El fuego compacto era una lanza difícil de manejar. A veces cortaba, pero si chocaba con un objeto —o una persona, por ejemplo— el resultado era que todo ese objeto o persona destellaba y se evaporaba. El fuego compacto borró de la existencia la roca de Aviendha en medio de un destello, dejando motitas de polvo brillante que enseguida desaparecieron. Detrás de Aviendha, hombres y mujeres de su círculo cruzaron por el acceso de un salto y se pusieron a cubierto.
Ella apenas tuvo tiempo para reparar en que, cerca, habían aparecido grietas en la roca de la ladera. Grietas que parecían abrirse a la oscuridad. Mientras le desaparecía de las retinas la imagen de la barra de luz lanzó una abrasadora columna de fuego. Esta vez acertó a dar en carne, abrasando a una esbelta mujer de piel cobriza ataviada con un vestido rojo. Otras dos mujeres que había cerca maldijeron y huyeron precipitadamente. Aviendha les lanzó un segundo ataque.
Una de las dos —la más fuerte— creó un tejido con tal destreza y rapidez que Aviendha apenas lo captó. El tejido se abrió delante de su columna de fuego y el resultado fue una explosión de vapor abrasador. El fuego de Aviendha se extinguió y ella dio un respingo, cegada de forma pasajera.
Su instinto de guerrera tomó el control. Oculta por la nube de vapor, se tiró al suelo de rodillas y luego rodó de lado sobre sí misma al tiempo que cogía un puñado de piedras y las arrojaba lejos de ella para crear una distracción.
Funcionó. Parpadeaba para librarse de las lágrimas que le empañaban la vista cuando una barra de luz incandescente se descargó hacia el ruido de las piedras. Las grietas negras se extendieron más.
Aviendha apartó el vapor con un tejido de Aire mientras seguía parpadeando. Veía lo suficiente para distinguir dos formas oscuras agachadas junto a las rocas, cerca. Una se volvió hacia ella, soltó un respingo al ver los tejidos de ataque que Aviendha estaba creando, y entonces desapareció.
No había acceso. La persona dio la impresión de plegarse sobre sí misma, y Aviendha no percibió que hubiera encauzado. Sí notó algo diferente, algo... tenue. Una especie de temblor en el aire que no era del todo físico.
—¡No! —gritó la segunda mujer, que sólo era un borrón en los ojos llorosos de Aviendha—. ¡No lo...!
A Aviendha se le aclaró la vista justo lo suficiente para distinguir los rasgos de la mujer —una cara alargada y cabello oscuro— a la par que su tejido la alcanzaba. Los miembros de la encauzadora se desgajaron del cuerpo. Un brazo que ardía sin llama salió lanzado al aire creando un remolino de humo antes de caer cerca con un golpe.
Aviendha tosió y luego soltó el círculo.
—¡Curación! —pidió mientras hacía un esfuerzo para ponerse de pie.
Bera Harkin llegó la primera y un tejido de Curación dejó temblorosa a Aviendha. Jadeó y la piel enrojecida y los ojos chamuscados quedaron sanados. Con un cabeceo se lo agradeció a Bera, a quien ahora veía con claridad.
Delante de ella, Sarene —una Aes Sedai con el rostro en forma de lágrima y numerosas trencillas oscuras— se acercó con su Guardián, Vitalien, pegado a ella, a los cadáveres que Aviendha había dejado. La mujer meneó la cabeza.
—Duhara y Falion. Ahora Señoras del Espanto.
—¿Es que hay diferencia entre Señoras del Espanto y el Ajah Negro? —preguntó Amys.
—Por supuesto —dijo Sarene con voz sosegada.
Cerca, los demás todavía abrazaban el Poder Único, esperando otro ataque. Aviendha no creía que se produjera. Había oído ese respingo de sorpresa, había notado el pánico en el modo en que la última mujer —la más fuerte de las tres— había huido. Quizá no había previsto enfrentarse tan pronto a una resistencia tan fuerte.
Sarene le dio una patada al brazo que había pertenecido a Falion.
—Habría sido mejor atraparlas vivas para interrogarlas. Estoy segura de que habríamos descubierto la identidad de esa tercera mujer. ¿Alguien la ha reconocido?
Los miembros del grupo movieron la cabeza en un gesto de negación.
—No era ninguna de la lista del Ajah Negro que habían escapado —dijo Serene, que enlazó el brazo al de su Guardián—. Tenía un rostro muy particular, bulboso y carente de cualquier cualidad atractiva. Estoy segura de que la recordaría.
—Era poderosa —dijo Aviendha—. Muy poderosa.
Habría sugerido que era una Renegada, pero la mujer que habían visto no era Moghedien, sin lugar a dudas, y tampoco coincidía con la descripción de Graendal.
—Nos dividiremos en tres círculos —añadió—. Bera dirigirá uno de ellos, y Amys y yo, los otros. Sí, podemos hacer círculos más grandes que trece ahora, pero parece un despilfarro. No necesito tanto poder para matar. Uno de nuestros grupos atacará a los trollocs, ahí abajo. Los otros dos evitarán encauzar y se ocultarán cerca, vigilando. De ese modo podemos inducir a la encauzadora enemiga a pensar que seguimos unidos en un gran círculo, y los otros dos pueden acometerla por los lados cuando venga a atacar.
Amys sonrió. Era una táctica básica de asalto de las Doncellas. No parecía sentirse molesta por seguir las órdenes de Aviendha ahora que el enfado por el atrevimiento de Rand se le había pasado. Si acaso, ella y las otras cuatro Sabias parecían sentirse orgullosas.
Mientras el equipo de Aviendha obedecía sus órdenes, ella percibió que encauzaban más en el campo de batalla. A Cadsuane y a las que la seguían les gustaba considerarse fuera de las órdenes de Rand. Luchaban mientras otro grupo de Aes Sedai y Asha’man mantenía accesos abiertos para que pasaran por ellos los ejércitos domani y teariano.
Demasiada gente encauzando por todas partes. Iba a ser difícil ubicar un ataque de cualquiera de los Renegados.
—Tenemos que establecer zonas de Viaje —dijo Aviendha—. Y mantener el más estricto control respecto a quién va a encauzar y dónde. De ese modo, podremos saber en un instante, cuando notemos encauzar, si algo va mal. —Se llevó la mano a la cabeza—. Esto va a ser muy difícil de organizar.
Cerca, la sonrisa de Amys se ensanchó.
«Ahora tienes el mando tú, Aviendha —parecía decir esa sonrisa—. Y eres tú la que ha de soportar los dolores de cabeza inherentes al liderazgo.»
Rand al’Thor, el Dragón Renacido, se dio la vuelta y dejó a Aviendha y a Ituralde con su batalla. Él tenía otra distinta que acometer.
Por fin, había llegado el momento.
Se acercó al pie de la montaña de Shayol Ghul. Arriba, un agujero negro horadado en la pared de la montaña, el único camino de acceso a la Fosa de la Perdición. Moraine se reunió con él mientras se ajustaba el chal; los flecos siguieron agitándose, sacudidos por el viento.
—Recuerda que esto no es la Perforación, no es la prisión del Oscuro. Esto es simplemente el lugar donde su influjo es más fuerte. Aquí es él quien tiene el control.
—Su influjo se nota ya en todo el mundo, en mayor o menor medida —dijo Rand.
—Y, en consecuencia, aquí ha de ser mayor.
Rand asintió y puso la mano en la daga que tenía en el cinturón.
—No encaucéis hasta que ataquemos directamente al Oscuro —dijo—. De ser posible, evitaré un enfrentamiento como el que tuvimos durante la limpieza del Saidin.
Nynaeve asintió con un cabeceo. Llevaba las joyas de los angreal y ter’angreal sobre el vestido amarillo, uno mucho más hermoso de lo que ella habría podido permitirse en sus tiempos de Zahorí en Campo de Emond. Rand la veía muy rara sin la trenza; ahora el cabello apenas le llegaba a los hombros. De algún modo la hacía parecer mayor, y no tendría que ser así. La trenza era un símbolo de madurez en Dos Ríos. ¿Por qué aparentaba ser mayor sin ella?