo, tras lo cual despidió al joven Asha’man con un gesto de la cabeza.

—¿Qué hacemos? —preguntó Myrelle. La Verde había estado con ella desde el principio, una de las pocas que Lyrelle no había mandado lejos, en parte porque quería tener cerca a los Guardianes de la mujer—. Si algunos de sus miembros combaten por la Sombra...

—Los accesos se pueden abrir otra vez —razonó Seaine—. Algo ha cambiado en este sitio en los días transcurridos desde que percibimos que se encauzaba dentro.

—No me fío —dijo Myrelle.

—Hemos de saber con certeza qué pasa —contestó Seaine—. No podemos abandonar la Torre Negra sin vigilancia en plena Última Batalla. Tenemos que ocuparnos de estos hombres, sea de un modo u otro.

Los hombres de la Torre Negra afirmaban que sólo unos pocos de ellos se habían unido a la Sombra, y que el encauzamiento había sido el resultado de un ataque del Ajah Negro.

La irritó oírles utilizar esas palabras: el Ajah Negro. Durante siglos, la Torre Blanca había negado la existencia de Amigas Siniestras en sus filas. Por desgracia, la verdad había salido a la luz. Lo cual no significaba que Lyrelle quisiera oír a unos hombres haciendo uso de ese apelativo con tanta despreocupación. Sobre todo si eran individuos como ésos.

—Si hubieran querido atacarnos, lo habrían hecho cuando no podíamos escapar por accesos —conjeturó Lyrelle—. De momento, supondré que han depurado los... problemas entre sus filas. Como tuvo que hacer la propia Torre Blanca.

—Entonces, ¿entramos? —preguntó Myrelle.

—Sí. Vinculamos a los hombres que se nos prometieron, y les sacaremos la verdad si las cosas están poco claras.

A Lyrelle le preocupaba que el Dragón Renacido hubiera rehusado que tomaran a los Asha’man del rango más alto, pero ella había ideado un plan cuando había llegado allí por primera vez. Todavía podía funcionar. Primero pediría una demostración de encauzamiento entre los hombres, y vincularía al que notara que era más fuerte. Entonces haría que ese hombre le dijera quiénes, entre los que estaban entrenándose, eran los que tenían más talento, para que sus hermanas pudieran vincularlos.

A partir de ahí... En fin, esperaba que haciéndolo así contendrían a la mayoría de esos hombres. Luz, qué desastre. ¡Hombres con habilidad para encauzar caminando por ahí con todo descaro! No daba crédito a esa fábula de que la infección se había limpiado. Por supuesto, esos... hombres afirmarían tal cosa.

—A veces me gustaría retroceder en el tiempo y darme de bofetadas por aceptar este encargo —masculló Lyrelle.

Myrelle rió. Jamás se tomaba las cosas con la seriedad que debería. Lyrelle se sentía irritada por haberse perdido las oportunidades que sin duda se habían presentado en la Torre Blanca durante su larga ausencia. Reunificación, batalla contra los seanchan... Ésos eran los momentos en que una mujer podía demostrar su capacidad de liderazgo y ganar renombre por ser fuerte.

Las oportunidades surgían en tiempos de inestabilidad y agitación. Unas oportunidades ahora perdidas para ella. Luz, cómo detestaba esa idea.

—¡Entraremos! —gritó a los muros que enmarcaban la puerta que tenía ante sí. Luego, en voz más baja, les dijo a sus mujeres—: Abrazad el Poder Único y tened cuidado. No sabemos qué puede ocurrir ahí.

Llegado el caso, sus mujeres podrían igualar a un número superior de Asha’man poco entrenados. Cosa que no tendría por qué pasar, desde luego. Lo más probable era que los hombres estuvieran locos. Así que, quizá, dar por sentado que razonarían con lógica sería imprudente.

Las grandes puertas se abrieron para que su grupo pasara. El hecho de que los hombres de la Torre Negra hubieran elegido acabar las murallas alrededor del recinto antes de construir la torre decía mucho de ellos.

Dio con las rodillas en los flancos de su caballo para que avanzara, y Myrelle y los demás la siguieron con un ruido de cascos. Lyrelle abrazó la Fuente y utilizó el nuevo tejido que le descubriría si había un hombre encauzando cerca. Sin embargo, no era el joven con el que había hablado hacía poco quien las recibió en las puertas.