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—¿Qué es esto? —preguntó Lyrelle cuando Pevara Tazanovni se acercó a ella. Conocía a la Asentada Roja, aunque no muy bien.

—Me han pedido que os acompañe —respondió Pevara con voz alegre—. Logain creyó que un rostro familiar conseguiría que os sintieseis más cómodas.

Lyrelle refrenó un gesto de sorna. Las Aes Sedai no tenían que mostrarse animadas. Las Aes Sedai debían mostrarse tranquilas, imperturbables y —llegado el caso— severas. Un hombre debería mirar a una Aes Sedai y preguntarse de inmediato qué habría hecho mal y cómo podría arreglarlo.

Pevara se puso a su lado y cabalgaron hacia el interior del recinto de la Torre Negra.

—Logain, que es quien está al frente ahora, os manda saludos —continuó Pevara—. Resultó gravemente herido en los ataques y todavía no se ha recuperado del todo.

—¿Se pondrá bien?

—Oh, desde luego. Debería estar levantado y en forma dentro de un día o dos. Lo necesitarán para liderar a los Asha’man cuando se unan a la Última Batalla, supongo.

«Lástima», pensó Lyrelle. Habría sido más fácil controlar a la Torre Negra sin un falso Dragón al frente de los hombres. Mejor habría sido que hubiera muerto.

—Estoy segura de que su ayuda será útil —dijo Lyrelle—. Sin embargo, su liderazgo... En fin, ya veremos. Dime, Pevara, me han contado que vincular a un hombre que encauza es distinto de vincular a un hombre normal. ¿Has pasado por ese proceso?

—Sí —contestó Pevara.

—Entonces, ¿es cierto que a los hombres corrientes se los puede obligar a obedecer, pero a esos Asha’man no?

Pevara sonrió con aire nostálgico.

—Ah, ¿qué se sentiría si fuera así? —comentó luego—. No, el vínculo no puede obligar a los Asha’man. Tendréis que utilizar otros medios más ingeniosos.

La cosa no pintaba bien.

—¿Y hasta qué punto son obedientes? —preguntó Aledrin desde el otro lado.

—Depende del hombre, supongo.

—Si no se los puede obligar, ¿obedecerán a su Aes Sedai en batalla? —inquirió Lyrelle.

—Probablemente —fue la respuesta de Pevara, aunque sonaba algo ambigua por el modo en que lo dijo—. He de deciros algo a todas. La misión a la que fui enviada, la misma que vosotras perseguís, es una empresa descabellada. Una pérdida de tiempo.

—No me digas —repuso Lyrelle sin alterarse. No iba a fiarse de una Roja después de lo que le habían hecho a Siuan—. ¿Y cómo es eso?

—Hubo un tiempo en que era como tú —contestó Pevara—. Dispuesta a vincular a todos los Asha’man en un intento de controlarlos. Mas ¿cabalgarías hasta una ciudad y seleccionarías a cincuenta hombres de allí, a capricho, y los vincularías como Guardianes? Vincular Asha’man por el mero hecho de hacerlo es estúpido. Así no se los controlará. Creo que algunos Asha’man serían unos Guardianes excelentes, pero, como muchos hombres, otros no lo serán. Sugiero que abandonéis vuestro plan de vincular a cuarenta y siete exactamente y que toméis a aquellos que estén más dispuestos a ello. Tendréis mejores Guardianes.

—Interesante consejo —dijo Lyrelle—. Pero, como has mencionado, los Asha’man harán falta en el frente de batalla. No hay tiempo. Queremos los cuarenta y siete más fuertes.

Pevara suspiró, pero no añadió nada más mientras pasaban junto a varios hombres de chaqueta negra con dos alfileres prendidos en el cuello alto. A Lyrelle se le puso carne de gallina, una sensación como si unos insectos se le metieran debajo de la piel. Hombres que encauzaban.

Lyrelle conocía la opinión de Lelaine respecto a que la Torre Negra era vital para los planes de la Torre Blanca. Pues ella no le pertenecía a Lelaine. Era su propia dueña, y además Asentada por méritos propios. Si conseguía hallar el modo de poner a la Torre Negra bajo su autoridad directa, tal vez entonces podría, por fin, escapar del dominio de Lelaine.

Aunque sólo fuera por eso, habría merecido la pena vincular Asha’man. Luz, cómo iba a disfrutarlo. De algún modo, tenían que conseguir controlar a todos esos hombres. A estas alturas, el Dragón sería inestable al estar volviéndose loco, contaminado por la infección que el Oscuro había dejado en el Saidin. ¿Sería posible manipularlo a él para que dejara que se vinculara al resto de los hombres?

«Sin tener control a través del vínculo... sería muy peligroso.» Se imaginó entrando en batalla con dos o tres docenas de Asha’man vinculados y obligados a hacer su voluntad. ¿Cómo podría conseguirlo?

Llegaron a la línea de hombres con chaqueta negra que esperaban a las afueras del pueblo. Lyrelle y los otros se acercaron a ellos, y Lyrelle hizo un rápido recuento. Cuarenta y siete hombres, incluido uno que estaba delante de los demás. ¿Qué se traían entre manos?

El que estaba al frente avanzó un poco. Era un hombre robusto, de mediana edad, y por su aspecto daba la impresión de haber pasado una dura experiencia hacía poco. Tenía bolsas debajo de los ojos y el semblante demacrado. Sin embargo, caminaba con firmeza y le sostuvo la mirada con impasibilidad. Le hizo una reverencia.

—Bienvenida, Aes Sedai —dijo.

—¿Y tú eres...?

—Androl Genhald —contestó—. Me han hecho portavoz de vuestros cuarenta y siete hasta que hayan sido vinculados.

—¿Nuestros? Veo que ya habéis olvidado las condiciones estipuladas. Nos tienen que entregar a todos los soldados o Dedicados que queramos, y no pueden negarse.

—Sí, en efecto. Eso es así. Por desgracia, todos los hombres en la Torre Negra, aparte de éstos, o ya han ascendido al rango de Asha’man o los han llamado por asuntos urgentes. Los otros, por supuesto, acatarían las órdenes del Dragón si se encontraran aquí. Nos aseguramos de que quedaran cuarenta y siete para vos. De hecho, son cuarenta y seis. A mí ya me ha vinculado Pevara Sedai, ¿comprendéis?

—Esperaremos hasta que los demás regresen —dijo fríamente Lyrelle.

—Lamentablemente, no creo que regresen dentro de poco. Si vuestra intención es sumaros a la Última Batalla, tendréis que hacer vuestra selección enseguida.

Lyrelle estrechó los ojos para mirar al hombre y luego volvió la vista hacia Pevara, que se encogió de hombros.

—Esto es un ardid —le dijo a Androl—. Y, además, pueril.

—A mí me pareció astuto —replicó Androl con un timbre frío—. Digno de una Aes Sedai, podría decirse. Se os prometió que cualquier miembro de la Torre Negra, a excepción de quienes tienen el rango de Asha’man, accederían a vuestra petición. Y lo harán. Cualquiera de aquellos a quienes podáis hacer tal petición.

—Y sin duda habréis elegido a los más débiles entre todos vosotros.

—A decir verdad, elegimos a quienes se ofrecieron voluntarios. Son buenos hombres, del primero al último. Son los que querían ser Guardianes.

—El Dragón Renacido tendrá noticia de esto.

—Por lo que sé —dijo Androl—, va a emprender camino a Shayol Ghul en cualquier momento. ¿Pensáis ir hasta allí sólo para exponerle vuestra protesta?

Lyrelle apretó los labios con fuerza.

—Y otra cosa, Aes Sedai —agregó Androl—. El Dragón Renacido nos ha enviado un mensaje hoy mismo. Nos insta a aprender una última lección: no debemos considerarnos armas, sino hombres. Bien, pues, los hombres tienen derecho a elegir su destino, mientras que las armas no. Aquí tenéis a vuestros hombres, Aes Sedai. Respetadlos.

Androl hizo otra reverencia y se alejó. Pevara vaciló un instante antes de dar la vuelta a su caballo para ir tras él. Lyrelle vio algo en el rostro de la mujer cuando miraba al hombre.

«De modo que se trata de eso —pensó—. No es mucho mejor que una Verde. Habría esperado otro tipo de conducta en alguien de su edad.»

Lyrelle estuvo tentada de rechazar esa manipulación, de ir a la Amyrlin y protestar por lo que había ocurrido. Pero las noticias procedentes del frente de batalla de la Amyrlin eran confusas. Algo sobre la aparición inesperada de un ejército. Y no se daban detalles.