El corazón seguía latiéndole con fuerza. Leane estaba viva. ¿Cómo había conseguido permanecer oculta? ¡Luz! ¿Qué podía hacer por ella?
—Ah —dijo Bao—. Una de esas... Aes Sedai. ¿Y tú? ¿Has hablado con el Dragón?
Leane no respondió. Tuvo mucho mérito que mantuviera una expresión impasible.
—Impresionante —dijo Bao, que acercó la mano y le rozó la mejilla con los dedos.
Levantó la otra mano, y los cautivos empezaron a retorcerse y a gritar. Estallaron en llamas en medio de gritos agónicos. Egwene tuvo que hacer un esfuerzo ímprobo para no abrazar la Fuente al ver aquello. Para cuando acabó la masacre, estaba llorando, aunque no recordaba haber empezado.
Los sharaníes rebulleron.
—No os sintáis disgustados —les dijo Bao—. Sé que os ha costado mucho esfuerzo capturar algunos vivos para mí, pero habrían sido unos malos inacal. No fueron educados para serlo, y durante esta guerra no tenemos tiempo para enseñarles. Matarlos ahora es un acto misericordioso comparado con lo que habrían tenido que soportar. Además, esta... Aes Sedai, servirá para nuestro propósito.
La máscara de Leane se había resquebrajado y, a pesar de la distancia, Egwene advirtió la expresión de odio. Bao todavía le sujetaba la barbilla con los dedos.
—Eres una preciosidad —dijo—. Por desgracia, la belleza carece de importancia. Has de entregar un mensaje en mi nombre, Aes Sedai, a Lews Therin. El que se proclama el Dragón Renacido. Dile que he venido a matarlo, y después reclamaré este mundo para mí. Tomaré lo que originalmente debería haber sido mío. Dile eso. Dile que me has visto y descríbeme para él. Él sabrá quién soy.
»Del mismo modo que aquí lo esperaban a él con profecías, igual que lo colmaron de gloria, la gente de mi tierra me esperaba a mí. He cumplido sus profecías. Él es falso, y yo soy verdadero. Dile que por fin me resarciré por los agravios. Ha de presentarse ante mí para que luchemos. Si no lo hace, mataré y destruiré. Me apoderaré de los suyos. Esclavizaré a sus hijos y tomaré a sus mujeres para mí. Uno por uno, romperé, destruiré y dominaré todo lo que ha amado. El único modo de evitarlo es que venga y se enfrente a mí.
»Dile esto, pequeña Aes Sedai. Dile que un viejo amigo espera. Soy Bao, el Wyld. El que Sólo Responde ante la Tierra. El Matadragón. En otro tiempo me conocía por un nombre que he desechado: Barid Bel.
«¿Barid Bel? —pensó Egwene mientras el recuerdo de las lecciones en la Torre Blanca volvían a ella—. Barid Bel Medar... Demandred.»
La tormenta en el Sueño del Lobo era muy inestable. Perrin pasó horas vagando por las Tierras Fronterizas y visitando manadas de lobos, mientras corría a lo largo de cauces secos y a través de colinas quebradas.
Gaul había aprendido muy deprisa. No aguantaría ni un momento contra Verdugo, desde luego, pero al menos había aprendido a conservar la ropa sin cambios, si bien el velo todavía subía de golpe para taparle la cara cuando se sobresaltaba.
Los dos saltaban a través de Kandor dejando borrones en el aire al desplazarse de cumbre en cumbre. La tormenta era fuerte a veces, y otras, se debilitaba. En ese momento, Kandor estaba sumido en una quietud fantasmagórica. El herboso paisaje de las tierras altas aparecía sembrado de todo tipo de desechos. Tiendas, techumbres, la vela de un gran barco, incluso un yunque de herrero, depositado con la cola hundida en la embarrada ladera de una colina.
La tormenta, tremendamente peligrosa, podía levantarse en cualquier parte en el Sueño del Lobo y hacer añicos ciudades y bosques. Había encontrado sombreros tearianos que habían volado todo el camino hasta Shienar.
Perrin hizo un alto en una cumbre para descansar, y Gaul apareció junto a él al instante. ¿Cuánto tiempo llevaban buscando a Verdugo? Unas cuantas horas, por un lado. Por el otro... ¿cuánto terreno habían recorrido? Habían vuelto a los depósitos de vituallas tres veces para comer. ¿Significaba eso que había pasado un día?
—Gaul, ¿cuánto tiempo crees tú que llevamos con esto?
—No sé decirte, Perrin Aybara —contestó Gaul. Buscó el sol, aunque no había allí—. Hace bastante. ¿Tendremos que parar y dormir?
Ésa era una buena pregunta. De repente a Perrin le sonó el estómago y preparó una comida de carne curada y un trozo de pan. Le dio una parte a Gaul. ¿La comida recreada a voluntad los sustentaría en el Sueño del Lobo o simplemente desaparecería una vez consumida?
Era lo segundo. La comida desapareció incluso mientras Perrin la comía. Tendrían que depender de los suministros que habían llevado y quizá conseguir más del Asha’man de Rand durante la apertura diaria de ese portal. De momento, se desplazó con un cambio hasta donde tenían las reservas y sacó un poco de carne curada, tras lo cual regresó al norte con Gaul.
Mientras se acomodaban en la falda de la colina para comer otra vez, se sorprendió dándole vueltas al tema del clavo de sueños. Lo llevaba consigo, colocado en posición de letargo, como Lanfear le había enseñado. Ahora no creaba una cúpula, pero podía hacer una cuando él quisiera.
Lanfear casi se lo había dado. ¿Qué significaba eso? ¿Por qué se burlaba de él?
Mordió un trozo de carne seca. ¿Estaría Faile a salvo? Si la Sombra descubría lo que estaba haciendo su esposa... En fin, ojalá pudiera comprobar cómo le iba.
Echó un largo trago de agua del odre y luego buscó en la distancia a los lobos. Allí arriba, en las Tierras Fronterizas, los había a centenares. Quizás a millares. Saludó a los que se encontraban cerca, enviándoles su olor mezclado con su imagen. Las docenas de respuestas que llegaron no eran con palabras, sino que su mente las interpretaba como tales.
¡Joven Toro! Era un lobo llamado Ojos Blancos. La Última Cacería ya está aquí. ¿Nos dirigirás tú?
Últimamente muchos le hacían esa pregunta, y Perrin no sabía cómo interpretarla.
¿Por qué necesitáis que os lidere yo?
Será por tu llamada, respondió Ojos Blancos. Por tu aullido.
No entiendo qué quieres decir, transmitió Perrin. ¿No podéis cazar vosotros mismos?
Esta presa no, Joven Toro.
Perrin meneó la cabeza. Una respuesta igual a otras que había recibido.
Ojos Blancos, transmitió. ¿Has visto a Verdugo? ¿El asesino de lobos? ¿Os ha acechado aquí?
Perrin dirigió aquella pregunta en la distancia y algunos de los otros lobos contestaron. Conocían a Verdugo. Su imagen y su efluvio se habían transmitido entre muchos lobos, igual que los de Perrin. Ninguno lo había visto recientemente, pero el tiempo era algo extraño para los lobos. Perrin no estaba seguro de cuán próximo era en realidad ese «recientemente».
Mordió un trozo de carne curada y se sorprendió a sí mismo emitiendo un quedo gruñido. Lo cortó. Había alcanzado la paz con su lobo interior, pero eso no significaba que fuera a permitirle entrar en la casa para que dejara un rastro de barro con las patas.
Joven Toro, transmitió otro lobo. Era una hembra de edad, Curva de Arco. Cazadora lunar camina de nuevo en los sueños. Te busca.
Gracias, contestó. Lo sé. La evitaré.
¿Evitar a la luna? Eso es difícil, Joven Toro. Difícil, respondió la loba.
Curva de Arco tenía razón en eso.
Ahora mismo he visto a La que busca corazones. Lleva otro olor nuevo, pero es ella, transmitió Pasos, un lobo joven de pelambre negra.